Dead End

Jean-Baptiste Andrea y Fabrice Canepa rodaron Dead End cuando el New French Extremism era apenas un rumor. Imposible por aquel entonces presagiar lo que la nueva horda de cineastas franceses estaba a punto de conseguir: colocar el terror patrio en una situación de prominencia en el panorama internacional; recuperar, en suma, el prestigio del cine de terror europeo. El título que nos ocupa no se benefició del tirón de la nueva ola y puede que por ello haya caído en el olvido, deslumbrados, como estábamos, por la violencia devastadora y el impacto emocional de los Mártires, Irreversible y compañía –otros títulos han corrido injustamente la misma suerte: Malefique, Les revenants…-.

En honor a la verdad, hay que decir que Dead End comparte más bien poco con los títulos del NFE. Para empezar, se trata de una coproducción franco-americana, y para seguir, está rodada enteramente en inglés con actores americanos. Del elenco destacamos al veterano Ray Wise, el inolvidable Leland Palmer de Twin Peaks (para el autor de este texto, Ray será siempre Leland, y viceversa). Por otro lado, prácticamente ninguna de las señas de identidad del movimiento francés están presentes en este título; se trata de algo diferente.

Destacaremos en primer lugar la sobriedad del planteamiento: la víspera de Navidad, un matrimonio con hijos se dirige a casa de los suegros para pasar la festividad en familia, tal y como llevan haciendo los últimos veinte años. En esta ocasión, excepcionalmente, el padre decide atajar por una carretera comarcal; la decisión se revelará fatal.

He aquí el punto de partida. Lo demás: cinco personajes angustiados, una mujer con un bebé que aparece y desaparece de la nada, y un misterioso coche negro con cristales biselados que se cruza en su camino para anunciar la catástrofe. Realmente no hay mucho más. Dead End puede entenderse desde la óptica de la road movie, el slasher o incluso el survival horror; toma prestado un poco de todos, pero por encima de todo se trata de un thriller. No faltarán las apariciones fantasmagóricas, las imágenes inquietantes propias del género –ese cochecito de niño abandonado en mitad de la carretera-, el gore, breve y escaso pero efectivo, e incluso el susto barato. Sin embargo, es la incógnita que se oculta detrás de los mecanismos del terror lo que nos obliga a tirar del hilo hasta llegar al final. “¿Qué está pasando aquí?”, será la pregunta que nos hagamos en más de una ocasión mientras vemos Dead End.

El guión, si bien sencillo y lineal, está bien construido, y dosifica correctamente los momentos de tensión como toda buena película de terror. Todo ocurre a un ritmo adecuado hasta alcanzar el clímax. Al mismo tiempo, en el camino se dejan caer pistas, como por descuido, que unas veces arrojan un poco de luz sobre el misterio y otras sólo sirven para confundir más al espectador (recurso típico de guión: en algún momento de la historia el personaje de turno expone su teoría de lo que está ocurriendo, normalmente descabellada y poco fundamentada; pero cuidado…).

Hay otros aspectos del guión a subrayar. El primero y tal vez más llamativo, el humor negro que se gasta la cinta en determinados momentos de tensión dramática –la oreja incrustada en el móvil, inolvidable-. El segundo y más evidente, el uso de esa misma tensión en situaciones extremas para liberar una carga dramática nada desdeñable. Presos del pánico y la desesperación, los personajes dan rienda suelta a sus verdaderos pensamientos o revelan secretos inconfesables (empezando por la infidelidad y terminando por el consumo de drogas, pasando por varias lindezas similares). Es una situación muchas veces vista al retratar situaciones límites. Viendo la perdición o la muerte de cerca, aflora la sinceridad, ese secreto inconfesable que se arrastra, y el inevitable sentimiento de culpa infinita; aquellas cosas que siempre se quisieron decir; los viejos reproches de siempre; las filias y las fobias… Todo explota y salta por los aires; en plata, tirar mierda al ventilador. Es un recurso ya viejo en las películas del género que orbitan alrededor de una relación sentimental múltiple (familia) o sencilla (pareja); el subgénero de casas encantadas es buen exponente. Mientras que en la mayoría de estos casos los vínculos suelen salir reforzados y la unidad familiar triunfa sobre la amenaza, el resultado es aquí un poco más descorazonador.

En cualquier caso, Dead End hace de su austeridad (cinco personajes, un coche, una carretera) su mayor virtud. Se trata de un título bastante recomendable para los que busquen un tipo de terror sencillo pero bien elaborado, ingenioso, entretenido y sin grandes pretensiones; directo pero nunca obsceno. El final, que no pasa por ser aquí ni el fuerte ni la parte más importante de la película, puede resultar previsible, ingenuo, tramposo, deliciosamente ambiguo, innecesariamente ambiguo, una mala broma o simplemente acertado, depende de para quién.
Como curiosidad, se anima al espectador a comparar la línea de la doctora al final de la cinta con la de la enfermera al final de The house of the devil.