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The Imposter

Un caso tan irreal como la vida misma

1994: Un niño de trece años desaparece en Texas. Sus padres, perdida la esperanza tras tres años y medio de espera, reciben una llamada desde España. Su hijo ha sido encontrado y cuenta una truculenta historia de secuestro y torturas. Ahora esta documental intentará sacar la verdad a la luz. ¿Por qué el pequeño parece algo diferente? ¿Qué ocultan sus padres? ¿Quién es el impostor?

Desde Inglaterra llega este curioso documental dirigido por Bart Layton, director que ya ha trabajado en varios documentales para televisión y da el salto a la pantalla grande con una historia verídica que dicen ha conmocionado a Sundance, Seatle y Cannes, donde ha sido preestrenada con bastante éxito.

Bueno, solo hace falta ver el tráiler para darse cuenta de que Layton es un editor de primera. Con recreaciones hechas por actores – entre los cuales no conozco ni a uno – y testimonios reales, sabe sobre hinchar la tensión de los eventos verídicos, destripados en un nuevo documental sin conciencia. Siempre me queda la duda de si un periodista debe realzar ciertos valores de sus historias para darle un impacto dramático a la noticia, de tal forma que se llame la atención sobre cuestiones obviadas u olvidadas, o simplemente presentar la realidad para que el infalible ojo del público evalúe y procese bajo su propio criterio. Es decir, ¿estamos ante un documental humanista con deseo por desvelar una verdad incómoda e inquietante? ¿Se trata en realidad de una dramatización demasiado “hollywoodiense” de un caso que no debería haber trascendido?

Los que han tenido el placer de verla, hablan de un documental que te apuñala el estómago, de un relato de miseria humana y terror que está condenado a convertirse en culto. No pongo en duda el valor artístico de un proyecto como éste, sin embargo me mantengo algo escéptico con respecto a la parte ética y moral de la propuesta, hasta verla con mis propios ojos – algo que, por otro lado, tengo ganas –. A lo largo de este verano se ira estrenando por Europa (que no España).

Igual que en el desértico siglo XXI prolifera el dolor humano, la pena y la sin razón de seres de nuestra propia raza que buscan el sufrimiento ajeno (económico, físico, mental… da igual); también prolifera esa mediatización estúpida y progre de cualquier pequeño drama humano que, tal vez, debiese quedar reducido a unos pocos. El cambio empieza por uno mismo, y que los medios vengan a inocularnos lo que ellos piensan que es una vacuna a todos los males, me empieza a resultar cansino. Y manipular conciencias y sentimientos con prefabricadas conclusiones pueriles es un pecado demasiado común a buena parte del cuarto poder. No en vano, muchas veces tan digna profesión ha sido caricaturizada a través de la figura de los buitres. Una pena, sobre todo, cuando muchos de los profesionales del sector de la información son más que eso: son buenos profesionales.

Ahí os dejo la carroña, digoooo, la polémica…


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