Grand Piano

Me encanta tragarme mis palabras, sobre todo cuando no son positivas… Confieso que entré en la sala siendo un mar de reticencias, con poca o ninguna confianza en que las premisas que conocía de este film funcionasen a lo largo de su metraje. Además, la firma de Rodrigo Cortés en la producción, con dos películas notables a sus espaldas (El concursante y Buried) pero también responsable en gran medida del ladrillo que era Emergo, no llegaba a endulzar la decepción que para mí supuso el anterior trabajo del director Eugenio Mira: la plúmbea Agnosia. Ambos nombres me sugerían que vería un ejercicio de estilo a la manera Norteamericana, visualmente solvente y completamente vacío, correcto y olvidable a las pocas horas. Nada más lejos de la realidad: Grand piano funciona y afina en cada nota de cine que produce; es entretenimiento puro, vacio y tramposón pero tan absolutamente bien ejecutado que roza, y en muchos casos supera, lo memorable. Me como mis palabras y comienzo los aplausos…

Elijah Wood es Tom Selznick, un pianista que regresa a los escenarios tras 5 años de retiro. Y lo hace por la puerta grande, interpretando una de las piezas más complicadas escritas para piano y orquesta, pieza cuyo autor fue, además, su mentor. Un exorcismo para su miedo escénico preparado por su esposa, una famosa actriz (Kerry Bishé) que desea que su marido recupere la seguridad en sí mismo. Nada más iniciar el concierto, con un lleno absoluto y un público expectante, una nota escrita en la partitura le anuncia que cualquier error que cometa o cualquier intento de llamar la atención significará una muerte segura para él o para su mujer. Sin poder detener la actuación y aislado ante la multitud emprende una comunicación secreta con su misterioso acosador (John Cusack) mientras sus dedos recorren frenéticamente las teclas del piano… Sin duda está ante el concierto de su vida y, si no se aplica, también el de su muerte…

La idea inicial de Grand piano nos recuerda a otras cintas de individuos incomunicados y enfrentados a un enemigo invisible pero con voz casi omnipresente. Colin Farrell en Phone Booth (Última llamada) o Johnny Depp de Nick of time (A la hora señalada) serían parientes muy cercanos de nuestro sufrido pianista; al igual que en éstas un espacio amplio se transforma, por la magia del cine, en un claustrofóbico nicho del que protagonista trata desesperadamente de salir ante la indiferencia de una multitud presente (aunque invisible ya que Mira apenas nos da planos de ellos) y también, como en las anteriores, el espectador contempla con impotencia como los intentos de escapar de la situación van, uno por uno, siendo neutralizados mientras el cronómetro sigue su rumbo…

Pero donde nuestra cinta repunta y destaca sobre cualquier producto similar es en su apabullante despliegue de realización. Eugenio Mira logra un espectáculo cargado de dinamismo y planos sorprendentes en un ejercicio narrativo que nos remite a Brian de Palma y a Alfred Hitchcock. Un espectáculo que nos hace rápidamente olvidar todo lo forzado de su premisa inicial y logra dejarnos al borde de la butaca, completamente entregados y en tensión, con el tira y afloja entre pianista y atacante. Actor y director han logrado algo que en principio se antoja imposible: hacer de un concierto de música clásica un espectáculo de acción.

Una fotografía impresionante con un telón rojo de fondo y un espacio escénico que huele a thriller clásico, nos transportarán mentalmente a la época dorada del suspense y no será extraño que a ratos recordemos El hombre que sabía demasiado, Los 39 escalones o el partido de tenis de Extraños en un tren, junto con guiños a títulos más cercanos como los ya mencionadas arriba o, también, El abogado del diablo y Snake eye´s.

Los aciertos narrativos del film son incontables: desde un degüello que se resuelve metafóricamente en un chelo rasgado por un arco, a unos aplausos creados con lluvia cayendo sobre un tejado, o apoteósicos planos generales que cierran frenéticamente en planos detalle creando una tensión y alarde sólo a la altura de directores consagrados…. Poco importará que la trama sea previsible, que el espectador intuya las intenciones del francotirador, que sepa qué se esconde en su insistencia por la maestría, o adivine el estado en el que terminará nuestro protagonista, tampoco tendrá peso lo insustancial y acartonados que sean nuestros secundarios: estaremos hipnotizados por el ritmo que impone Mira a la cinta.

El otro responsable del éxito de la aventura es sin duda alguna Elijah Wood; en una interpretación afinadísima demuestra nuevamente lo bien que le sientan los personajes con un punto neurótico. Gracias a una meticulosa preparación del papel, el manejo del actor del piano, dota de una veracidad al personaje fundamental para el éxito de la aventura. A este respecto, me aseguran que su dominio de la teclas no es obra de la infografía, aunque apuesto que la cabeza de Wood ha sido integrada en el cuerpo de algún pianista virtuoso en algún plano… porque hay momentos que parece el mismísimo Glenn Gould. Resumiendo: Wood está magnífico. A John Cusack apenas le veremos y la verdad es complicado calificar su actuación, pues la mayor parte del tiempo que hable (será una voz en off) estaremos más pendientes de que las acciones en pantalla que del contenido de la conversación, pero los registros de su voz son perfectos para ponernos cardíacos, sobre todo durante la interpretación de la famosa La Cinquette…

Por cierto, las composiciones musicales de la película (que creo que se han creado ex profeso para el film) son también fantásticas y vienen a confirmar la maravillosa factura que envuelve a todo el producto desde sus créditos iniciales a la conclusión.

Los secundarios, como ya apuntaba, son harina de otro costal: meras excusas para un par de trucos de guión que resultan, a ratos, chirriantemente cómicos. Algo que contrasta con el tono general de la obra y que no termina de cuajar: especialmente fallidos me parecen la pareja amiga de la novia, que responden al estereotipo de guapos pero tontos hasta límites innecesarios.

A pesar de tener un descenso de interés en su segunda mitad (que viene a coincidir con la segunda parte de la interpretación de la partitura), el nivel de intensidad logrado hasta ese momento logra sujetar eficazmente la cinta hasta su conclusión.

Todo tiene un precio, y en Grand piano la diversión pasa por eliminar la verosimilitud de la trama. Ningún concierto de música clásica ni ningún interprete real pasarían este camino de espinas con éxito; y nadie es capaz de tocar de modo magistral con un tío dándole la barrila por un pinganillo mientras le apunta con un arma… y Wood no se limita a hacer sólo eso, es un auténtico multitarea. Tampoco se sujeta bien en Macguffin que alimenta esta máquina… pero qué más da, todo eso son datos menores cuando te lo pasas pipa frente a una pantalla de cine… pero si eres de los que no pasan ni una, y además tocabas o aún tocas el piano puede (sólo puede) que no entres en la cinta, y entonces dudo que la disfrutes tanto como hizo este que suscribe…