Annabelle

No creo que haya sido fácil enfrentarse a concebir una precuela de The Conjuring. Seguramente, ésta sea la cinta de terror más amada y odiada de los últimos años; su director, James Wan, ha arrastrado a las masas hasta las taquillas, pero también ha levantado la más virulenta antipatía entre los seguidores del género: para muchos es un fraude. Además, de toda su filmografía, precisamente su cinta más exitosa, la ya mencionada “secuela” de la que ahora nos ocupa, probablemente sea una de sus películas más irregulares. Annabelle no parecía, por tanto, una tarea sencilla, y el resultado se ha saldado con lo que se preveía: división de opiniones y, eso sí, una jugosa recaudación.

Mia (Annabelle Wallis) y John (Ward Horton) son una joven pareja a punto de tener su primer hijo. Poco antes del nacimiento del bebé, son asaltados en su casa, y uno de los intrusos se fija especialmente en una de las muñecas que colecciona Mía, Annabelle. A partir de ese momento, una presencia parece cernirse sobre el hogar del matrimonio, y se vuelve mucho más agresiva a raíz del nacimiento del hijo.

Hay que darle la razón, sin duda, a quienes echan en cara a Annabelle ser un pastiche de multitud de títulos de terror previos. Comienza con una frase introductoria que bien podía estar copiada de Dead Silence, del propio Wan, y gran parte del trayecto parece un remedo de Insidious, Paranormal Activity y La Semilla del Diablo, sobre todo la segunda mitad de la película. En su defensa, sólo se puede argumentar que es una película estilosa entre cuyos rasgos está, desde luego, la falta de disimulo: no sólo no oculta sus referencias sino que las exhibe, hasta cierto punto obscenamente.

A todo esto hay que sumar, además, la declarada falta de ambición de la película, que prefiere intentar ser eficaz a tratar de disparar muy alto. Esto, quizás esto sea sólo una táctica de adaptación al medio: si The Conjuring contaba con un presupuesto de 20 millones de dólares, Annabelle ve la luz con apenas 6’5. Tras su predecesora había un director con nombre y un reparto de caras conocidas; ésta, supone el debut de John R. Leonetti, director de fotografía, y cuenta con un elenco actoral de trayectoria discreta. Sin embargo, tanto Leonetti como Annabelle Wallis y Ward Horton cumplen con su cometido, y su buen hacer da puntos a la función. Leonetti sigue a pies juntillas lo aprendido de Wan (no en vano, ha sido el director de foto de The Conjuring, Insidious 1 y 2, Dead Silence y Death Sentence), y los actores principales se meten con mimo en los papeles de esta pareja, dándoles vida.

Pero Annabelle arrastra también, casi punto por punto, los mismos problemas que ya tenía The Conjuring; es decir, una historia anodina y falta de originalidad como pocas. Del guión de aquella se encargaron los hermanos Hayes (y firmaron con él casi su mejor obra, ex aequo con Wax House, de Jaume Collet-Serra, lo que da una buena idea de qué calidad media estamos hablando), y del de ésta el responsable es Gary Douberman, con pocos títulos en su haber, y casi ninguno reseñable. The Conjuring se diferencia de títulos como Exorcismo en Connecticut o su secuela porque está dirigida, desde mi punto de vista, con mucha sabiduría con James Wan. Consciente de las carencias de su guión, pone toda la carne en el asador en la dirección de actores y en los momentos terroríficos, para compensar la absoluta falta de imaginación de la historia. Y, al final, si la película da miedo, y a quien escribe se lo dio, se puede hacer la vista gorda con según qué cosas. Sin embargo, Leonetti no es Wan. Si bien consigue salir airoso en lo que a momentos terroríficos se refiere, su pulso es más titubeante a la hora de enfrentarse, por ejemplo, a los innumerables momentos en que Mía está sola en casa y se siente vigilada. Aunque en general estamos hablando de una película entretenida, en la primera mitad hay veces que se puede tener la sensación de que aquello no avanza y que se está rellenando metraje.

Por suerte, para un servidor, y al igual que en The Conjuring, los momentos de terror compensan las debilidades. Y Annabelle puede vanagloriarse de tener, al menos, tres sustos que debían estudiarse en las escuelas de cine y facultades de comunicación a modo de ejemplos de cómo orquestar un buen sobresalto. Son escenas “a la manera James Wan”: utilizan un momento cotidiano, usan trucos para pillarte desprevenido, y no tienen problemas en ponerte el mal ante tus ojos por unos segundo… o aunque lleves ya unos instantes viéndolo, pero no hayas sido consciente de ello.

En última instancia, yo soy de los que van al cine a pasar miedo; si la película ofrece algo más, es un extra. Si no provoca ni un escalofrío, tenemos un problema. Y últimamente cuesta que te hagan revolverte en el asiento. Hemos dicho antes que Annabelle es una película corta de miras y sin demasiadas ambiciones, y esto es una virtud antes que un defecto. Consciente de su dimensión, prefiere batallar en el campo en el que sabe que puede ganar, y dejar las grandes ligas para otros. En serio: la vi en una sala del centro de Madrid casi llena, y hubo sobresaltos generalizados en varias ocasiones.

Si hay algo que puede empañarte estos momentos es, sin duda, el trailer (y si no lo has visto, y tienes interés en esta película, ni se te ocurra darle al play un poco más abajo). Algunos de los mejores momentos los han incluido en él, lo que no ayuda nada al disfrute de la obra completa. Ni eso, ni que nos la hayan vendido como película de “muñeco diabólico” cuando, desde la frase inaugural, se intenta dejar claro que la muñeca de marras no va a dedicarse a dar vueltas por la casa. No: Annabelle no se mueve por sí sola. No habla. Si estás esperando este tipo de cosas, tendrás por delante una hora y media larga árida y desesperante.

Conclusión: a un servidor, Annabelle le parece una película un tanto menor, con un guión que deja mucho que desear, pero con un equipo que da lo mejor de sí para intentar levantar la función. Cuando lo consiguen, en las escenas de terror, la peli se sitúa en el notable alto; cuando no, se queda en el aprobado raspado.