In the house of flies

Como recordareis, In the house of flies era una de las integrantes más prometedoras de nuestro especial 20 películas con las que pasar un terrorífico 2013, siendo, por lo tanto, una de las películas más esperadas del presente año. In the house of flies ha sido premiada en numerosos festivales en categorías que van desde la mejor película, al mejor reparto o el mejor guión. Evidentemente era una película a la que me acercaba con muchísimas expectativas pero, sobre todo, con unas ganas enormes de poder experimentarla. Así que durante su visionado he procurado involucrarme al máximo con la trama, respirar cada segundo de In the house of flies. Y tras terminar su visionado creo haberlo conseguido. Empecemos por lo primordial: elogiar el fantástico trabajo de su director Gabriel Carrer, a quien recordareis por esa curiosa película de atmósfera ochentera titulada If A Tree Falls (2010). Os pongo en situación:

Junio de 1988. Heather y Steve son una pareja que se despierta encerrada en un sótano. Se encuentran rodeados de maletas cerradas con llave que contienen extrañas pistas ideadas por un psicópata que los tiene secuestrados. Con la ayuda de dichas pistas tendrán que superar una serie de pruebas si quieren salir con vida del sótano. El verano nunca volverá a ser el mismo.

In the house of flies es una película extrema en todos los sentidos. Primero nos permite abismarnos en esos empalagosamente hipnóticos créditos iníciales que os llenarán los oídos del más puro rock progresivo de principios de los ochenta, concretamente con el On the loop de Saga. A continuación nos traslada al habitáculo más profundo y oscuro de la vida: la casa de las moscas. Mi experiencia viendo In the house of flies tuvo momentos de todo tipo, pero ninguno de ellos divertido (de ahí la puntuación); desde la angustia más claustrofóbica - producto de la crudeza de la situación – , hasta la locura y la desorientación más absoluta.

Llega un momento en el que después de tanto zaherimiento contínuo al que son sometidos los protagonistas de la película - es decir, de tanta monotonía violenta – , quedas atrapado como si fueras una mosca aprisionada dando vueltas dentro de uno de esos planos circulantes que compone de manera magistral Gabriel Carrer. Dejas de pensar. Simplemente observas y giras con ellos hasta caer en redondo en el abismo de la locura. Completamente apartado del diálogo…, atrapado en una espiral de locura y pesimismo. Atrapado dentro del juego. Hasta que llega el final de la nada, un final que te descoloca completamente. Un final que no entraba dentro de tus planes y te incita a preguntarte: ¿dónde está la relevancia de un final así? Un final que incluso, por unos breves segundos, me hizo sentir atisbos de cierta decepción. Fue en los minutos póstumos cuando mi rebuscada mente, incapaz de encontrar y situar la relevancia del final, se puso a reflexionar en cada una de las sinuosas torturas que había presenciado con el objetivo de intentar cubrir todas las lagunas y completar la historia que tan encomiada había sido hasta entonces. Y lo consiguió…, resulta que ese final redundante era la clave de toda la película. La pieza central del puzzle. La respuesta a casi todas las lagunas que habían surgido y la base del mensaje central de la película. Porque en el fondo, lo verdaderamente terrorífico de In the house of flies no es perder “una pierna”, sino saber que ya no la tienes… ni la volverás a tener. El dolor físico viene y se va, pero el psicológico perdura; es perpetuo. Cada conversación era cierta, siempre lo fue; pero no eres consciente de ello hasta que te pones a meditarlo. Nuestra casa de las moscas no solo se cargó un pasado y un presente, sino también un futuro. Eso hace del final el verdadero GAME OVER de esta enorme película. Gran guión.

Y si el guión es de lo más plausible, el apartado técnico es aún mejor. Durante el visionado de In the house of flies nunca se nos muestra una violencia explícita. Simplemente vemos atisbos de dicha violencia. Tan solo sabemos lo crudo que resulta todo porque observamos un maquillaje, vemos unas ojeras dilatadas, una delgadez, unas magulladuras, unas ampollas… vemos a dos personas laceradas de “crueldad”, con un realismo capaz de dejar de piedra a cualquiera. Y si a todo ello le sumamos que a esas dos personas les dan vida dos grandísimos actores, el resultado final no puede ser otra cosa que brillante. Lo primero que me llamó la atención de In the house of flies fue la belleza de Lindsay Smith, y os aseguro que el cambio que experimenta durante la película es increíble. Y lo mismo digo de su fantástico y completamente desquiciado compañero, Ryan Kotack. Las degeneraciones de ambos personajes son absolutamente terroríficas. La casa de las moscas es la casa de la degradación humana al completo. Es tal el sufrimiento y el dolor, y la espontaneidad que se trasmite, que todo lo que ocurre después está incluso justificado, por muy rocambolesco que parezca. Por lo que puedo afirmar que ni la horrenda Kill List, ni la banal A Serbian Film (deletreo: b-a-n-a-l), ni idas de olla como The Human Centipede, ni chorradas rebuscadas como la saga Saw… ni ninguna porquería mal escrita han logrado que este servidor utilice la palabra “demoledora”. Esta es de las pocas ocasiones en las que me he visto obligado a hacerlo, sencillamente porque demoledora es el único adjetivo que conozco capaz de designar algo del calibre de In the house of flies.

Como ya comentaba antes, In the house of flies es una experiencia extrema en todos los sentidos. Cada plano de Carrer y cada gesto de locura son más que suficientes para obligaros a ver este pedazo de película. Quizá peque de monótona, y es probable que a muchos no os enganche; o incluso os acabe resultando una película algo hastiada. Pero quién se deje llevar por ese hipnotismo tan perturbador que trasmite, se encontrará con una de las joyitas más grandes que podrá disfrutar este año. Para mí, de lo mejorcito de 2013. Altamente recomendable.