Resident Evil: Venganza

En el cine existen franquicias que, aunque no gustan a nadie, siguen contando con éxito en cada entrega. Una de ellas es Resident Evil. Hacer la prueba. Ir preguntando a amigos, conocidos, familiares y leer por internet opiniones en diversos foros. Casi nadie dirá que le gustan. Y lo más curioso, muchos dicen que no se dejan el dinero ni el tiempo en ver en eso. Sorprende por tanto que con el paso de los años la saga haya ido creciendo. La taquilla ha ido de los 102 millones de dólares (siempre en todo el mundo) de la primera, hace diez años, a los 221 de la que nos ocupa. Aunque ahora ha dado un pequeño bajón, la entrega previa, la cuarta, cosechó los mejores datos poniendo el pico a superar (cosa ya prácticamente imposible) en los 296 millones. Y eso que a nadie le gusta ni nadie las ve. Curioso.

En lo que a mí respecta, sin que lleguen nunca a entusiasmarme, estas películas me han parecido, con sus altibajos, entretenidas golosinas para ver sin prejuicios y desconectar las neuronas. Dan lo que prometen y si accedes a verlo, aquello tendría que valer. Asunto turbio es que uno sea fan de la mítica serie de videojuegos en la que (muy por encima) se basa. Yo, sin ser un fan radical, sí me considero aficionado al universo desarrollado por Capcom para el arte/ocio electrónico. Y obviamente, considero a la mayoría de esos juegos mejores que las películas que cogen su nombre. Pero con esta saga he conseguido llegar al punto de desconexión respecto al material original. He aprendido a disfrutarlas como lo que son. Y lo que son tiene poco que ver con lo que hace Capcom, aunque sus últimas entregas estén tirando por derroteros relativamente similares.

¿Qué ocurre con esta quinta parte? Pues ocurre que pese a que, efectivamente, da lo que promete, lo da mal. Esto es algo cuyos síntomas empezaban a percibirse en la cuarta. El regreso de Paul W. Anderson a la dirección trajo consigo un exceso de orgasmo visual barato que amenazaba con convertir en cansino lo que hasta ahora era un placer culpable de serie B. Anderson es un megalómano a su manera. Algo así como un Michael Bay de mercadillo. Juega con presupuestos mucho menores y pese a no ser un director especialmente talentoso ni que sepa sacar provecho de las carencias, se lo juega todo a la baza del espectáculo por el espectáculo. Cuanto más grande parezca, mejor. Para un rato está bien, pero lo de esta quinta entrega ha llegado al tope de aguante. ¿Por qué? Pues porque en estas películas no pido argumentos dignos de Oscar, pero coño, sí algo que al menos nos lleve de un sitio a otro sin que parezcamos monigotes agitándose en una montaña rusa. Esa es la cuestión. En RE: Venganza (¿venganza de qué?) no hay guión. Cero patatero. Anderson se limita a jugar con la cámara y el ralentí juntando gazapo tras gazapo sin crear un minimo interés sobre qué carajo pretenden los protagonistas o hacía donde se dirigen. El ruido, cuando te lo venden de este modo, más que entretener pone dolor de cabeza.

Claro, también se entiende, cada vez más, que lo que pretende el director es que su amada esposa, Milla Jovovich, haga el pase de modelos pistola en mano cada dos años. Ojo, ninguna queja. Lo mejor de esta quinta entrega es ver andar, saltar, disparar, pegar, arañar y gritar a mujeres tan agraciadas como la citada o Sienna Guillory y Bingbing Li, en los roles jugones de Jill Valentine y Ada Wong, respectivamente. Y bueno, a muchos también les gustan las poses de machote de Michelle Rodríguez, que vuelve de entre los muertos y, para que no se quejen, con personaje doble. En el bando masculino se incorpora Johann Urb como un sosainas Leon S. Kennedy y repiten Boris Kodjoe como Luther West y Oded Ferh, al igual que Rodriguez, en resurrección vía papel doble.

Como viene siendo habitual con cada entrega, según se incrementa la cantidad de acción y patadas, disminuye la de terror y mordiscos. ¿Dónde están los zombis? Pues lo que era el buque insignia de la saga original, sus peligrosos muertos vivientes/infectados, ya casi no tienen presencia. Un poco al principio de zombis asiáticos y otro poco más tarde de zombi-soldados rusos, cuya presencia conjunta ocupa cinco minutos. Así que, los que busquéis seres podridos con ganas de comer carne humana, iros olvidando. Incluso la primera al lado de esta parece un festín propio de George A. Romero. No se me olvidan los plagios descarados al arranque de Amanecer de los muertos (2004) y a la búsqueda de la niña por parte de Ripley en Aliens, el regreso (1986).

Lo dicho. Si buscas acción, adrenalina, mucho ruido, ralentí y FX a tope de ordenata, cumple por acumulación, que no por eficacia. Y es que, no por ponernos poco exigentes con este tipo de cine y buscar únicamente mamporros y chicas guapas, debemos permitir que se pasen los mínimos exigibles de dignidad cinéfaga por los cojones.