Freaks

Es curioso cómo algunas películas resisten el paso del tiempo. Más que curioso, extraño es el adjetivo adecuado para describir lo que uno siente al ver Freaks en la actualidad. Te preguntas cómo carajo se las ingeniaron para que, 80 años después, su historia, la puesta en escena o el impacto de sus interpretaciones resulten más eficaces y creíbles que mucho del cine que se hace en estos momentos.

Hoy, estrenar una película como Freaks sería imposible. Si, es cierto que las pantallas están hasta arriba de tripas, desmembramientos, chorros de sangre, asesinos de todo pelaje, violaciones, degüellos, monstruos, caníbales y así podría seguir un buen rato. Sin embargo, sabes que es ficción, o al menos lo es dentro de su contexto cinematográfico, que es el que nos interesa a la hora del visionado. Aquí no existe dicho contexto. Hay un guión, pero los personajes son realmente lo que interpretan: los monstruos dejan de ser seres de otras galaxias para convertirse en seres humanos que son vistos y tratados como abominaciones. ¿Simple morbo?

En un circo lleno de seres deformes, tullidos y personas con diversas amputaciones, Hans, uno de los enanos, hereda una fortuna. A partir de ese momento, Cleopatra, una bella contorsionista, intentará seducirlo para hacerse con su dinero. Para lograr su objetivo, traza un plan contando con la complicidad de Hércules, el forzudo del circo.

Allá por 1931, el director Tod Browning estrenaba su versión de Drácula con enorme éxito. Cuando esto sucede, la industria y el público fijan su atención al unisonó en el siguiente proyecto que el cineasta tiene entre manos: ese proyecto era Freaks. Browning era amigo del productor Harry Earles, un productor alemán que sufría enanismo. Fue Earles quién le animo a dirigir una película con esta temática. Así, decidieron adaptar el cuento Espuelas, de Todd Robbins, que versaba sobre la venganza que planea un enano, artista de circo, hacía una hermosa mujer que se aprovecha de él para quedarse con su dinero. Por supuesto, el enano fue interpretado por el productor.

Browning añadiría después un elenco de intérpretes formado por personas con todo tipo de malformaciones. Esto no fue bien visto por el público conservador de la época, que creían estar ante algo repugnante y que merecía desaparecer de los cines. De hecho, lo consiguieron: terminó siendo un rotundo fracaso de taquilla y los que pusieron la pasta, es decir, Metro Golddwyn Mayer, se echaban las manos a la cabeza con el resultado artístico. Un aluvión de injusto menosprecio que provocó el comienzo de la debacle de un director que se adelantó a su tiempo. Tuvieron que pasar muchos años hasta que, en la década de los 60, el Festival de Cine de Venecia proyectó una copia para las nuevas generaciones de aficionados, que quedaron entusiasmadas casi en unanimidad.

El acierto consiste en que el espectador termina identificándose con los mal llamados monstruos. Es decir, con algo tan supuestamente diferente a nosotros, con el miedo a lo desconocido. Aunque a día de hoy no resulte tan novedoso, allá por la década de los treinta revolver conciencias dando la vuelta a los conceptos típicos era un gesto radical. Tanto, que como comentaba anteriormente, muchos espectadores (garrulos, como los muchos que también existen en la actualidad…) se quedaron con la forma, en lugar de analizar el fondo. Ese fondo era ni más ni menos que el reflejo de ellos mismos, los espectadores puritanos y de moral rancia, convertidos en los villanos de la función. Los freaks, los raros, los monstruos, eran definitivamente los héroes.

Por cierto, el propio director antes de Freaks ya había trabajado en circos ambulantes, y de hecho su gran amor por el circo y su particular ecosistema fue la principal razón para que decidiera abordar tan osada obra. Y también, para que en sus fotogramas se entienda el cariño que sentía hacía todo ello. Una declaración de intenciones a modo de drama salpicado de venganza que, seguro, no dejó ni dejará a nadie indiferente.