Snowpiercer

Los trenes y el cine han hecho siempre muy buenas migas. Seguro que a todos se nos pasan a vuelapluma un sin fin de títulos cuya acción se desarrolla entre vagones y estaciones. Tienen estas máquinas un carácter atemporal que las hace especiales, y su reducido espacio siempre es un buen matraz para concentrar y hacer una exquisita reducción de las esencias, tanto las buenas como las malas, que conforman la personalidad humana.

El director surcoreano Joon-ho Bong, responsable de las estupendas Madeo, Crónica de un asesino en serie y de la popular (aunque para mi gusto sobrevalorada) The Host, nos trae una edificante mezcla de acción, ciencia ficción y crítica social que, como seguro ya habéis deducido, transcurre en su práctica totalidad en el interior de un tren muy particular.

En un intento por detener el cambio climático, un experimento ha sumido a el globo en una glaciación que dura décadas. Los pocos supervivientes del cataclismo habitan en un tren que, a modo de arca de Noé moderna, circunda la tierra sin detenerse nunca mientras espera que la temperatura del globo regrese a parámetros soportables. Este tren es un mundo sostenible de pocos metros de ancho y decenas de vagones de largo en el que la sociedad se ha polarizado en dos grupos: los habitantes de la zona de la cola (clase obrera) y la primera clase. Un estricto régimen militar mantiene completamente separados ambos universos y somete a los ciudadanos de segunda a un imperio de vejación y dolor difícil de soportar.

Curtis (Chris Evans) lidera secretamente un grupo de rebeldes que plantea dar un giro a la situación de sus sufridos compañeros de los vagones de cola. Está recibiendo misteriosos mensajes que le ayudan en sus planes y tiene casi todo preparado para su golpe de estado. El secuestro de varios niños por parte del gobierno del tren es la chispa que terminará por detonar este polvorín y que lanzará a Curtis y a su particular ejército a una reconquista, vagón a vagón, trampa a trampa, de este tren que guarda no pocas sorpresas y a un enigmático gobernador: Wilford, el creador de la máquina que pese a su omnipresencia permanece escondido para todos…

Más cercana a la fábula que a la ciencia ficción, Snowpiercer logra en sus primeros compases dotar de coherencia y verosimilitud una historia que, pasados sus sensacionales 40 minutos de inicio, da demasiados respiros al espectador que termina por soltarse de la mano de la cinta y desconectarse un poco de la acción en pantalla. Como film de ciencia ficción destila un aire steampunk la mar de agradable que se sujeta en un sensacional diseño de decorados y buenos efectos especiales. El componente de fábula, por su parte, y el viaje del grupo a través de un mundo que, aunque cercano, les es completamente desconocido podría ser una suerte de mago de Oz, donde el mago es el propio Wilford y el camino de baldosas amarillas pasa a ser una hilera de vagones a cual más extraño; un viaje que tiene también un componente que le entronca con los universos de Orwell y de la Metropolis de Lang.

El grupo de actores que conforman los ocupantes de este tren es impresionante: el buenorro de Chris Evans (Capitán América), Jamie Bell (Billy Elliot), John Hurt (Alien el 8º pasajero, El hombre elefante) y Kang-ho Song (The Host) encabezan el internacional reparto de los rebeldes. Por la parte malvada contamos con una pérfida Tilda Swinton (tenemos que hablar de Kevin) y con Ed Harris como primeras espadas de otro conjunto de actores casi igual de interesante. Todos ellos, buenos y malos, tendrán su momento en la cinta y darán como resultado una historia coral y épica.

Desgraciadamente Snowpiercer cuenta con un sin fin de imprecisiones de guión (probablemente heredadas del cómic en el que se basa) y momentos absurdos que se contemplan con benevolencia en el comienzo pero pueden llegar a crispar con el discurrir de la trama y que terminan por convertir algo que podría haber sido memorable en un producto muy entretenido pero carente de fondo.

Las superproducciones que cuentan, además, con repartos estelares, como en éste caso, suelen medir al milímetro los riesgos y contenidos para ser accesibles al mayor espectro de público posible y hacer así rentable el montante económico en juego. En la cinta de Joon-ho Bong abundan las muertes, el uso y abuso de drogas, y una crueldad que a ratos podría rozar lo extremo; pero se le impone el filtro de la corrección de los blockbusters para esquivar una calificación por edades que fuese perjudicial a su lanzamiento comercial. Esto, que a priori para mi suele ser un elemento criticable, se transforma de la mano del director coreano en una virtud completamente aplaudible pues, con una sensacional elegancia en los encuadres y el montaje, se han solucionado los momentos más escabrosos sin que el espectador extrañe construcciones de secuencias más explícitas. El resultado es que, como cinta de acción, Snowpiercer tiene partes sensacionales. Además, pese al cuidado en no mostrar demasiado, la dureza argumental de algunas escenas la hace una cinta a ratos perturbadora aunque al ir concluyendo la cinta opta por una dureza menos de lo que presagiaba su hora inicial.

Poco podéis ver, para cada pala de cal hay otra de arena, y pese a que la cinta no cumpla con las expectativas que uno tenía forjadas (la culpa es mía por hacerme ilusiones) Snowpiercer merece una visita y regala, a pesar de su extensa duración (por encima de las 2 horas), una aventura con personalidad y riesgo digna de aplauso.