Eat

Autoantropofagia: acto de incluir en la dieta cualquier tejido, vivo o muerto, de tu propio organismo (recomendación personal: echadle un vistazo a la película Grimm love – El caníbal de Rotherburg -, donde la hermosa Keri Russell os explicará este trastorno mucho más en profundidad. Además es una película 100% recomendable y una de mis favoritas de los últimos tiempos… a pesar de lo poco que gustó en general en el momento de su estreno).

In My Skin, película francesa de culto – de la que soy un gran fan – , adscrita a la corriente de cine extremo y que trata de una mujer que sufre una extraña perversión por su cuerpo mutilado, fue la primera obra en incluir la antropofagia, como tal, en el universo del canibalismo cinematográfico. Aunque otros autores como Cronenberg o la saga de libros de Thomas Harris, con el Dr. Hannibal Lecter como protagonista, ya introdujeran el tema mucho tiempo atrás (¡viva la carné nueva!), la clave del éxito de In My Skin fue la crudeza mostrada al tomarse el asunto muy en serio (a pesar de algún momento cómico típico del cine de Marina De Van). A ello debíamos sumarle una labor de maquillaje terrorífica y tremendamente realista, lo que convertía finalmente a In My Skin en una película demoledora, además de regalar a los amantes del cine extremo un par de escenas memorables. Pues bien, ahora nace una nueva incursión en el tema titulada Eat.

Al contrario de lo que sucedía en In My Skin, Eat carece de esa fuerte intromisión y ese éxtasis de extrema locura al que llega la protagonista de la película francesa (dicho de otro modo: no va tan lejos); pero también hay que dejar claro que Eat no pretende, en ningún momento, ser In My Skin. Su intención es la de llevar a cabo una macabra crítica al mundo idealizado y esquizoide de Hollywood, donde por muy guapo que seas, a medida que cumples años, te vuelves completamente inservible, como uno de esos móviles-ladrillo que algunos usábamos hace una década. Eat no es ni tan intimista, ni realiza una introspección sobre la existencia tan profunda como lo hizo su precursora, In My Skin, sino que es más bien un sano divertimento satírico con un par de lecturas interesantes. Es decir, dos perspectivas completamente distintas de un tema común.

Lo sorprendente de Eat es la actuación de su protagonista, Meggie Maddock, que no solo es extraordinaria y se lleva al espectador de calle, sino que además borda la que probablemente sea una de las mejores actuaciones del año. Al principio tuve un par de reticencias sobre su actuación en Eat, pues la película no deja de ser una comedia que juega con determinados clichés (muchos de ellos sobreactuados y cogidos con pinzas) y no era nada fácil resultar convincente en determinadas situaciones. Además el maquillaje de la película es muy flojo, por lo que el impacto que deberían producir determinadas escenas queda limitado a la pura expresividad de Maddock, un hecho que, curiosamente, no emborrona en absoluto su interpretación. De hecho incluso llegas a tomarte su personaje realmente en serio; razón por la cual, en ocasiones, el humor avieso y grosero que nos presenta Weber y que incide directamente sobre el personaje de Maddock, llega a quemar de verdad, a doler. Y por esa misma razón (la identificación total con el personaje principal gracias a la genial interpretación de Maddock), Eat propone alguna que otra sorpresa que me puso los pelos como escarpias – un hecho inusitado últimamente – . La magia de Eat no es contar únicamente la transformación caníbal de una pobre joven desequilibrada, sino dejar patente el eufemismo de lo competitivo, selectivo y terriblemente insano que puede llegar a ser este mundo; y Maddock transmite de manera impresionante ese drama. Por desgracia, todas las alabanzas que pueda dedicarle a Meggie Maddock, son inversamente proporcionales a lo que puedo decir del resto del reparto, que es nefasto (y me quedo corto). Y tampoco el tramo final de la película me convenció. Por segundos te queda la impresión de como si el personaje de Maddock fuese extraterrestre, lo que explica que esa catarsis onírica del final no termine de cuajar por ningún lado; aparte de ser rotundamente absurda, descompensada y poco acertada.

En resumen, Eat es una tragicomedia ingeniosa, poética y eficaz, que deja un sabor de boca muy agradable. Con sus virtudes y desatinos, Weber mantiene el nivel de interés muy alto gracias a un avieso guión, haciendo de Eat una película con una terrible mala leche y de un gusto exquisito en cuanto a su cuidada fotografía y una estupenda banda sonora. Globalmente, funciona muy bien. Altamente recomendable esta entrañable ópera prima de un director cuyos pasos seguiré - y deberíais seguir – muy de cerca.