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Pongale otra compadre!

Es políticamente correcto pensar que los muertos no tienen conciencia. Yo creo que los cuerpos, una vez que dejan sus funciones biológicas, pasan a transformarse en cadáveres que guardan para sí, la facultad de sentir; son sus sentidos pero por el lado B. Eso lo descubrí el día en que asesine a mi mejor amigo, Alejandro “El gitano” Méndez. Un ser de otro planeta que yo mande de vuelta.

Desde que fuimos vecinos, la amistad fue una verdad para cada uno. Personalmente, nunca creí en ese tipo de conceptos; los encontraba una sarta de mariconadas encubiertas. Como cuando eres niño y por obligación te hacen ser amigo de un grupo de mocosos en una fiesta de cumpleaños, o en la universidad, cuando haces amigos por afinidad y siendo adulto los buscas por conveniencia de cualquier tipo.

Yo y el gitano éramos uno. Lo compartíamos todo. Desde los juguetes hasta las minas en las fiestas. Este fue el punto de partida. Nunca voy a olvidar cuando nos afilamos a un par de zorras en la casa de la abuela del gitano. La vieja lo había dejado al cuidado del lugar y este huevón no encontró nada mejor que invitarme a la casa, junto a un par de putitas que conocimos en la conferencia de un intelectual gringo, que vino a nuestra universidad ha enseñar esos super estudios universales de estadística en prevención de materias importantes para nosotros: drogas y sexo. Nosotros hacíamos como que estábamos atentos pero, en realidad, los ojos se nos iban disparados a un par de mujerzuelas que estaban delante. En un “break” nos acercamos a ellas y, tras un par de preguntas y respuestas, les hicimos sentir como que ya nos conocíamos de toda la vida y huevadas como esas.

En la noche, nos juntamos en el pub “El bar del negro” del barrio estación aquí en Concepción y, luego de unas horas, nos fuimos a la casa de la abuela del gitano. Las minas estaban nerviosas, pero sabían a lo que iban. Tuvimos sexo como perros. Nos intercambiamos los chochos miles de veces. Se lo hicimos todo. El asado humano, la carretilla, la saltarina, patitas al cogote, conferencia de prensa, entre otras que ahora se me van. Fue genial. Después, las mandamos a cambiar.

Al rato, comenzamos a sentimos mal. Estábamos sedientos y no teníamos nada para tomar. Yo tenía las piernas temblorosas. La pérdida de semen puede aniquilar a un hombre, sobre todo, si es una hemorragia de esperma como la de esa noche.

Sin un peso y luego de tanto buscar, encontramos una garrafa de vino blanco que la abuelita tenía escondida en su armario. Como era de esos antiguos, espaciosos y con varios compartimientos, nos costo dar con ella. La llevamos a la cocina y el gitano la colocó en la mesa para desempolvarla.

-Nos vamos a dar un remate de lujo compadre – dije yo.
-La vieja es buena pa`l copete. Siempre lo supe. Desde que iba a la casa de mis viejos y chupaba como condenada en las comidas. Lo hacia piolita, pero yo la cachaba.
-¿Y que te parecieron la minas? ¡Calientes las mierdas!
-Pero claro. Si las preparamos un buen rato. Te acordai cuando acabe sobre la perra rucia y el moco le cayo en los ojos. La “conchesumadre” se desesperó porque no podía ver. (Risas).
-Bueno y yo, No cachaste cuando a la otra la teníamos haciendo el asadito. Mientras más se quejaba, yo más le daba por el culo. Casi se lo revente.
- ¡Putas que somos malos huevón!
-Así no más – dije yo – y nos dispusimos a vaciar la damajuana en nuestras gargantas. El Gitano puso dos cañas he hicimos el primer salud por nuestra “performance” con las minas.

Con tanto vino en las tripas, no pudimos seguir nuestra celebración. Apenas podíamos modular. El vino de la vieja ya estaba vinagrado y creo que eso nos colocó más locos. Lo poco que hablamos fue brutal.

-¡Oye huevón!, tengo que decirte algo importante… - dije
-¿Qué huevá?
-¡Escucha pus mierda!, ya estoy lanzado y capaz que me arrepienta después.
-¡Ya, lárgala! (tomó un trago del vino de la vieja).
-Culiao, la cagué a full metal. No sé cómo decirte, ni cómo vai a reaccionar, pero tenís que saberlo chuchón reculiao…

El gitano se sacudió como si la curaera se le hubiera espantado.

-Hace caleta de tiempo que te vengo cagando huevón. Te estoy cagando parejo.
-¿Con quién gil de la cuna? (se largó a reír y se revolcó en el piso por lo que le había dicho) –Pero si vos sabís que yo no tengo pareja hace todos estos tiempos maraco. Paré que el vino te está matando las últimas neuronas que te quedan…

Yo me largué a reír también. No sabía por qué.

-En serio – agregué.
-¿Y con quién?
-¡Con tu mamá maricón culiao! – le disparé de frente y a quemarropa. Si no hubiese estado curado, no se la largaba, pero en fin.

Mi socio de toda la vida se me abalanzó y me agarró del cuello con sus manos.

-¡Que dijiste reculiao, conchetumadre!, ¡con mi mamá no, hijo puta!

Mi amigo era de la mano pesada y procedió a partirme la cara de un puñetazo.

-¡Cálmate huevón! – dije cuando sentí la sangre correr por mi rostro, llenándome la boca.

El Gitano se paró de improviso y se quedó junto a la mesa mirándome fijo. De pronto, largó una risotada y con una mueca de seriedad me contestó:

-Yo también me como a la tuya putito. No puedo ser tan care`raja y sacarte la chucha.

Fue como si me colocaran un ají en el pico.

-¿Qué huevá?

El muy caré palo me la había largado. No pensé que me dolería tanto una huevá así. Yo lo había hecho, pero imaginármelo de vuelta fue potente. Ante esto, no tuve reparo en agregar todo lo que le tenía guardado.

-Ahora que nos sinceramos (me puse un copete en la jeta) también me como a tu hermana. Todos los viernes, después de sus clases, la muy zorra me la chupa en mi auto cuando la voy a buscar al liceo.

Lejos de molestarse, el gitano me ametralló. Lo que dio comienzo a una guerra sin cuartel.

-¡Yo me como a tu hermano! – dijo – se la pongo toda. ¿No sabiai que es maraco?
-Y yo, amigo del alma, además de tu mama y tu hermana, ¡se la chanto a tu prima! La colorina.
-¡Yo a tu tía que vive en el mismo edificio que tú!
-¡Yo a tu última polola! – por eso terminó contigo. Si vieras como gozaba la muy muy…
-¡Hasta a tu papá pus huevón! Apuesto que tampoco sabiai que es bisexual tu viejo.

Quedé pa`dentro. Pero ya que estábamos volviéndonos auténticos el uno para el otro. Seguí:

-¡A tu hermana chica!
-¡A tu nana! – me dijo.
-¡A tu perro!
-¡A tu loro!
-Con razón hace tiempo que está hablando raro el culiao – remató.

Nos reímos de buena gana. Nunca en mi vida había abrazado a un amigo con el profundo sentimiento de ese día. Así es que después de los minutos de confesión, lo invité a seguir tomando.

-¡Ponle otro más al vaso, pus gitano!
-Vale amigo.

Continuamos tomando hasta el amanecer. Llegamos justito a ver, desde el patio, la salida del sol. Fue todo genial. Yo y mi amigo juntos. Más juntos que nunca. En ese momento comprendí el verdadero valor de la amistad. Después de lo vivido, pensé que nada nos podría separar. Y cuando el sol alumbró nuestras caras, en un acto inexplicable, lo besé en la boca. El Gitano me sacó las manos de su cara y se descontroló.

-¡Te voy a matar huevón maricón!
-¡No gitano!, perdona amigo.

Luego de esas palabras no me acuerdo qué pasó. No muy bien por lo menos. Sólo sé que el gitano me golpeó y yo, en un acto involuntario, tomé un palo que estaba a mi lado. De lo demás no me acuerdo. Cuando reaccioné, mi amigo estaba hundido en una posa de sangre. Sin dejar que mi mente dirigiera mis acciones, arrastré el cuerpo del Gitano y lo llevé a una bodega que tenía su abuela para guardar leña. En el lugar, había una serie de herramientas que me sirvieron para reducir el cadáver a una bolsa de restos.

Coloqué al gitano extendido sobre una mesa de carpintero y, para no hacer ruido, tomé una sierra gruesa de mano. ¿Por dónde empezar?; ¡Por los brazos! En el momento que iba a comenzar a cortar, el gitano me tomó del cuello y emitió unas palabras que aún no traduzco su significado.

-Deja…ayu…mor..fff…

Agarré su mano izquierda y empecé a mover rápidamente los dientes de acero de la sierra. La carne se desgarró en unos segundos, mientras chorros de sangre untaban mi cuerpo y la habitación.

Cuando lo creí muerto, proseguí con el otro brazo. Tras dos aserruchadas, el brazo se movió y me pegó una bofetada tremenda. Intentó modular algunas palabras, pero mi determinación acabó con su brazo derecho.

Aplicando la lógica aristotélica, continué con la cabeza. Debo reconocer que fue lo que más me costó, ya que las ramificaciones nerviosas y las venas estallaron sobre mi cuerpo como un bombardeo. Es como si el Gitano se hubiera querido seguir resistiendo a su destino.

Con los miembros apilados en una bolsa para basura, terminé con su tronco, sus piernas y reduje su esqueleto a un paquete de 50 centímetros de largo. Lo metí en un saco viejo, que la abuelita tenía para los nódulos de madera inservibles y lo tiré en el camión de la basura que pasó esa mañana, donde van a parar muchos cuerpos que no tienen cabida en los salones de la muerte.

Ha pasado un buen tiempo desde esa noche. Todavía guardo el recuerdo de ese gran amigo que fue el Gitano. Primero, por su admirable sinceridad y, en segundo lugar, por su enorme capacidad de lealtad (aún no cuenta a nadie que yo lo maté y cómo me deshice de él). ¡Gracias compadre!

Por Arnoldo Ferrada


Vuestros comentarios

1. 30 jun 2009, 18:08 | MaRiAnA

Esto es genial ¡¡
Gracias por compartir¡¡
=)

2. 04 jul 2009, 22:42 | Christian

Pues no deja de saberme a plagio, (de y tu mama tambien) y no es especialmente horrorozo.
Sigue tratando.

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