Evidence

Un grupo de amigos, jóvenes y guapos ellos, se dirige en autobús hasta Las Vegas. Pertenecientes a distintos gremios del arte, sufren un accidente nada casual que les llevará a enfrentarse con un escalofriante asesino en serie que maneja un soldador de acetileno con siniestra soltura.

Tras la consabida masacre. La policía federal investiga las diferentes evidencias en forma de restos humanos y grabaciones en video y móvil, para intentar dilucidar qué es lo que ocurrió a las jóvenes víctimas en aquel desguace abandonado, donde fueron a parar tras el accidente.

Evidence es una película que no está mal, así de simple y con toda la ambigüedad que semejante afirmación conlleva. ¿Qué significa esto para un servidor? Pues que la hora y media que más o menos dura, cualquier aficionado poco exigente verá recompensada su inversión de tiempo con un entretenimiento satisfactorio, no superlativo, pero bastante decente para los tiempos que corren.

Pero, para el caso, ¿qué quiero decir con “cualquier aficionado poco exigente”? Bien, desde luego se trata de un concepto de perspectiva más que de experiencias o gustos. Aquí en Almas Oscuras solemos hablar de cintas de horror desde cualquier punto de vista, lo que implica coquetear con el drama, la ciencia ficción, la comedia o, en esta ocasión, directamente con el thriller. Entonces, estamos frente a una cinta que mezcla diferentes formas narrativas y estilos para ofrecernos un popurrí sencillo formalmente, pero con la suficiente enjundia y sello personal como para que el espectador curtido en esto del horror se sienta a gusto: tanto los amantes ocasionales, ya sea de la serie b como de las producciones de mayor corte presupuestario.

A saber, la mezcla contiene thriller al uso, investigación policial y una buena dosis de slasher – mi parte favorita, sin duda –. Todo ello representado en pantalla mediante grabaciones de cámaras – diga usted “found footage” – y un estilo de rodaje clásico. Pero no solo eso, digamos que cada lenguaje visual se centra en cada uno de los distintos géneros. Así la parte slasher está narrada merced a esas cintas y tarjetas de memoria de móviles halladas en la escena del crimen, mientras que la parte de investigación policial está rodada al uso. A este respecto me gustaría destacar que se produce cierto desequilibrio entre las partes; siendo tal vez la más interesante la que narra las desventuras y muertes de las víctimas. La más floja, por eliminación, vendría a ser la parte relativa a la investigación; conteniendo claramente hasta minutos de relleno. Como apuntaba Upiri, la intrascendente información que se nos lanza sobre el pasado del personaje de Stephen Moyer, por ahí de paso, demuestra y sintetiza lo endeble de un guión que, al menos, hacia su parte final prefiere lanzarse de lleno en la exageración para entretener al espectador.

Si por algo brilla Evidence sería por su puesta en escena de las partes tan distintas que la componen, la cual está por encima de los “found footages” actuales. Un sub(sub)género que en mi opinión está repleto de basura sobrevalorada: odio profundamente la sensación de mareo que me producen la gran mayoría de películas de este estilo. No obstante, se nota que su director, Olatunde Osunsanmi, ya tiene experiencia con este formato. Y es que estamos hablando, ni más ni menos, del director de La Cuarta Fase. Una cinta de cierto renombre que gustó y disgustó a partes iguales, pero que junto a ésta que nos ocupa, demuestra que su director apunta maneras e intenta imprimir su sello en lo que dirige; sin un éxito especial, todo hay que decirlo. En el caso del que suscribe, La Cuarta Fase pasó sin pena ni gloria ante sus retinas; por lo que supongo que mis expectativas con este siguiente título bajaron bastante aportándome una mayor perspectiva y, finalmente, un visionado más satisfactorio. Como siempre, los peligros del hype andan acechando avieso a los aficionados al cine.

Aquí, el guión de un jovencísimo John Swetnam – cuya obra previa sólo incluye la dirección y producción de un corto llamado “Evidence”, y con eso creo apuntar al enrevesamiento artificial del libreto –, se sustenta gracias unas actuaciones que no rayan el ridículo como en tantas y tantas producciones terroríficas: uno bellos y atractivos actores que ahora no me apetece analizar más allá de morderles las nalgas y aprobar su dedicación. Junto a ellos unas “veteranas” Dale Dickey y Rada Mitchell que, para que negarlo, están de mero relleno.

Otra pieza fundamental para mantener el interés sería la narrativa, que ya arranca con una escena en “slo-mo” capaz intrigar con mucho estilo al espectador– sin duda de lo mejor de la cinta –. Así que de partida tenemos un suculento misterio, para luego continuar con unas muertes, y su historia detrás, que junto a los investigadores federales debemos resolver mediante las grabaciones de varias cámaras, analizadas de forma algo aleatoria. Es decir, la narrativa no apuesta por una linealidad al uso, no es que arriesgue en demasía, pero cuando lo hace, acierta.

La puesta en escena resulta acertada igualmente. No estamos ante un desparrame de originalidad, pero algo tiene ese asesino con máscara de soldador gracias a la brutalidad morbosa que despliega. Ojo, la cinta no se prodiga en gore, sí que resulta divertido ver los efectos de un soldador de acetileno sobre la carne humana (aunque sea “off the record” o de tapadillo con una interesante visión nocturna); pero que nadie espere un festival de tripas y sangre, lo que por otro parte igual resulta hasta acertado. Recalco mi aviso: buena puesta en escena pero poca originalidad (el desguace misterioso perdido de la mano de dios, ¿a nadie le suena?).

La polémica está servida con el final de la cinta. No me voy meter en ello porque solo insinuar sería soltar unos “spoilers” de aúpa. Aparte de las múltiples incoherencias a lo largo de su cortito metraje, el final es algo farragoso: como si le hubiese faltado a su escritor más tiempo para desarrollarlo. Vamos, que si la parte troncal intenta mantener la tensión de una forma deudora del cine slasher más serio, su conclusión argumental tira más hacía el thriller policial más barato y palomitero que conozco. Eso sí, haciendo una suspensión de crédito disfrutaremos con las locuras que se nos presentan (muy en la línea de rescatables series b recientes como “No One Lives”). Mi queja, sobre todo, va dirigida más bien a como se nos presentan los giros de guión de sus últimos diez minutos, que lo que suponen estos en realidad. Me divirtieron, lo reconozco. También notar que desde luego no me los esperaba; y me cuesta creer que alguien se lo espere. Son bastante retorcidos por imposibles; así que es normal no olerse la tostada. ¡Vamos, que nos engañan de mala manera!

En definitiva, una cinta que merece un visionado tranquilo y controlando las expectativas. Se alza por encima de la media de lo que habitualmente nos ofrece nuestro amado cine de género, gracias también a un presupuesto bien aprovechado. Además, al no ser un “found footage” puro, podemos descansar de tanto en tanto de las típicas escenas moviditas, oscuras y mareantes, de las que también hay una buena dosis. Animaos a echarle un vistazo en cuanto tengáis un ratillo, porque su estreno en España lo veo complicado.