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Tartarus

Serios alienígenas low-cost y casi invisibles

Tartarus

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Jakob y Veith son dos soldados austriacos que regresan al pueblo natal de Veith para tomar posesión de la propiedad de este último. Después de combatir contra los ejércitos de Napoleón, nada como descansar al fresquito de las montañas de Austria, lugar donde ni los grajos se acercan.

Al llegar al tranquilo pueblo pronto son acosados por extraños fenómenos, el hallazgo en un prado de un cadáver despezado marcará el comienzo del acoso de unas extrañas criaturas inteligentes, cuyo propósito no lleva a engaño: servirse de la humanidad, a través del miedo, para conseguir la destrucción de la misma.

Hoy os presentamos Tartarus, no se trata de un tipo de salsa si no de una película austriaca de muy bajo presupuesto. Casi por lo que cuesta un bote de buena salsa podríamos realizar la cinta que nos ocupa, hasta un par de secuelas. Pero lejos de estas bromas crueles algo exageradas, y que a pesar de todo resumen verazmente la triste realidad detrás de otro proyecto que quiere pero no puede, incluso asumiendo con benevolencia los problemas inherentes a la escasa financiación, solo podemos reconocer que Tartarus nos condena al aburrimiento y a una serie de escenas poco sugestivas, sobre todo en su desangelada segunda mitad. Eso a pesar de acertar en otros aspectos, más estéticos que argumentales, que propician un arranque del metraje bastante prometedor. Una cinta que mezcla muy poquito de ciencia ficción con muy poco de terror, sucumbiendo irremisiblemente ante sus limitaciones; gran parte de culpa la tiene una excesiva falta de imaginación, así como un, todavía más excesivo, tono frío – a los austriacos se les debe dar bien invadir países, pero expresar emociones va a ser que no –. Claros impedimentos a la hora de involucrar al espectador en el devenir de los personajes. Personalmente no me parece desacertado el enfoque negativista – en línea con la filosofía de Nietzsche – vertido sobre las reacciones humanas que vamos presenciando, sobre todo tras la presentación de los monstruos que asolan la pequeña localidad agreste donde transcurre la historia. Sin embargo, dicha deshumanización queda diluida merced al distanciamiento inicial que los distintos personajes viven entre sí. El clima – real y emocional – se presenta tan gélido que contagia al espectador, incapacitándolo para sentir emociones: ¿qué existe cierta tensión entre los habitantes del pueblo y los soldados? Bien, sería interesante sin consiguiesen importarnos los caracteres, pero la realidad es que desmotiva seriamente su falta de tridimensionalidad, de claroscuros, así como el hecho de perdernos ante la nefasta realización, muy técnica pero poco sentida. Bostezos, en una sola palabra.

Al menos, en el devenir anterior a los ataques de los supuestos “extraterrestres” (aquí os tengo que jurar y perjurar que en ningún momento se justifica ese origen alienígena que tan alegremente promueve la sinopsis oficial y el tráiler), podéis disfrutar de unos paisajes naturales preciosos, escenarios sobrecogedores que se ven acompañados de un score instrumental acorde, atmosférico y cuidado; así como de una fotografía bien medida – además de iniciar guerras, los austriacos si de algo entienden es de música y de fotografía –. Elementos estéticos muy agradecidos pero que evidencian, aun más si cabe, las deficiencias en otros sentidos. Y la más sangrante sería la (no)representación gráfica de los alienígenas o criaturas en discordia – de ahí lo de “invisibles” – . La gran mayoría de sus apariciones lo son fuera de plano, peor aun cuando contemplamos a las criaturas realizadas mediante un CGI bastante pobretón, que resta mucha gracia a la sempiterna duda que nos corroe a lo largo del metraje: ¿cómo diablos son los extraterrestres?

A esta tremenda falla, propiciada por el escaso presupuesto, se le une otra aun peor, y carente de justificaciones económicas. El último tercio de Tartarus se vuelve un correcalles que evidencia la falta de tino de su director, Stefan Müller, a la hora de filmar las escenas de acción. Por muy buen paisajista que sea, el movimiento en primer plano no lo tiene muy dominado. Amén de un montaje desquiciante, donde la seriedad que envuelve a toda la película, cero humor, se revela como otro enemigo más de si misma. Enfrentar con una seriedad académica ciertas escenas – no os perdáis la despedida de Jakob y su “amada” – supone una bofetada para el espectador consciente y avispado que no podrá evitar cansarse de despropósitos baratos uno detrás de otro. Dicho sea de paso, el motor de estos despropósitos es la increíble rapidez con que se resuelve su parte final, muestra de amateurismo (y cansancio a la hora de hilvanar un guión) es que cuando ya se ha presentado la atmósfera, se destroce por no saber concluirla, que desemboque en “algo especial”. Como elemento positivo a destacar – oye, que del cerdo se aprovecha todo y nadie se queja – diría que en esta última media hora se crea una combinación curiosa entre las reacciones mortalmente serias de los personajes y lo poco que se narra explícitamente del asunto “alienígena”, provocando en escenas puntuales – véase el sótano rezumante de luz fluorescente verde – una sensación algo surrealista (u onírica) solo comparable a las transmitidas por los relatos menos festivos y floridos del mismísimo Lovecraft (“El color que cayó del cielo”, “El que susurra en las tinieblas”…) Aunque recomiendo tomarse con precaución esta especie de “cumplido”.

Otro tremendo problema, y aquí termino, sería la duración en sí de Tartarus. Hora y tres cuartos me parece excesivo para una historia que no evoluciona en demasía y que en lugar de centrarse en el acoso de los monstruos se centra más en intentar no mostrarlos (algunos planos son tan forzados que consiguen hacer sangrar las retinas). Digamos que la antitesis de Tartarus sería la divertida Feast.

En definitiva, un proyecto curioso cuya premisa pintaba sugerente pero que se condena con la propia mediocridad de sus bases: actores desconocidos que ni despuntan ni molestan, realización tosca y primigenia, efectos especiales inexistentes; y todo ello enmarcado dentro de una ambientación histórica y regional potente – desaprovechadas montañas austriacas de principios del siglo XIX, durante las guerras napoleónicas –. Tratado además con esa seriedad tan centroeuropea – tanto narrativa como estética –, que casi convierte en chiste las reflexiones oscurantistas sobre la condición del ser humano como único animal inteligente sobre la faz de la tierra. Visión muy de su país de origen y que me llevó a plantearme la presencia de los alienígenas como una absurda alegoría acerca de la crisis, sus especuladores morales y la esclavitud mental que nos impone el patrón oro.

Solo recomendada para completistas, espectadores aburridos pero afines al parco estilo del “fantástico alemán” o personas con tanto sentido del humor que se puedan tomar a risa, las deslucidas escenas de acción con las que se nos regala la vista. Prescindible.

Lo mejor: La ambientación aprovechada de los bellos entornos naturales.

Lo peor: La ausencia de efectos especiales que subrayen la narración, por otro lado meramente tenue.


Vuestros comentarios

1. 02 div 2011, 22:09 | Gran Duque de Alba

Estimado Bob Rock.

No consigo entender como aborda vuesa vuecencia tamaños largometrajes burdos e infumables, pero aun desafía más a mi entendimiento el hecho de que se saque de la manga una reseña tan larga y cansina como la película que trata. Pese a su florido vocabulario, he de apuntar que si recomendase mejores películas, sus palabras merecerían ser leídas. Así solo pierde su tiempo y el de los demás. Por favor, no envilezca una página tan curtida con películas miserables cuya catadura se ve a leguas. O en otros términos, madure un poco.

Añadir que mi excelsa persona no pudo pasar de los primeros quince minutos, lo cual dice todo. Hágase un favor y revise sus tendencias en cuanto a selección de películas.

Salu2, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel.

2. 02 div 2011, 22:15 | Bob Rock

Gran Duque de Alba.- Ya echaba de menos su exquisita semántica. Pues aun con todo, le diré que mis palabras han servido para arrancar otras de su lengua. Hecho que viene a reforzar la teoría de que para algo servirán estas reseñas.

Aunque para el caso, dado el contenido de su misiva, bien poco valga ese “algo”.

A sus callosos pies, amigo mío.

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