Zombeavers

Sí… sé que muchos de vosotros pensasteis lo mismo que yo cuando oísteis hablar por primera vez de Zombeavers: “¿En serio?”, “¿Zombis castores?”, “¿Era necesario?”, “¿Puede caer más bajo la figura del zombi?”, “¿Se estará revolviendo George A. Romero en su tumba?”. Al día de hoy sigo sin tener ni puñetera idea si una película como Zombeavers era o no necesaria; y desde luego el bueno de Romero no se está revolviendo en su tumba porque, que yo sepa, todavía no está fiambre (cualquier día nos sorprende con una nueva entrega de su mítica saga de muertos vivientes e intenta endosarle un poquito de cordura al subgénero). Pero sea como sea Zombeavers existe. Va en serio (no la película, sino el hecho de que exista). Es una realidad. Además se coló en la sección oficial - aunque fuera de concurso – del Festival de Sitges (algo que ha levantado ampollas entre ciertos sectores de la prensa) y ha encontrado distribución en España gracias a la gente de A contracorriente Films. De manera que las cartas están sobre la mesa. Aquel que quiera aceptar el juego que propone Zombeavers debe tener muy claras las reglas: una camada de castores zombis afilando sus enormes dientes con las costillas de unos desdichados universitarios en celo. ¡A divertirse!

Un grupo de universitarios decide pasar un largo fin de semana en una típica cabaña de bosque situada junto a un río y entregándose a los placeres de la carne. Pero poco podían imaginar que su prometedor fin de semana de mete-saca acabaría convirtiéndose en una auténtica orgía de sangre gracias a la inestimable colaboración de unos castores convertidos en zombis.

Supongo que todo aquel que finalmente se decida a darle una oportunidad a Zombeavers sabe muy bien a qué se expone. Obviamente Zombeavers no es una buena película (está lejos de serlo)… Lo que hay que dilucidar es si podemos incluirla o no dentro del paquete de “buenas” malas películas. Las reglas del juego son las habituales: chicas en bikini, un par de tetas (y cuando digo “un par”… es un par), novios que necesitan desfogarse porque deben llevar como unas 24 horas sin practicar sexo, diálogos estúpidos, decisiones estúpidas, unos brochazos de gore cazurro y una oleada de felpudos con patas dotados de unos enormes dientes postizos, andares de robot, y que se supone que son castores zombis. Considero que Zombeavers no admite medias tintas: o sintonizas con el humor chusco de la película y te lo pasas en grande con la generosa cantidad de gilipolleces que te ofrece, o maldices el día en que se te ocurrió pagar una entrada para ver en pantalla grande a unas enormes ratas mojadas convertidas en zombis.

Por suerte (para mí), yo me identifico más con el primer grupo. Zombeavers logró arrancarme un par de sonoras carcajadas (también he de reconocer que tenía un día muy “tonto”) y un buen número de sonrisas cómplices. Los protagonsitas son muy estúpidos… pero son plenamente conscientes de su estupidez; y fruto de esa estupidez nos regalan algún que otro diálogo muy divertido, como el juego del “¿Tú que prefieres?” que se montan las tres chicas. Las apariciones estelares de un par de transportistas (ellos son los culpables de que un derivado de la trioxina convierta a los castores en zombis) al inicio y al final de la película son tronchantes. Y situaciones como la del juego del “Dale al topo” o el uso que le dan a una mascota - un perro – para solventar un momento de crisis, son algunos ejemplos que vendrían a explicar porque salí totalmente satisfecho de la experiencia de Zombeavers. ¿Es una buena película? NO. ¿Me reí? SÍ… Misión cumplida.

Y por supuesto todavía nos quedan los dichosos castores zombis. Incluso en los primeros compases de la película, cuando todavía no se han convertido en muertos vivientes, resultan ridículos. Efectos cutres, de vieja escuela (poco CGI) para unos bicharracos capaces de generar una lagrimita de nostalgia a aquellos freaks que crecimos viendo las “criaturitas” de El alimento de los dioses (el primer ejemplo que me ha venido a la cabeza). Los dos puntitos de luz que emiten sus ojos cuando permenecen agazapados en mitad de la noche, son geniales. Por no mencionar el efecto que causa sobre los humanos la mordedura de un castor zombi… me desconjoné.

Lo dicho… Humor cafre, gore, chicas guapas, novios estúpidos y castores. Estoy segurísimo de que Zombievers es una película que, veinte años atrás, hubiera perseguido con obstinación en las estanterías del video-club de mi barrio. Y me alegra saber que veinte años más tarde (“Fa vint anys que tinc vint anys” que diria la famosa canción de Serrat) soy capaz de seguir disfrutando de propuestas tan gamberras como Zombievers… aunque quizás sin el entusiasmo de antaño (cosas de la edad).

Por cierto, en los créditos finales de la película se escucha una canción original, de estilo crooner, que nos explica, de manera muy graciosa, todo lo que acabamos de ver. No os la perdáis. Y tampoco la sorpresita que viene a continuación de los créditos.