I Spit on Your Grave 2

El cine sobre justicieros y venganzas es una de mis debilidades. De ahí que el denominado rape & revenge, variación potente de dicha temática, llamara también mi morbosa atención. Es cierto que, en ocasiones, se trata de películas tan sucias e incluso malintencionadas que uno se pregunta qué interés puede haber en el visionado. Pero en otras ocasiones, cuando las cosas están bien hechas, el proceso sucio de las inevitables vejaciones al que son sometidos los personajes, generalmente femeninos, sirve para que cargar las pilas de cara al acto posterior: la venganza. En mi opinión, cuando el segundo es igual o más duro y cruel que el primer acto, es cuando nos encontramos ante un rape & revenge digno. Será que me implico moralmente en la reseña, pero no puedo evitar sentir desprecio (y aburrimiento) cuando se dedican a centrarse en lo primero. Por ello, nunca consideré La violencia del sexo (1978) una obra puntera dentro del subgénero salvo por su obvio valor nostálgico. Una hora larga de vejaciones malsanas y apenas veinte minutos de revancha mucho más soft me echan para atrás. Esto fue algo que mejoró, y mucho, el estupendo remake de 2010.

I Spit on Your Grave (2010), o lo que es lo mismo Escupiré sobre tu tumba, constituye todo lo que busco en un buen rape & revenge. De hecho, se trata de uno de los más completos y contundentes realizados hasta la fecha. El director Steven R. Monroe dosificó perfectamente los elementos regalándonos un final de fiesta brutal, pleno de gore y rabia. Directa y sin hacer demasiado caso de moralinas baratas, fue todo un éxito en DVD, Blu Ray y VOD, por lo que Monroe no tardó en confirmar que él mismo se encargaría de la secuela. Desgraciadamente, esta vez no ha dado en el clavo.

Jessica acaba de instalarse en Nueva York, donde, al igual que muchas otras jóvenes trata de hacer carrera como modelo. Pero en su primera sesión de fotos en la gran ciudad termina siendo brutalmente violada y torturada. Creyéndola muerta, Jessica es enterrada viva, pero contra todo pronóstico, se las arregla para escapar con vida de su tumba. Ahora exigirá su venganza…

Como es evidente, la sinopsis no tiene ningún destello de originalidad más allá de cambiar el típico escenario rural y a los paletos por la gran ciudad y urbanitas. Tampoco es necesario. Este subgénero siempre se ha caracterizado por las formas más que por el fondo. Claro que hay casos más o menos recientes donde se ha buscado una mayor originalidad en el planteamiento narrativo, como en la excelente Irreversible (2002) o en la interesante La piel que habito (2011). Monroe en la primera no buscaba eso, y la jugada le salió redonda. Pero, para la que nos ocupa, debieron pensar que vendría bien añadir dos subtramas, una policiaca y otra religiosa, ambas de nulo interés. Pensó que sería mejor centrarse, durante toda la primera hora, en las vejaciones a las que es sometida nuestra nueva victima, la preciosa Jemma Dallender. De hecho, su presencia y buena interpretación es lo que hace que esta primera hora sea más o menos soportable. Y no lo digo por la dureza de que vemos en pantalla, pues para cualquier lector de Almas Oscuras un poco curtido será poco impactante, sino porque alargar tanto la situación desemboca en aburrimiento.

La venganza se hace esperar, y cuando llega, allá por los últimos veinte minutos, se convirte en un precipitado camino de dolor. No desmerece, en brutalidad, a la primera entrega. Ahora bien, su acelerado devenir no es un buen ingrediente. Tampoco que inserten entre tortura y tortura las innecesarias subtramas que no llevan a ningún lado. Salvo, en todo caso, para terminar con una moralina igualmente innecesaria. Por lo demás, hay una buena ración de gore e instrumentos maquiavélicos para hacer daño a los malos. Buenos efectos de maquillaje y cierto riesgo en la explicitud de algún que otro contenido: atención sobre todo a una de las ejecuciones, que hará que más de uno se proteja los testículos.