Hansel y Gretel, cazadores de brujas

La cosa estaba complicada. Hasta ahora no había prestado demasiada atención a ninguno de los reboots o reinvenciones (o como demonios queráis llamarlos) entre juveniles, épicos, fantasiosos o crepuesculares de los grandes mitos de la literatura infantil que han invadido las salas de cine en los últimos meses. Blancanieves (Blancanieves y la leyenda del cazador), Caperucita Roja (Red Riding Hood), Alicia (Alicia en el país de las maravillas), el mago de Oz (Oz, un mundo de fantasía)… y muy pronto Jack el caza gigantes, de la mano del mismísimo Bryan Singer. Algunos de estos títulos me decepcionaron – la vacía Alicia de Burton -, otros, una vez vistos, me dejaron cierta sensación de indiferencia – la caperucita crepuscular de Red Riding Hood -, e incluso hubo algunos en los que no fui capaz de reunir la motivación suficiente para hacerles frente (quizás algún día… o no). Ahora le ha tocado el turno a Hansel y Gretel.

Tras ser abandonados por su padre en mitad del bosque, dos hermanos van a parar a una casa con las paredes recubiertas de chocolate y golosinas. En el interior de la casa habita una bruja malvada que pretende comérselos a ambos tras cebarlos debidamente. Los niños logran acabar con la bruja y, de paso, sellar su destino: Hansel y Gretel se convertirán en los más famosos y admirados cazadores de brujas de su época.

Dos fueron las razones que me llevaron a acercarme a la taquilla del cine más cercano y pagar la entrada para ver Hansel y Gretel, cazadores de brujas. La primera de las razones fue un segundo tráiler oficial que hacía hincapié en los aspectos más truculentos y en los momentos más gore de la película (sí… a veces soy tan simple como eso). El segundo, y más decisivo, tenía nombre y apellido: Tommy Wirkola. Para su salto a Hollywood, el director noruego, a quien siempre le deberemos la divertidísima Dead Snow (Zombis Nazis), confecciona un pastiche que incluye ajustados trajes de cuero, un arsenal de armas que no desentonaría en una nueva secuela de Men in Black, diálogos que parecen escritos por un Tarantino cualquiera en una mañana de resaca, algún que otro movimiento a lo Matrix, una pizca de romance, mucha acción, humor, dosis muy ajustadas de gore y kilos de maquillaje para intentar - sin conseguirlo – que la siempre espectacular Famke Janssen adquiera la forma de una repelente bruja malvada.

No es la primera vez que un pastiche de semejante calibre asalta nuestras retinas. En 2004, el director norteamericano Stephen Sommers ya hizo algo muy parecido, a nivel formal y conceptual, con Van Helsing, su particular reinterpretación del famoso cazador de vampiros. Sin embargo, mientras que Van Helsing me pareció un aburrido y prescindible ejercicio de pirotécnica visual, el Hansel y Gretel de Wirkola logra salir airoso en el único aspecto en el que un servidor le reclamaba resultados: capacidad para entretener. Es evidente que el guión de la película, obra del mismo Wirkola, se resiente de un análisis en profundidad. Juegan en su contra aspectos como la extraña relación ¿sentimental? que une a Hansel con la bruja blanca o esa absurda necesidad de ofrecerle al público un giro final inesperado que incluso modifique el sentido del cuento original. Pero todos estos defectos – que existen – se diluyen en cierto modo cuando pasados los noventa y pico minutos de rigor te levantas de la butaca con la firme sensación de haber disfrutado. De haber pasado un buen rato. Sin más…

Hansel y Gretel es una película tan efímera e intrascendente…, como divertida. Buen ritmo, disfrutables secuencias de acción, un humor chusco pero efectivo, brujas y villanos explotando por doquier, un troll que no sabes muy bien qué demonios pinta en todo este asunto, y un par de actores, Jeremy Renner y Gemma Arterton (Hansel y Gretel, respectivamente) que al menos tienen la decencia de aparentar – y seguramente así fuera – estar pasándoselo en grande. Puede que no sea una gran película… ni falta que le hace. Entretiene y divierte, que no es poco.