Stitches

Lo fácil en una cinta como Stitches sería empezar la reseña echando mano al registro de payasos terroríficos y psicóticos que nos han traumatizado durante años detrás de la pantalla. Desde el célebre Pennywise hasta la enésima aproximación cinematográfica a la figura del perturbado Gacy. No será este el caso, básicamente porque el psycho-killer al que da vida Ross Noble en Stitches tiene más del sarcasmo y los chistes malos de Freddy Krueger que del halo sobrenatural del IT de Stephen King. De hecho, la película en general le debe bastante a la pesadilla de Wes Craven en Elm Street: target de víctimas, personalidad del asesino, guiños al “Hypnocil”, motivos e incluso algún que otro pasaje onírico salvaje y sangriento que remite a los sueños invadidos por Robert Englund.

Siendo la venganza uno de los motivos recurrentes en los libretos de cualquier slasher al uso, McMahon – un tipo que deja patente su amor por el género y una más que destacable retorcida imaginación – no se rompe mucho en cambio la cabeza a la hora de hilvanar una trama simple que sirva de mera excusa para potenciar los tres pilares sobre los que se construye Stitches: el humor negro, el gore y la interpretación de Ross Noble. Cualquier otra lectura o expectativa ante una película de presupuesto y filosofía de serie B no se ajustará a las pretensiones reales de la cinta irlandesa, dejando al descubierto unas carencias a nivel técnico y, sobretodo, interpretativo, que no le dejan ser la obra definitiva de payasos asesinos (¡con culto sectario incluido!) que estábamos esperando.

McMahon marca el tono de la película desde el mismo prólogo, en el que Stitches se nos presenta como un sucedáneo del Capitán Spaulding: grosero, cínico, violento, borracho…una joya, vamos. Ese sentido del humor pasado de rosca está presente también en las escenas violentas y eleva la media de Stitches muy por encima de lo que cabía esperar a priori. Cada ejecución que lleva a cabo el resucitado clown es en sí misma una oda al gore como entretenimiento. Haciendo uso de los objetos y trucos propios del kit de payaso a domicilio, el director se recrea con habilidad en la crueldad de éste para torturar y asesinar a los estereotipados adolescentes que un día se burlaron de él y acabaron accidentalmente con su vida. Y no solo es aplaudible la imaginación para poner en escena esas estampas de sangre y vísceras, sino también el método usado para diseñarlas, ya que otro de los puntos a favor de la película es que tira del maquillaje artesanal antes que de CGI, lo que hace mucho más meritorio el resultado.

Ross Noble, un distinguido cómico británico, construye a un Stitches carismático y al mismo tiempo extremadamente repulsivo. Su comicidad es palpable en todos sus exagerados y caricaturescos movimientos y en un marcado acento inglés que hace del: “Everybody happyyyyy?” un chascarrillo casi de culto. La duración, otro acierto, 85 minutos que solo pesan en un tramo final algo alargado y más flojo que el segundo acto, el verdadero clímax cachondo de la película.

Ten cuidado Adam Green, le ha salido competidor a tu Victor Crowley.