Evil Dead, El Musical

“Evil Dead, el musical” es lo más parecido a volver a ver, con ojos vírgenes, la película de Sam Raimi. Entendámonos: una es teatro y la otra cine, sí, pero el espíritu en ambas es el mismo. Deja los prejuicios en la puerta y siéntate, dispuesto a darte un divertido baño de sangre. “Evil Dead” la película es ya, a estas alturas, suficientemente conocida, pero a veces es complicado imaginar qué vieron los primeros espectadores; por un lado, es una película de terror con algunas escenas planteadas a modo de desafío a la tolerancia del espectador; por otro, su indisimulada falta de presupuesto puede que echara para atrás a más de uno. Sin embargo, el invento funcionó. Y es que, al margen de otras (muchas) virtudes, es una película que no se avergüenza de sí misma, hecha con desparpajo, lo que hace que, a la larga, sus posibles defectos se conviertan en una de sus principales virtudes.

A “Evil Dead, el musical” le sucede lo mismo: con un elenco actoral brillante, y en prácticamente un único escenario, desarrolla con una sana desvergüenza el argumento de la película (en realidad, de las dos primeras partes de la trilogía) sin ningún tipo de complejo por una posible falta de medios; es más, la sensación general es de un derroche de energía.

Como se ha dicho, casi toda la obra sucede en un único escenario, la cabaña del bosque. Allí van Ash, Scott, Linda, Shelly y Sheryl a pasar un fin de semana; ya sabemos que encontrarán un ejemplar de un libro encuadernado con piel humana y escrito con sangre, y que el recitado de uno de sus pasajes vía un magnetofón desatará las fuerzas del mal… Quizás, el escenario principal, el interior de la cabaña, pudiera haber sido más grande, con más detalles decorativos, con un mayor número de mecanismos ocultos tras sus paredes para ofrecer efectos espectaculares. Pero lo cierto es que no es necesario. Esto es “Evil Dead, el musical”, no “The Cabin in the Woods, el musical”, y puede compartirse su concepción del espectáculo o no, pero lo que no tiene discusión es su fidelidad al espíritu de las películas. Con esta cabaña en el bosque con dos puertas y una indisimulada salida en la pared, se basta y se sobra para que suceda todo lo que el seguidor de las películas que dan pie a la obra quiere ver, amén de cien mil referencias a las escenas de las mismas, amén de gags basados en las diferencias entre la película y el montaje teatral. Y no sólo eso: el musical está lo suficientemente bien estructurado a base de entradas y salidas, así como la alternancia de estancias (en la misma cabaña suceden los exteriores, para los que dejan en penumbras el fondo, sin ningún menosprecio para la credibilidad del material), que cuando quieres darte cuenta, ya han pasado ante tus ojos las dos horas (sí, dos horas) de representación.

Hay dos repartos distintos para cubrir todas las representaciones. En el pase de quien escribe, el nivel estaba muy alto. La palma, desde mi punto de vista, se la llevaban, por un lado, Ash, interpretado por un entregado en cuerpo y alma Pablo Puyol, y Cheryl, Elsa Álvaro. En concreto, este personaje es todo un hallazgo: el libreto ha sido capaz de explorar la vena cómica que ya se apuntaba en la película, donde la poseida era una auténtica tortura en un par de momentos para los demás, haciendo molestos ruidos y gritos, cuando no atacando cruelmente. Bien, en el musical, Cheryl es una auténtica “mosca cojonera”, y en su haber están los momentos cómicos más brillantes.

No importa no conocer las canciones: la gran mayoría son pegadizas y ágiles, de manera que pueden disfrutarse en el momento a pesar de no haberse escuchado antes. Para mí, los dos mejores temas, tanto por puesta en escena como por su música y letra, fueron “Necronomicón”, con todos los poseídos en escena, y “Todos los hombres de mi vida son asesinados por demonios de Candar”, interpretada por Annie (Manuela Nieto), Ash-Puyol y Jake (Fernando Samper).

He de reconocer que no me gustan los musicales, y que si desde el primer momento me planteé ir a ver éste, fue por su temática. Y, si he de ser sincero, durante la representación me sentí muy a gusto. Como en casa, vamos. El hecho de estar viendo ese material rodeado de personas que lo están disfrutando igual que tú no puede ser más reconfortante, teniendo en cuenta que, salvo muy honrosas excepciones, suele ser ésta una imaginería que se queda fuera, en pos de temáticas más “familiares” y “blancas”. Por buscarle los problemas, no todos los chistes verbales están a la misma altura, y quizás una sala de cine de un centro comercial de las afueras de la ciudad no sea el entorno más adecuado. Parece que se disfrutaría más en un teatro de alguna calleja del centro; a pesar de ello, la sala está bien ambientada, y en cuanto cruzas la puerta, te sientes como en una de su circuito original: el off-Broadway.