John dies at the end

David Wong tiene problemas, y quiere que la humanidad lo sepa porque está apocalípticamente involucrada. Por eso se cita con un periodista con la esperanza de que alguien cuente su historia y la de su amigo John. Todo empezó con la droga, “salsa de soja” la llamaban. El chute prometía llevarte a un nuevo estado de conciencia donde hasta la magia tiene cabida. David y John, como buenos perdedores que son, siempre habían coqueteado con lo sobrenatural, pero la maldita “soja” aportó una nueva dimensión a su interés: ahora la realidad se desquebraja entre sus dedos y el chute es la primera puerta por cruzar. Poco a poco, una serie de extraños eventos tras el primer pinchazo los llevan a convertirse en la última barrera entre la humanidad y un psicodélico universo paralelo más allá de la propia muerte y la decencia humana. Claro, que el destino no pensó que tal vez John y David no estuvieran especialmente por la labor.

El último trabajo del conocido director Don Coscarelli ha llegado a España cortesía del Festival de Cine Fantástico de Sitges. Unos pocos afortunados hemos tenido la suerte de ver el debut en España de la última cinta del autor de títulos míticos como la saga Phantasma, El Señor de las Bestias o Bubba Ho-Tep. No se trata de un director que se prodigue mucho a pesar de comenzar su carrera allá por los setenta, debido a ello cada uno de sus estrenos es seguido con lupa, y mucha expectación, por parte de los aficionados al terror fantástico. Porque si en algo se caracteriza la obra de Coscarelli sería su declarado amor por la serie b de calidad, siempre con lo fantástico, lo onírico, lo extraño, como telón de fondo.

Como no podía ser de otra manera, John Dies at the End cumple a rajatabla los cánones del cine “Coscarelli”, incluso a pesar de tratarse de la adaptación de una novela que ha pegado fuerte en estados unidos. Queden avisados de que no he podido disfrutar de la novela homónima por lo que no puedo contrastar la fidelidad de la versión cinematográfica, o siquiera si es superior o inferior con respecto a su fuente. Algo que probablemente no tenga la menor importancia, pero que dado el revuelo que generó la novela a su salida probablemente sea un punto interesante a tener en cuenta para juzgar el trabajo de Coscarelli con perspectiva. No en vano, la novela de Jason Pargin ha sido tildada como obscena, degenerada, impactante, vomitiva y, principalmente, terriblemente divertida. Adjetivos que le quedan grandes a la versión cinematográfica, pero que en menor medida podemos encontrar también.

Así que comenzamos a ver John Dies at the End, tras la presentación de su propio director y la recepción del premio “La Máquina del Tiempo” por su carrera, con muchas ganas y nos encontramos una introducción impactante tanto a nivel visual como argumental: el protagonista de la cinta (que curiosamente no se trata de John, puesto que está narrada desde el punto de vista del amigo segundón de éste) sobre un cadáver en la nieve mientras rebana la cabeza del muerto a la par que reflexiona sobre el estado de su hacha. Si algo destaca de la cinta es su estilo estético plenamente embebido en los trabajos ochenteros de su director, pero con la agilidad narrativa de una comedia moderna, dada por ese humor negro que se convierte en el principal motor de la cinta hasta sus últimas consecuencias. Como decía, esa introducción nos presenta lo que será la tónica común de la siguiente media hora: elementos fantásticos muy directos (en un minuto ya tenemos un muerto viviente y un gusano lovecraftiano perfectamente diseñados), un ritmo trepidante y cinismo a flor de piel. Elementos que cualquier seguidor de la carrera de Coscarelli considerará marca de la casa, y es que aquellos escépticos ante la vuelta de uno de los viejos maestros ya pueden quedarse tranquilos: los viejos rockeros nunca mueren, solo van al infierno.

A nivel general, sobre todo destacaría un diseño de producción que hará las delicias de los que gustaron con la segunda parte de la saga Phantasma. Digamos que estamos ante pura serie b en busca de los detalles más espectaculares, pero sin mucha importancia sobre el desarrollo lógico de una trama, que desde el principio se observa surrealista y absurda. Claro, los que busquéis una historia bien narrada, o a lo sumo coherente y profunda saldréis muy decepcionados con John Dies at the End. Los que por el contrario busquen un entretenimiento festivo, con escenas humorísticas bien logradas (algunas incluso excepcionalmente, como la visita al sótano del monstruo de la carne o el interrogatorio a David) y continuas extrañezas desfilando por la pantalla – es decir, los que busquen al viejo Coscarelli – pueden estar tranquilos, para nada se verán decepcionados.

Hasta la escenografía, pese a ubicarse en plena actualidad, recuerda a esas producciones independientes, pero de corte alto, y maravillosas de segunda mitad de los ochenta, donde todo podía suceder al servicio de la diversión gamberra: Pesadilla en Elm Street 4, Noche de Miedo, Muñeco Diabólico 2, Terroríficamente Muertos… Eso sí, paquetito envuelto por un humor mucho más ácido cortesía de los tiempos en que vivimos. Tal vez por ello, su tramo final (sus últimos quince minutos) convierten a John Dies at the End en poco menos que una “spoof movie” (una cinta que parodia a otras películas, por ejemplo, Scary Movie), graciosa pero algo descompensada con la atmósfera sobrenatural que planea sobre la primera hora de metraje. Una dirección que le pasa factura al resultado final, por lo intrascendente de su propuesta. Aunque tampoco se trate de una verdadera parodia, parece que la recta final de la cinta busque reírse en parte de la propia obra previa de Coscarelli. No me resisto a preguntarme si el último portal dimensional lo podíamos encontrar en la novela o se trata de una broma sobre el famoso diapasón gigante que trajo al Hombre Alto a nuestra dimensión.

Eso sí, os aseguro que el diseño de producción, desde la soberbia fotografía hasta la impresionante banda sonora, es aun auténtico festín para los amantes del terror sobrenatural por mucho que el terror no sea la baza principal de la película. Una estupenda forma de meternos por los ojos el universo esquizofrénico, mágico e incomprensible que rodea a John y a sus colegas.

Con respecto a los actores, destacar su trabajo funcional (por supuesto a Paul Giamatti hay que darle de comer a parte, porque este actor tiene un aura especial) pese a la juventud de la gran mayoría de ellos. Chase Williamson y Rob Mayes, John y David respectivamente, sostienen el metraje sobre sus espaldas con muy buen humor y compromiso, ayudados por secundarios de lujo como Clancy Brown (Los Inmortales) o el propio Giamatti que también ejerce de productor. Una labor, la actoral, que resulta importantísima al tratarse de una cinta de personajes, en cantidad, al filo de lo excéntrico. ¿Podría ser de otra forma cuando el quid de la cuestión radica en una droga viva que abre la mente humana a otras dimensiones, incluso la muerte?

En definitiva, estamos ante una cinta de calidad dirigida con solidez que agradará a las nuevas generaciones buscando un humor oscuro muy logrado y ritmo trepidante, pero que sobre todo está realizada como homenaje a los muchos treintañeros que crecimos con la vorágine de los ochenta sobre nuestras espaldas: Monstruos improbables del tamaño de un edificio, camellos hechiceros cajún, drogas que cobran vida, viajes en el tiempo, armas molonas (como el bate-biblia), fantasmas trastornados, policías psicópatas, perros heroicos, romance juvenil, babosas ultra dimensiónales y paranoias de todo tipo, para el regreso de uno de los grandes, que promete volver a satisfacer a los amantes de género con Bubba Nosferatu: Curse of the She-Vampires muy, muy pronto.