Deadtime Stories Vol. I

Hace muy poco nuestro redactor Blanch nos advertía sobre los peligros de una antología de segmentos de terror soporífera de verdad. El bueno de Blanch argumentaba sobre su capacidad para tragarse cualquier esperpento fílmico con tal de que sea ligeramente entretenido, para luego atacar, creo que justamente, la incapacidad para siquiera narrar una breve historia de horror demostrada por la deprimente Slices of Life.

Podría comentar Deadtime Stories Vol. I calcando la reseña de nuestro redactor y tan solo alterando los títulos de los segmentos de la antología que hoy nos ocupa – añadiendo algún irritado comentario sobre la presencia de George Romero, el cual ejerce de narrador de los cortos presentados -. Sin embargo, no caeré en la pereza ni en la incapacidad que parece definir a esta cinta, y repasaré sucintamente sus tres historias por mucho que aburra hablar de un producto para olvidar.

Si alguno de vosotros quiere ignorar ya la reseña, así como la propia Deadtime Stories, le aportaré un juicio simple y aplastante para ayudarle a decidir: Little Deaths es bastante superior a esta antología.

Valley of the Shadow: Una mujer busca a su marido desaparecido. Éste, un reputado explorador, se internó en la selva buscando el fruto de una planta al que se atribuyen poderes sobre la vida y la muerte. La mujer, ni corta ni perezosa, organiza su propia expedición y se interna en la espesura donde unos ojos caníbales observan a su equipo.

La primera historia nos la ofrece un actor que ha trabajado en varias películas de Romero, Jeff Monahan. En su debut tras las cámaras demuestra una falta de ambición y una desgana subrayada por los escasamente inspirados actores. El mayor problema de este corto sería su pésimo montaje que convierte una simple historia, contada mil veces, en una triste sucesión de diálogos anodinos y “flashbacks” innecesarios. Lo más doloroso no es visionar los clásicos clichés sobre caníbales acechantes y exploradores cegatos, si no contemplarlos representados de la peor forma posible, desbaratando cualquier amago de simpatía con un broche de oro evidente y plasmado visualmente de forma pobre y ordinaria, merced a unos efectos especiales que, no siendo del todo malos durante el grueso de la historia, dejan aun más en evidencia un clímax sumamente ramplón.

Wet: Desenterrados por la marea, un pescador encuentra por casualidad unos cofrecitos que contienen restos humanos. Desoyendo las viejas tradiciones marineras sobre las sirenas que le cuenta un anticuario, sigue desenterrando más cajas sin saber que el puzzle completo podría acabar con él.

Dirigida por Michael Fischa, responsable de aburridas series b como Mi madre es una mujer lobo o Delta Heat, estamos ante otro disparate de montaje que no salva siquiera el que la historia sea la más entretenida de todas. El ambiente fantasmal con sabor marinero – ¿recordáis La Niebla de John Carpenter? – sería lo más rescatable de este segmento, porque ni actuaciones, fotografía, fx, música… nada, se salva de la quema. Para colmo, casi al final del cuento, el guionista, siendo el señor Monahan, introduce un elemento SPOILER vampírico/infeccioso FIN SPOILER dinamitando el tono de seriedad que se intentaba mantener es esta crónica de una muerte anunciada: escandalosa la falta de estilo para justificar que el pescador siga y siga recuperando pedazos de la sirena aun sabiendo que será su perdición. Toda una pena puesto que no existen muchas obras cinematográficas que usen la leyenda de las sirenas como elemento de horror.

Housecall: Acudiendo a la llamada de una preocupada madre, un doctor llega a un viejo caserón victoriano para atender al hijo de la mujer, el cual insiste en ser un vampiro.

La tercera y la mejor. ¿En serio? No, en serio no. Aunque el director sea en este caso el admirado Tom Savini, mejor le vendría a nuestro perilludo amigo dedicarse a los efectos especiales. Otro cortometraje con muy poco pulso y eso que a nivel de realización es el más competente de todos, salvo que la historia narrada es aburrida con ganas e imposible de alargar más de diez minutos. El quid de la cuestión es si funciona o no la tensión que subyace detrás de ese “¿será o no será un vampiro el muchacho?”. Obviamente la tensión es nula si los actores no tienen un libreto al que agarrarse y sus caras se pierden entre el efecto difuminado de cámara antigua, que tan toscamente es usado.
Un lamentable final, desastroso a nivel de fx – parece mentira con Savini de por medio -, responde a la pregunta que nos formulábamos; y lo hace con ese estilo tan propio de Historias de la Cripta. Aunque usando, de nuevo, de forma caótica e intrascendente.

Y por si fuera poco George Romero, “el abuelo”, está metido de lleno en este tremendo batacazo. No es que me haya parecido nunca un gran director, pero esto de arrastrar su imagen, solo para dar empuje comercial a una película tan chabacana, me parece una falta de amor propio delirante.
Penosas sus intervenciones presentando las historias, unas frases leídas con dejadez y una diseño visual vulgar. Sí, El Guardián de la Cripta parece más vivo en comparación.
Penoso el guión, no sabría deciros que líneas pertenecen a Romero y cuales no; pero todas provocan un pronunciado rechinar de dientes.
Penoso el acomodado grupo de personajillos que rodea a este cineasta, decididamente amamantado por rentas de mejores tiempos.

No hablaré más sobre la función que aquí ejerce el creador de La Noche de los Muertos Vivientes, porque sería escribir demasiado sobre algo que mejor quede oculto en las mazmorras del séptimo arte. Al igual que podría hacer el segundo volumen de una antología inmerecidamente editada en DVD.