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Las brujerías de Aphlar

Y otras fantasías lovecraftianas

Las brujerías de Aphlar (y otras fantasías lovecraftianas) – La Biblioteca del Laberinto, marzo de 2011 –, es toda una gema, un tesoro rescatado de un pecio hundido, destinado al aficionado a la literatura pulp que, además, está condenada a convertirse en un incunable y objeto de deseo entre futuros coleccionistas. Vaya por adelantado que la razón de tanta pleitesía, hacia la colección de cuentos de un desconocido, para el lector hispano, el estadounidense Duane W. Rimel (curtido fantasista y poeta pulp, así como corresponsal de Lovecraft), se debe más que a la calidad inherente de los cuentos compilados – casi la totalidad de su obra fantástica y buena parte de su poesía macabra –, al significado de una obra de estas características. Reconozco que parte de estas consideraciones, pelín entusiastas, están teñidas de una subjetividad sonrojante; sin embargo, no es solo la importancia de la edición lo que me lleva a recomendar encarecidamente esta antología; no en vano contiene cinco o seis cuentos muy intensos, gratificantes y directos, así como una selección de poesías tristes, lúgubres y escalofriantes que harán las delicias de las escasas almas sensibles, que ha respetado el siglo XXI, apegadas al horror sobrenatural y “algo más”.

El “fandom” post “Weird Tales”

Como todos los admiradores de su trabajo, sabemos que el “universo” creado por el solitario de Providence no se quedó estancado a su muerte; muchos coetáneos y seguidores, incluso influenciados de forma epistolar por el generoso maestro, continuaron escribiendo sobre los horrores cósmicos que relegaban a la humanidad a un plano muy secundario, y peligroso, de la creación. Como pasajeros ocasionales de los vuelos fletados por Weird Tales,Argosy o Unknow Worlds (entre otras), encontramos a escritores no profesionales, o casi profesionales que vinieron a continuar las líneas marcadas, dentro de la literatura fantástica, por autores más consagrados (aunque despreciados en su época) de la talla de Lovecraft, Howard, Merritt o Kuttner.

Esta continuidad tiene su marco temporal tras la segunda guerra mundial, cuando las revistas pulp ya vivían una época de madurez previa a la decadencia, y el papel donde fueron plasmadas, las historias de jóvenes fascinados por el terror y la ciencia ficción de consumo, son los “fanzines” de la época que dieron lugar a los primeros pasos del fenómeno fandom: desde el primerizo The Acolyte hasta el bien asentado The Crypt of Cthulhu. Lo que viene a ser el trabajo y dedicación de simples aficionados a una disciplina artística cuya progresión se basa en la obsesión para con el trabajo de otros artistas previos o más reconocidos. Al menos, dentro de una atmósfera “underground” el lector siempre es el mayor beneficiado: si las revistas “matriz” ya destacaban por la falta de prejuicios a la hora de enfocar cualquier temática, los fanzines fueron la plataforma definitiva para la creatividad. Quizás sus autores nunca se caracterizaron por una habilidad literaria deslumbrante, pero la manida frase de “el límite es tu imaginación” se hace realidad en las baratas fotocopias que componían estas publicaciones de diletantes.

Algunas plumas, cámaras, pinceles o paletas logran romper la crisálida, comúnmente destripada por la crítica e ignorada por el gran público, y convertirse en autores de renombre, pero otros quedaron relegados a un puesto marginal y a una exigua obra que desvela la escasez de tiempo para dedicarte a tu pasión, cuando la mesa se encuentra vacía. Dentro de esta segunda categoría, que podríamos decir que acoge a autores tan validos como desconocidos, hallamos a Duane W. Rimel (1915-1996). Un entusiasta de la nueva ficción que se cocía en los años treinta, como lo podríais ser cualquiera de vosotros; un tipo con ganas de pasarlo bien, escribir por el puro placer de hacerlo y con toda la buena voluntad de sacar algo de dinero si se podía, mientras compatibilizaba la escritura amateur con su trabajo de camarero en un club de jazz y otros muchos despues.

Los otoñales anocheceres de Hampdon

Pues bien, y aquí es donde radica su importancia literaria, la obra que hoy os recomiendo encarecidamente es la única edición oficial (en Estados Unidos existen alguna ediciones limitadas realizadas por la prensa independiente) de su literatura fantástica y, además, completa (a este respecto comentar que La brujerías de Aphlar sufre la ausencia de una hermosa poesía “desarrollada” a seis manos junto a Lovecraft y C. A. Smith , Sueños de Yith – publicada también por La Biblioteca del Laberinto en el volumen homónimo –). Esperando no equivocarme, creo que es la primera edición en nuestro país de un tomo de estas características. Es decir, la publicación exhaustiva de los trabajos de un escritor del fandom norteamericano. Esta bien, sabemos que la excusa subyacente no es más que la relación que la mayoría de los cuentos mantienen con las ideas de Lovecraft. En la extensa, adecuada y fascinante introducción que no ofrece Óscar “el sabio” Mariscal, se nos desgrana la relación epistolar de Rimel con maestros de la era pulp, su influencia dentro de los fanzines de la época, su simpática vida y aficiones varias; y es de este incesante carteo “pulp” del que beben los relatos y poesías impresos, incluso un pequeño ensayo sobre la música que demuestra la afición del autor por la música y sus derivaciones fantásticas.

Todo un muestrario a lo largo de casi ciento noventa páginas que refleja principalmente el gusto de Rimel por el horror cósmico en su faceta más rural. Precisamente esa cuyo mejor ejemplo lo tenemos en El horror de Dunwich, ahí es nada. No en vano, el maestro superviso alguna de las narraciones y Mariscal incluso especula con que uno de los cuentos fuese la última colaboración en vida del mismo. Aunque tampoco renuncian los relatos a picotear de otros estilos, otros enfoques, como la novela de aventuras y razas perdidas (donde el maestro, para un servidor, siempre será Abraham Merritt) o incluso el tufillo a ciencia ficción especulativa. Sin embargo, donde la fuerza y el saber hacer de su autor estallan, es cuando las poesías que dan cierre al libro se despliegan ante nosotros como corruptas flores de ultratumba; en su idioma original o traducidas (nunca agradeceré lo suficiente a un editor el que nos ofrezca poemas escritos en lenguas foráneas junto a su precisa traducción) suponen un empellón melancólico desde las sombrías esferas cósmicas, y cuya única equivalencia la encuentro en los mismos Hongos de Yuggoth.

Así que no solo merece la pena zambullirse en Las brujerías de Aphlar por su importancia como muestra única, bajo perfecto español merced a una trabajada traducción, del fandom post Weird Tales (y pido disculpas de antemano por centrar el artículo en esta cuestión, habida cuenta de que la bibliografía de Rimel es mucho más compleja de lo aquí expuesto, como su resurgimiento a mediados de los ochenta o sus trabajos de Weird Menace demuestran), también recaba nuestra atención por la calidad de sus poesías y unos cuantos de los diecinueve cuentos breves contenidos; destacando Las brujerías de Aphlar, El Desenterrado, La música de las esferas o Las colinas más allá de Hampdon (localidad ficticia que podríamos definir como el Arkham de Lovecraft). Cuando pienso en estos relatos no puedo evitar imaginarlos como pequeños rubíes tallados en forma de lágrima y encendidos a causa del fuego de una pasión más propia de súcubos que de humanos.

Todo ello empaquetado con el tradicional buen hacer de la editorial de incombustible Paco Arellano (uno de esos personajes que han ayudado a definir la evolución de la fantasía escrita en España y, sin embargo, siempre permanece en las sombras), haciendo uso de traducciones propias, ilustraciones de la época, grabados imposibles de localizar, una papel ahuesado que da gusto pasar, una portada con solapas ilustrada por Scott Templar, que resume con una preciosista imagen todo el sentido y sentir de lo que nos espera tras pasar la primera hoja: un mundo de horror único cuya magia trae aromas de picadura de pipa, Vat 69, sauce y decenas de personas hacinadas en un garito mientras bailan jazz. Ni os fijéis en el precio, solamente comprarlo si amais las obras de Bradbury, Bloch, Matheson o, por descontado, Lovecraft.


Vuestros comentarios

1. 09 oct 2011, 17:38 | Blanch

Yo todavía espero el Neonomicón de Moore. Desde casi que salió agotado. Me dijeron que este jueves lo tendrían a ver si es verdad.

2. 11 oct 2011, 22:12 | Seba Cabrol

hubo un tiempo en que mi libro preferido de ese cónclave era “los mitos de cthulhu” de Rafael llopis, esa antología que traducía por primera vez ciertas obras maestras. a ver si consigo este libro, me parece súmamente interesante.
Soy un poco fan de todo ese terror a partir de Lovecraft, pero también, quizá aún más, de los anteriores, autores como Arthur Machen; WH Hodgson; Algernon Blackwood. justo ayer encontré semejanzas entre el Machen de “Los tres impostores” y la novela corta de Ramsey campbell “los sin nombre”. Saludos.

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