The Factory

Seven, de David Fincher (1995), y El Silencio de los Corderos, de Jonathan Demme (1991), dos thrillers que no necesitan ningún tipo de presentación son, además, dos películas que redefinieron el género y, a su vez, lo perjudicaron. Suele pasar: cuando la sombra de algo es tan alargada, cuesta mucho salirse de ella. El Silencio de los Corderos ofreció, entre sus mil virtudes, al psicópata inteligente por antonomasia. Ante Hannibal Lecter no quedaba más remedio que cagarse en los pantalones. Seven, entre sus mil virtudes, demostró que el thriller podía poner los pelos tan de punta como la mejor de las pelis de posesiones o de muertos vivientes.

Y, por culpa de ambas, los noventa estuvieron plagados de thrillers con psicópatas: El Coleccionista de Huesos (The Bone Collector, 1999) de Phillip Noyce; El Coleccionista de Amantes (Kiss the Girls, 1997) de Gary Fleder; Resurreccion (1999) de Russell Mulcahy; Jaquel al Asesino (Knight Moves, 1992) de Carl Schenkel; Jennifer 8 (1992) de Bruce Robinson… y un largo etcétera.

Si en la enumeración anterior estuviera incluida The Factory no nos daríamos cuenta. La única diferencia con algunos de esos títulos es que hay entre ambos veinte años. Por lo demás, nada: lo protagoniza uno de los rostros más emblemáticos de los noventa, John Cusack (eso sí, con casi cincuenta años); es una producción de Dark Castle, que empezó sus andaduras por aquel entonces (House on Haunted Hill, William Malone, 1999), y cumple a rajatabla con todos los tópicos del género que Seven y El Silencio de los Corderos codificaron, para bien y para mal.

Mike Fletcher (John Cusack) es un policía obsesionado con que la desaparición de varias prostitutas y drogadictas no es casual sino la obra de un psicópata. Kelsey (Jennifer Carpenter), su compañera, intenta hacerle ver que su obsesión le está llevando a descuidar a su esposa y su hija de quince años, Abby (Mae Whitman), y sus peores temores se confirman cuando la pequeña desaparece y Mike tiene motivos para sospechar que se trata de la nueva víctima de su asesino (Dallas Roberts).

A partir de ahí, comienza la carrera desesperada de Mike por resolver el caso, y la del espectador por averiguar a) cómo va el policía a encontrar al asesino, y b) cuáles son los motivos del asesino para secuestrar a todas esas chicas.

Los motivos del asesino… bueno, a estas alturas, ya hemos visto de todo, ¿no? Desde traumas a pura diversión, pasando por venganzas personales o delirios de grandeza. Y las razones del psicópata de The Factory son unas más que añadir a la lista. Ni mejores ni peores que cualquiera vistas en el pasado. ¿Eficaces? Sí; ¿Interesantes? Ahí creo que ya entra el factor subjetivo. En mi caso, no lo fueron, y creo que no se debe dejar algo tan importante en una película de psicópatas como los motivos del mismo al arbitrio de la subjetividad, sino atarlos bien atados para que sean subyugantes y te arrastren durante los noventa minutos.

Y, sobre todo, a nivel argumental, me parece que The Factory flojea bastante. Avanza siempre dentro de lo previsible, sin salirse en ningún momento del molde. El guión es incapaz de generar tensión y de encontrar los huecos para que los personajes se desarrollen y evolucionen; de hecho, llega un momento en que es tan mecánico que sabes que si un personaje dice una cosa, pocos minutos después veremos que no era casual ese comentario. Este subrayado excesivo de determinados comentarios para poder sostener el avance de la trama puede llegar a sr realmente frustrante. Y es, sin duda, lo peor de todo el armazón: al llegar al tramo final, como buen thriller “noventero”, tiene guardado un as en la manga. Para justificar este giro, tiene lugar la típica secuencia de montaje de “todas las piezas encajan”. Bien: todo el giro está montado sobre estos comentarios aparentemente casuales pero forzados, resultando un final sorpresa bastante endeble.

Si John Cusack está de capa caída es imposible de saber, porque su personaje no daba para demasiado (aunque que haya decidido involucrarse en el proyecto puede dar pistas de cuál es su situación actual); que Jennifer Carpenter es un valor en alza es algo casi indiscutible; que las dos últimas películas de Dark Castle hayan tenido distribución doméstica (The Appartition, Todd Lincoln, 2012) o no se hayan distribuido casi (el caso que nos ocupa, editada en dvd/blu ray en Canadá, Australia, Suecia y Finlandia, por ahora) da también bastantes pistas de si la productora tiene o no el norte perdido; que The Factory tiene una factura técnica decente y, a pesar de todo, es entretenida como un telefilm, también. Y, sobre todo, es una película ideal para sentirte como Marty McFly y viajar al pasado… sólo que con la amargura de descubrir que Seven o El Silencio de los Corderos, ambas del pasado, al lado de The Factory, parecen del futuro; o sea, del presente.