Maniac

Siempre se ha dicho que el Maniac de William Lustig es una película que describe a la perfección un lugar y una determinada época. El Nueva York de 1980 era una urbe aquejada de graves problemas económicos y conmocionada ante los crímenes cometidos por el trístemente célebre asesino conocido como El Hijo de Sam.

Según cuenta el propio Lustig, oriundo de Nueva York, en una entrevista que concedió al diario del Festival de Sitges, a finales de los 70 la ciudad de los rascacielos era un lugar peligroso: “La Calle 42 estaba llena de sex shops y cines underground”. Existía un público deseoso de asistir a las sesiones de medianoche de dichas salas underground para experimentar sensaciones extremas y violentas que, de algún modo, supongo que servían para encauzar o exorcitar toda la rabia que subyacía en la ciudad.

Y bajo este panorama, William Lustig, que se inició profesionalmente en el mundo de la pornografía, quiso que su Maniac fuera “La película de horror definitiva. Así que pusimos nuestro esfuerzo en incluir la mayor cantidad de escenas impactantes posible. Nuestra única intención era agarrar al público por el cuello, sin importarnos lo violentas u ofensivas que pudieran ser esas escenas”.. El resto, como suele decirse, es historia. El Maniac original está considerado por muchos como una de las películas de asesinos en serie más sucia y transguerosa de la historia del género.

Ahora nos llega un nuevo Maniac. Un remake dirigido por Franck Khalfoun (Parking 2, 2007), producido por Alexandre Aja y el propio W. Lustig, y protagonizado por un Elijah Wood que quizás es quien carga a sus espaldas con una mayor cuota de responsabilidad al tener que interpretar a Frank, el personaje al que dio vida el recordado Joe Spinell en el film original.

Maniac me ha sorprendido. Debo reconocer que era de los escépticos. De los que la presencia de Elijah Wood en el reparto le creaba ciertas dudas. No porque Elijah Wood no fuera a estar a la altura a nivel interpretativo, si no porque su nombre en lo más alto del cartel de Maniac se asociara a una pretensión de comercialidad por parte del remake, que acabara rebajando, de manera alarmante, el nivel de violencia y podredumbre que posee la obra original.

Por suerte esto no ha ocurrido. Evidentemente el Maniac de 2012 dista mucho de esa estética rotúndamente underground que caracterizaba a la película de Lustig y que, como ya he dicho, no era algo buscado de manera voluntaria, si no el reflejo de una época y de una ciudad que el veterano director supo diseccionar con maestría en Maniac.

Sin embargo, el Maniac de Khalfoun y Elijah Wood, si conserva (y eso es algo que queda patente desde su primera secuencia) buena parte de la fuerza, la dureza, la rabia y la violencia que hicieron de Maniac un título de culto. Rodada, en su mayor parte, desde un punto de vista subjetivo (el espectador se pone en la piel de Frank, el maníaco asesino interpretado por Wood), Maniac escarba en la podrida mente de un psicópata que, atormentado por las visiones de su promiscua madre, recorre las calles en busca de jóvenes mujeres a las que asesinar y “coleccionar”.

El nuevo Maniac triunfa, fundamentalmente, en dos frentes. En primer lugar logra que el espectador se ponga del lado del criminal. Del lado del enfermo. Pero no desde una posición de empatía que logre arrancarnos un atisbo de simpatía o comprensión hacia el protagonista. Nada de eso. Nos sitúamos del lado del asesino porque en realidad no tenemos otro remedio. Porque no tenemos escapatoria. Khalfoun, de la misma manera que ya hizo Lustig treinta años antes, nos coge del cuello (por no decir de los huevos) y nos coloca en el lugar del crimen, y no como meros espectadores ajenos a lo que está ocurriendo, si no que nos sitúa a la misma altura, exactamente en el mismo espacio, que ocupa el asesino. Es una posición incómoda que se mantiene durante todo el metraje gracias a una acertadísima puesta en escena, a la labor de Elijah Wood (básicamente a su martilleante voz en off), y a la contundencia de las secuencias de violencia. Y justo aquí es donde entra en juego el segundo gran acierto de Maniac: la película de Khalfoun atesora todo un muestrario de estampas violentas, brutales, feroces… que disipan cualquier duda acerca de la excesiva comercialidad de la propuesta o de una posible traición al espíritu transgresor de la obra original.

Maniac es una película dura, contundente y tajante que en absoluto desmerece los atributos de su célebre predecesora. Una agradable sorpresa.