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Noche y muerte. 20:30 Sala B

Un relato de Manu

Me siento en la tercera fila. Es imposible saber dónde se sentó ella , pero esta fila está bien. Cerca de la pantalla, donde se ubican los dos únicos y viejos altavoces; lejos de la puerta de entrada, que chirría.

Espero.

Se oyen pasos en alguna otra parte del cine, pero no en esta sala. Estoy en el sótano. En la sala grande exhiben un estreno americano. Sería una exageración decir que había cola, pero al menos se percibía un cierto revuelo. En la sala “B” se oyen, se sienten, sus pasos: el techo, el suelo que ellos pisan, tiembla, a pesar de la moqueta.

¿Por qué vendría Alicia a ver una película como “Noche y Muerte”?

Su compañera de piso, Elena, estuvo a punto de acompañarla, pero en el último momento se lo pensó mejor. También me dijo: “es enfermizo seguir los pasos de tu exnovia por toda la ciudad”.

Puede ser, pero aquí estoy, ¿no?

Los altavoces tiemblan, como si acabaran de hacer contacto.

Pero no se apagan las luces ni suena ninguna canción ni se proyecta nada en la pantalla que, por cierto, tiene una esquina sucia y doblada hacia adentro.

La puerta de la sala cruje al abrirse: parece que no voy a ser el único espectador.

“Noche y Muerte” es una película francesa que, asegura, coge los códigos del cine de terror adolescente, los desnuda del efectismo del género y los trasmuta para convertir la historia en un romance apasionante. Y en cine con mayúsculas, según un crítico de un importante periódico nacional.

No veo qué interés pudo tener Alicia en verla. Ella es de cómics, adaptaciones de cómics y largas sagas de fantasía… Incluso físicamente parece un dibujo animado japonés de carne y hueso.

Yo… yo sí soy un amante del Cine en Mayúsculas. Detesto lo futil y lo accesorio. En mi vida, siempre he buscado lo imprescindible y trascendente.

Creía, por ejemplo, que mi relación con Alicia era irremplazable, única, valiosa. Ingenuo de mí. Pensaba que tenía una joya.

Suena una radio.

¿En serio?, pienso, cabreado, ¿de verdad, quien quiera que haya entrado en la sala, ha puesto su puto mp3 en alto mientras empieza la película?

Noto cómo está a punto de tener lugar uno de mis ataques de ira. Uno de esos que Alicia tanto detestaba cuando estábamos juntos.

Me agarro al reposamanos de la butaca y me giro…

…y me detengo en seco.

Juraría que el otro cliente de la sala es un mendigo. Lleva un abrigo de mujer, sucio y roído. Su pelo, ralo y largo, cae sólo por un lado de su cara, llena de manchas negras y restos de comida. Sostiene una vieja radio que se está quedando sin pilas en el regazo.

Se ha sentado en el otro cuerpo de butacas. El pasillo central nos separa.

Vale, quizás es un mendigo, y tal vez está loco. Pero eso no le da derecho a estropearme la proyección (es más que una proyección, ¿recuerdas? Es un paso más en mi proceso suicida de reabrir todas las heridas y dejar en carne viva mi última pero más auténtica relación). He pagado una cantidad desorbitada, en comparación con la calidad del pase al que voy a asistir, así que…

Termino de darme la vuelta y mi butaca cruje.

El mendigo reacciona. Mira en mi dirección, pero no hacia mí.

-¿Hola? ¿Quién hay? ¿Quién es?

No entiendo nada. ¿Es ciego?

El mendigo apaga la radio antes de decir:

-¿Eres tú, Diablo?

No sé qué encierran esas tres palabras, pero un escalofrío me recorre la espalda.

Sin soltar el reposabrazos, intentando no hacer crujir otra vez la butaca, me pongo en pie. De repente, quiero salir de esa sala; no creo que sea capaz de disfrutar de la película con ese hombre, y…

Las luces se apagan. Comienza la música de los anuncios.

Todo ello parece serenar al mendigo. Se vuelve hacia al pantalla. Cualquiera diría que se recuesta en el asiento, cómodo.

Ahora, desde mi sitio, da hasta un poco de pena: es un sin techo, sólo eso. Seguramente, sólo quiera dormir un rato sobre una superficie blanda.

Sigo sin entender por qué vino Alicia a ver esta película: 16 milímetros, blanco y negro, versión original.

Si estuviera aquí, conmigo, este comentario hubiera supuesto una pelea. Ella me habría echado en cara que tiene sensibilidad y cultura, que es capaz de apreciar distintas manifestaciones artísticas. Y yo le habría replicado que lo sé, por supuesto, pero ella habría notado que no estoy siendo sincero. Que me parece que ella puede entender el Arte con Mayúsculas racionalmente, por formación, por inteligencia, pero que no es capaz de sentirlo.

Quizás, por eso vino a ver esta película. A lo mejor, no ha sido tan intangible esta relación, y he dejado huella en ella… pero, si fuera así, me lo habría hecho saber. Un mensaje, una mención aparentemente casual en alguna red social, sólo para que yo me enterase…

Saco el móvil. Me digo a mí mismo que sólo voy a confirmar que lo he dejado en silencio, pero la verdad es que voy a comprobar algo… no el último mensaje que le mandé no ha sido entregado.

Facebook: su última actualización es de hace dos días, a las siete de la tarde. “Al cine, a desconectar un rato”, escribió. Luego, vino a este mismo pase, a las ocho y media.

Cuando esta mañana fui a su casa, Elena, su compañera de piso, acababa de volver del gimnasio, y Alicia debía haber pasado la noche fuera porque no estaba allí.

Creo que me encuentro en el último lugar en el que se sabe con seguridad que estuvo.

Marc y Marie son dos adolescentes que sobreviven a una matanza en su propia casa, donde son masacrados sus padres y el personal de servicio. Al trauma por la violencia y la pérdida de los seres queridos, se suma el descenso de clase social: pasan de vivir en una exclusiva urbanización de las afueras de París, al centro sucio e inseguro, en un albergue para huérfanos. Marie teme que el asesino siga buscándoles para acabar lo que empezó; Marc empieza a ahogar sus miedos y penas en alcohol y drogas. Por suerte, el amor redentor siempre interviene en el cine, aunque en este caso sea en forma de incesto…

Estoy a punto de romper a llorar.

Quisiera ser Marc o Marie. Quisiera que Alicia y yo fuésemos ellos dos. Me merezco amor, es así de simple.

La proyección se detiene. La pantalla se queda en negro. No se encienden las luces de la sala, por lo que doy por hecho que el personal del cine no se ha dado cuenta.

Estoy llorando.

Oigo al mendigo revolverse en su butaca. Si no sale él, lo haré yo cuando no se note que se me han saltado las lágrimas.

Porque ahora mismo quiero continuar regodeándome en mi mierda.

¿Qué sintió Alicia en el momento de la película previo a este parón? ¿Algo parecido a lo que yo estaba sintiendo?

El mendigo enciende la radio. Alguien hace algo tras la pantalla.

Tal vez, han cortado la proyección por algún problema, y hay un técnico detrás…

Me fijo en la esquina sucia y doblada hacia adentro. Alguien tira de ella desde atrás y continúa doblándola, como si fuera la tapa de una lata. Se dobla lo suficiente como para dejar a la vista una puerta.

Desconcertado, intento encajar con rapidez lo que estoy viendo…

…y puede tener sentido, ¿no?

Estoy en el sótano. Si detrás de la pantalla hay una puerta, debe dar a la calle. No hay nada raro en eso.

Puede que la esquina se haya doblado sobre sí misma por algún sistema de cuerdas y poleas oculto a la vista, que se utiliza para poder entrar o salir de la sala por parte de los técnicos, en el caso, como el actual, de que se produzca algún problema con la proyección.

Tiene sentido, ¿verdad?

Miro al mendigo. Se ha incorporado un poco en su butaca. ¿Sonríe? ¿O es sólo una mueca de disconformidad?

-Diablo, ¿eres tú? Estoy aquí. Ven.

Le ha hablado a la pantalla.

La puerta de detrás de la pantalla se abre. No me atrevo a mover ni un sólo músculo.

Un extraño ser se descuelga por el marco, y repta por la pared hasta llegar al patio de butacas. Instintivamente, levanto las piernas. No quiero que eso continúe reptando por debajo de las butacas y me roce, aunque sea por error.

Pero no tengo de qué preocuparme. Se pone en pie.

Pudiera ser humano, si no fuera porque es exactamente la mitad de ancho que la persona más delgada que haya conocido nunca. Y su piel, blanca, translúcida, es extraña. Inestable. Todo parece fluir y revolverse bajo ella. Da la sensación de que un pequeño corte puede provocar que todo aquel huracán subcutáneo se dispare.

Es más ágil cuando repta que cuando camina. Se mueve con torpeza por el pasillo central. El mendigo emite extraños ruidos y jadeos, y el recién llegado parece seguirlos.

El mendigo se pone en pie. Deja encendida la radio y camina hacia el pasillo. La música parece ser una fuente de audio más fiable para el ser, que se dirige con un poco de más fluidez hasta el mendigo.

Se encuentran. Se abrazan.

El mendigo parece volverse un niño pequeño en brazos de su madre; el contacto con la criatura le hace sangrar por la nariz, las orejas y la boca. Sin embargo, no parece importarle. Está en un regazo cálido y maternal.

No lo había pensado hasta ese momento, pero la criatura es claramente femenina, aunque no sabría decir por qué.

Tampoco sé cuánto tiempo puedo aguantar sin hacer ruido y que alguno de ellos se dé cuenta de que me encuentro aquí. Estoy aterrado, y absolutamente seguro de que el personal del cine no va a venir. Esto está sucediendo al margen de la proyección de “Noche y Muerte”.

El mendigo ha perdido tanta sangre que parece que fuera a desfallecer. El ser le sujeta con fuerza.

La radio sigue sonando. En algún momento, las pilas se descargarán completamente, y en ese entonces…

…no habrá música. Mientras tanto, la hay. Un colchón sonoro. Puede que oculte mis pasos, que camufle mi presencia.

Bendita sea, también, la moqueta mugrienta que envuelve toda la sala. Salto la fila de asientos, y aterrizo en el suelo de la siguiente. La música y la moqueta sucia, efectivamente, me cubren. El ser y el mendigo siguen fundidos en un abrazo.

Sigo saltando filas; es más complicado, pero me niego a ir por el pasillo central. Allí están ellos, allí siguen ellos…

El sonido proveniente de la radio se derrite como una loncha de queso en un sandwich, y desaparece.

Me detengo. Me quedo congelado.

Me vuelvo a ellos. Siguen abrazados…

¿Siguen abrazados?

El mendigo me da la espalda. Parece que rodea con sus brazos al ser… pero no: está solo. Abraza aire. El ser aparece ante mí. Se materializa ante mis ojos, saliendo de la nada. ¿Eso que abre es una boca, o sólo un agujero que ha quedado en su carne después de que alguien le haya arrancado alguna protuberancia?

Lo que sí es un grito es lo que surge de sus entrañas.

**

Alicia me contó una vez que se desmayó en mitad de la calle. Había salido la noche anterior hasta tarde, y había bebido mucho. El alcohol deshidrata. Era verano. Se levantó, no tomó ni un solo vaso de agua, y salió a la calle hacia una tienda donde firmaba libros George RR. Martin.

Dijo que mientras estaba inconsciente, le pareció estar en una montaña rusa.

Yo, ahora mismo, estoy en el barco de mi tío. Era pescador y de niño me llevó alguna vez con él. No me gustaba, me mareaba.

Abro los ojos justo cuando el mundo entero se tambaleaba tanto que estaba a punto de darse la vuelta.

Tumbado en el suelo, boca arriba.

Techo a dos aguas. Madera. Vigas vistas.

Intento incorporarme, pero algo me mantiene pegado al suelo.

Tiro. Lo consigo. Algo pegajoso resbala por mi espalda: mermelada, miel, o…

¿Mermelada? ¿Miel? ¿En serio, tío? Miro: sangre y materia pseudo sólida. Vomito al instante, todo lo que puedo y más.

-Eres tú…

Levanto la vista. Oigo su voz, reconozco su voz…

…y odio volver a saber de ella en este lugar infecto. Huele nauseabundo. Ganchos cuelgan del techo; algunos aún gotean sangre. Paredes y suelo están cubiertos de lo que antes fueron seres humanos. Y la capa de fango sanguinolento oculta… más movimiento. Algo se revuelve bajo los restos putrefactos, y lo hace con el mismo ritmo que lo que había dentro de la piel de la criatura.

Alicia está en una esquina, saliendo de debajo de una manta de vísceras y jirones de piel. Tras el maquillaje de sangre que cubre su cara, puedo ver que está aterrada.

Yo también.

Y no lo pensamos. Corremos el uno hacia el otro y nos agarramos, como si estando juntos se multiplicasen por mil las posibilidades de salir de allí con vida.

Como si los últimos segundos de nuestras vidas se volvieran, así, mucho más valiosos. Como si aún estuviéramos saliendo.

-Creía que iba a morir aquí sola…

-Shhhh… tranquila.

-Habla más bajo. Es ciego, pero tiene el oído muy sensible.

Miro alrededor: hay dos posibles entradas, una ventana y una puerta. Ya lo he visto reptando en una ocasión, puede entrar por cualquiera de ellas.

-¿Dónde estamos?

-No lo sé. Pero no se puede salir.

-¿Has intentado pedir ayuda?

-Sólo conseguí que eso volviera. Se alegró de que estuviera despierta. Se excitó…

-¿Cómo que se excitó?

-Que se excitó.

-No lo entiendo. ¿Cómo puedes saberlo…?

Alicia evita mi mirada. ¿Soy torpe por no entenderlo?

-Me robó algo. Cuando… cuando te abraza, su piel absorbe algo tuyo.

-¿Cómo lo sabes?

Alicia me mira, furiosa.

-Me gustaría no saberlo. Y sería una hija de puta si te dijera que ya lo averiguarás: ojalá no te dé ningún abrazo.

-Lo siento, Alicia. Lo siento, lo siento mucho… Tenemos que salir de aquí.

Me separo de ella y me dirijo a la puerta. Tengo que tener cuidado con no resbalar. Efectivamente, la puerta está cerrada. Me vuelvo y veo a Alicia desde allí, con cierta perspectiva: está cubierta de sangre, entre sus cabellos hay trozos de carne y hueso, y en sus ojos está escrito “ayúdame, por favor”.

Las situaciones de riesgo son así: si las gestionas bien, pueden unir a dos personas para siempre.

Nos sentamos juntos en una esquina. Ante nosotros, todo ese lodazal sanguinolento.

-¿Qué es lo que pasa con su piel?

-Cuando vino hacia mí, me asusté. Sólo podía pensar: haz como el mendigo. Si quiere, deja que te abrace. Debía de ser lo que menos daño me hiciese.

-Nadie tendría que pasar por algo así…

Coge mi brazo y lo pasa por encima de sus hombros. Aprieto; nos abrazamos.

-Es asqueroso. Pero…

Vuelve a tener esa mirada. No le veo los ojos, pero sé que la tiene.

- Antes de tocarlo – continúa -, estaba convencida de que moriría en esta habitación. Después, me sentí muy débil, pero ya no sentía la muerte tan cercana.

-¿Crees que es venenoso?

-No.

Nos quedamos callados. Mirando al frente sin realmente fijarnos en lo que tenemos delante.

Hacía mucho tiempo que no la tenía al lado, que mi cadera no rozaba su pierna, que su mano no agarraba mi cintura. Todo lo que he hecho durante estos dos últimos meses para conseguir esto… Todo por lo que he pasado esta noche habrá valido la pena si, cuando salgamos de aquí, estos leves roces no se quedan en un episodio aislado.

El cobertizo cruje.

Alicia se tensa. Yo también.

- Me alegro de no estar aquí solo – le digo, y es verdad.

-Y yo.

No sé cuánto tiempo pasa. Quiero quedarme aquí el resto de mi vida, al lado de Alicia, pero también quiero salir ya de aquí. Los días que ha estado sola, temiendo que ese engendro apareciese de nuevo, han tenido que ser una locura.

-¿Y el mendigo? ¿Quién es? ¿Qué pinta en todo esto?

-No lo sé, pero creo que se encarga de atraer gente para… eso. Lo he visto alguna vez, alrededor de la Gran Vía. En una ocasión, le pidió a mi compañera de piso que le comprara un bocadillo. Elena lo hizo, y luego él le dijo que, si quería, podía invitarla al cine. Ella dijo que no, claro. Ahora, esa anécdota tiene un significado completamente distinto.

-Sin embargo…

Me remuevo en mi asiento, me amoldo aún más a la silueta de Alicia. Le digo:

-…es como si se quisieran. A lo mejor, es sólo el efecto de la piel de esa cosa pero, antes, les he visto abrazarse. De verdad: parecía que se amaban.

No sentencia Alicia-. Ese bicho le controla. Eso no tiene nada que ver con el amor.

Una gota.

Una agradable brisa.

Una nube que tapa un poco el sol abrasador.

Las tormentas se desatan con un leve matiz.

El amor no tiene nada que ver con la posesión. Alicia me ha echado en cara mil veces eso. Es el motivo primero y último de todas nuestras desgracias.

Donde ella ve posesión, yo veo amor. Donde ella ve libertad, yo veo una noche llorando, huracanado, porque ella prefiere estar con otras personas antes que conmigo.

Me separo un poco. Toso, intentando disimular la nube negra que nubla mi cara.

-Hay que salir de aquí.

Apenas tengo voz. Me pongo en pie. Me acerco a la ventana; inspecciono de nuevo, aunque ya sé que está sellada con clavos.

-¿Qué te pasa?

Niego. Voy hacia la puerta. Casi resbalo con un trozo de seso, pero consigo mantenerme en pie.

-Estás temblando, tío. ¿Qué…?

Grito. Aullo.

Corro hacia la ventana, levanto el brazo y lo descargo contra el cristal.

Esquirlas rajan mi piel y mis venas. Comienzo a derramarme, pero entra algo de aire y he eliminado un poco de ira. La que me queda, puedo controlarla.

Me vuelvo a Alicia, exhalando rabia.

-¡No tienes derecho a hablarme así! ¡Yo te quiero! Y, porque te quiero, te he buscado por toda la ciudad, te he encontrado y, ahora, voy a salvarte.

Añado, como un esputo:

-Desagradecida.

Creo que le he hecho daño, pero es lo que intento.

Empiezo a ser consciente de que se oye… el ruido del tráfico. Entra por la ventana. Quito los cristales que aún quedan y miro hacia afuera.

No doy crédito. Estamos en pleno centro de la ciudad. En la azotea del cine. Abajo, la Gran Vía: la gente que corre, las bolsas de los comercios. Lluvia. Noche.

Vamos a salir de aquí. Podemos salir de aquí.

La ayudo a cruzar la ventana.

La azotea del cine no tiene barandilla, el suelo que pisamos se convierte en fachada vertical solo unos metros más adelante.

Bordeamos el cobertizo: abajo, el callejón al que dan las salidas de emergencia de la sala.

Contenedores, bolsas de basura, cagadas y meadas de perro.

¡Escaleras de incendios!

Instintivamente, me vuelvo y tiendo la mano a Alicia. Instintivamente, ella la agarra. Nos miramos; Alicia: esto no significa nada, sólo estoy asustada.Yo, aferrándome a la poca dignidad que me queda: tranquila, voy a soltarte cuando estemos abajo.

Bajamos. Con prisas, con ansia por sentirnos fuera del alcance de ese ser. Cautos: puede estar en cualquier lado.

Entre el último peldaño de las escaleras y el suelo hay como tres o cuatro metros de distancia. Hay que saltar, pero también hay varias bolsas de basura en el callejón, que serán nuestro colchón.

Suelto la mano de Alicia.

Ella cierra los ojos y da un paso al frente. Cae. Una bolsa se rompe. Se desparraman palomitas. Alicia rueda hasta una esquina.

Dos segundos inmóvil.

Se apoya en un brazo, luego en otro, y se incorpora. Repiro aliviado. Después, ella grita; me mira a mí, mira las bolsas de basura.

Algo se revuelve bajo las bolsas de basura. El mendigo. Ha perdido todo rastro de afabilidad. Emerge de entre el amasijo de plástico negro y se lanza a por Alicia. La agarra del brazo, la zarandea, la lanza contra la pared, se escucha el crack de su cabeza contra el muro…

…y yo me vuelvo insensible; salto al callejón, se me clava algo que hay en una de las bolsas, pero me da igual, porque ya tengo heridas en el brazo y he podido seguir avanzando, y ese hombre no va

a volver a ponerle la mano encima a mi chica… no me ha visto llegar, así que le agarro del pelo, su cabeza hacia atrás, y tiro como si la piel fuera una máscara; no lo es, a juzgar por sus gritos.

Alicia también chilla.

No me extrañaría que la muy zorra pensase que esto que estoy haciendo por ella también es reprochable.

Corre. Avanza por el callejón hasta llegar a la Gran Vía.

-¡Socorro! ¡Ayuda, ayuuuuuuuuuda!

El mendigo ha desfallecido. Paso por encima de él y, cuando voy a seguir los pasos de Alicia, descubro que no puedo moverme. Algo me inmoviliza.

El ser…

Pero no me da miedo. Estoy envolviéndome en su calidez poco a poco. La sensación me recuerda a cuando mi madre, de niño, me llevaba a la playa y, al atardecer, con el mar en calma, me cogía de la mano y se sentaba conmigo en la orilla.

No me había dado cuenta hasta ahora de cuánto necesitaba un descanso.

Cerrar los ojos, dejarme caer, aliviar tensión…

…la última vez que Alicia y yo hicimos el amor. Las llamadas a deshora. Las llamadas a horas normales sin respuesta. Las peleas. La borrachera con amigos que acabó en gritos en mitad de la calle. Su cara. Mirando a un camarero del que había sido compañera de clase en el instituto. Buscando en su móvil algún signo. Oyéndola hablar en sueños sobre alguien que no soy yo. La primera separación. La segunda. La última. Búscándola… por… las… calles…

Mis pensamientos, mis recuerdos, fluyen. Se evaporan a través de mis poros, los absorbe él.

Toda mi convulsión se revuelve, ahora, bajo su piel.

Y estoy horrorizado: descubro que no tengo pensamientos y recuerdos, sino escorpiones, arañas y serpientes. Se atacan entre sí. Estoy viendo lo que había en mi cabeza; estoy viendo mis dolores, mis migrañas: explosiones de veneno, fruto de la batalla, disparadas a las paredes de mi cráneo.

Mi consciencia vuelve al callejón. El ser me sonríe. Vuelve el miedo.

Me suelta y se escabulle. Repta entre las bolsas de basura, sube por la fachada como una lagartija de tamaño humano, confundiéndose con las sombras de la escalera de incendios.

En la boca del callejón, Alicia señala hacia donde yo estoy. Varios viandantes han acudido a auxiliarla. Está alterada, llora, se consuela en el hombro de una chica.

Doy un paso. Puedo moverme. Otro. Otro más.

Me siento liviano. Me siento ingrávido. Me…

***

Una enfermera me dice que me desmayé y me di un mal golpe en la cabeza. He pasado siete días ingresado, pero ya no hay ningún motivo para que continúe en el hospital, así que me toca salir.

En estos siete días, Alicia no se ha acercado a verme ni una sola vez. Y no me importa.

Debería estar escandalizado, asustado, horrorizado de mí mismo, pero me siento bien. Sin embargo, en algún momento tendré que enfrentarme a ello, y será doloroso: antes, era un hombre malvado y rencoroso. De alguna manera, aquel ser absorbió todo el odio que había en mí.

La cuestión es que, sin ese odio, no soy nada. Estoy muerto. Deambulo por las calles y mi cabeza vaga, imprecisa, por recuerdos que ahora no provocan ni ira ni rabia. Todo lo que yo era, lo que me daba sentido, ya no está. Alicia no ha venido a visitarme, y no la odio por eso. Tampoco la deseo. Pienso en ella como quien piensa en un maniquí.

A veces, me detengo en la acera frente a la fachada del cine.

A veces, me parece ver al ser, encaramado en el letrero luminoso, observando a los viandantes de la Gran Vía. Pero nadie más parece verlo. Una vez, le dije a uno de los mendigos: “Eh, mira el luminoso del cine. ¿Qué es aquello que está enroscado en los hierros de arriba?”.

El mendigo miró hacia donde yo le decía. Luego me miró a mí, y salió corriendo.

A veces, lo que yo pienso que es esa cosa resulta ser sólo una sombra de la fachada.


Vuestros comentarios

1. 29 nov 2013, 23:42 | Tito Jesús

Teníamos que hacer un libro de cuentos de navidad “almas oscuras”

2. 30 nov 2013, 13:30 | jesus pamplona

Por cierto Manu el relato está muy bien. Recuerda a Clive Barker… a “medianoche en el tren de la carne” y a otros relatos de los libros sangrientos… Felicidades!!!!

3. 30 nov 2013, 18:43 | Manu

Eh, Jesús, gracias, hombre. Y, sí, un libro Almas… navideño sería lo más, demonios!!!

4. 02 div 2013, 13:00 | Randolph Carter

Simplemente maravilloso, Manu! Suscribo las palabras de Jesús, a mí también me ha recordado a Barker y a lo sutil del mejor John Skipp. La idea de una colección de relatos (o microrrelatos) marca de la casa también me llama ;)
Por cierto, a lo mejor es cosa mía, que ando mucho por las nubes, pero lo veo perfecto para reformularlo en guión y tirar para adelante con un corto.
Saludos!

5. 02 div 2013, 20:23 | Juan Moreno

Manu, acabo de terminar la lectura de tu relato. Aparte del fondo del mismo me ha gustado las referencias a la niñez del protagonista que recuerda a su tío (mi hermano) y a su madre( mi hermana). Un fuerte abrazó y a ver si nos vemos esta Navidad.

6. 03 div 2013, 14:09 | Manu

Randolph Carter, gracias, tío!!! Tengo pendiente aún leer tu artículo.

Juan Moreno: un fuerte abrazo!

7. 03 div 2013, 20:57 | Lady Necrophage

Manuuuu!!! paciencia, paciencia, te prometo que me lo leeré cuando tenga tiempo, no me lo perderé!!!

SALUTEM

8. 01 ene 2014, 23:12 | Lady Necrophage

Estupendo, Manu, me he quedado muy pillada con la versión introspectiva del protagonista de sí mismo y su angustia ante la pérdida del ser amado. Yo lo he interpretado de una forma más figurativa que real, es decir, para mí los hechos no son tal cual el protagonita los ve, sino que existe una visión bien diferente para los de fuera, incluída la chica.
Sigue así por mucho tiempo!!! Besos.

9. 02 ene 2014, 13:13 | Manu

Lady N., mil gracias por tu comentario. Ojalá durante mucho tiempo pueda seguir leyendo tus historias. Saludos!

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