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The Town That Dreaded Sundown

El asesino Fantasma sigue en plena forma

The Town That Dreaded Sundown

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 3.5/5

La historia real

El verdadero capital histórico de Estados Unidos reside en su crónica negra. América parece ser la única nación que se enorgullece de poseer una larga trayectoria de crímenes violentos, tanto resueltos como no. Sea sintomático, o no, de asimilarlos con mayor madurez que otras sociedades, o condenarlos, o sencillamente por una noción del espectáculo más arraigada que en Europa, los americanos saben qué hacer con sus asesinatos: series, novelas, películas, canciones.

En 1946, fueron atacadas ocho personas entre los meses de febrero y mayo en Texarkana, Texas. De ellas, cinco murieron, y tres lograron sobrevivir. Entre cada crimen transcurrieron, en general, tres semanas, aunque no siempre fue así. La mayoría de los ataques se produjeron en noches de luna llena, pero a veces no coincidió. Esta indefinición en las pautas, junto con el hecho de que el asesino cubría su rostro con una capucha blanca, provocó que la policía fuera incapaz de atrapar al agresor, a quien los medios bautizaron como “El Asesino Fantasma”.

La película

Charles B. Pierce, que pasó casi toda su vida en Texas, cerca de Texarkana, dirigió en 1976 The Town That Dreaded Sundown, recreando los asesinatos del condado. Su debut en la dirección, The Legend of Boggy Creek (1972), ya era una suerte de documental sobre la leyenda de un ser sobrenatural en un pantano de Arkansas, por lo que su estilo realista bien podría beneficiar a un proyecto como ese. Además, Truman Capote y su A Sangre Fría habían provocado el estallido del Nuevo Periodismo la década anterior, de manera que a mediados de los setenta, éste ya se había consolidado como la manera más “neutral” de enfrentarse a los “hechos reales”.

The Town That Dreaded Sundown se adscribe, por tanto, a esta suerte de Nuevo Periodismo versión cinematográfica. Comienza con una voz en off en la que se nos cuenta cómo Texarkana, al igual que tantas otras ciudades y pueblos norteamericanos, intentaba levantar cabeza tras la Segunda Guerra Mundial. Los soldados que habían vuelto a casa, muchos de ellos arrastrando traumas y horrores, intentaban reintegrarse en la sociedad, mientras que la maltrecha economía comenzaba a recomponerse. Esta es la situación cuando, la noche del 22 de febrero de 1946, una pareja aparca en un campo alejado de las casas buscando intimidad y es atacada por un encapuchado. El capitán Morales (Ben Johnson), su ayudante Ramsey (Andrew Payne) y el resto del equipo policial se pondrán manos a la obra para encontrar y detener al asesino, mientras se van cometiendo más crímenes.

El tono cercano al documental como el de esta película tiene a su favor, desde el inicio, varios puntos. Desde luego, por su naturaleza, resulta más aterrador. Sabes que lo que te están contado pasó tal cual, y a poco que su puesta en escena sea realista, puede llegar a poner los pelos de punta. Los ataques del asesino fantasma en The Town That Dreaded Sundown siguen siendo escalofriantes. La irrupción en mitad de la noche de este enmascarado aún conserva, casi cuarenta años después, su potencial terrorífico casi intacto, y reafirma una vez más que nada como una máscara blanca y neutra para erizar el vello.

El asunto “trombón”

En uno de estos crímenes, una de las víctimas lleva consigo un trombón, y este instrumento acaba convirtiéndose en un buen ejemplo de los problemas de la película. En ella, el asesino fantasma lo utiliza para cometer su crimen. Fue uno de los puntos más polémicos, porque la realidad está ahí para no saltársela (o saltársela sin que a nadie le chirríe), y parece ser que el trombón real desapareció de la escena del crimen pero no fue utilizado para el mismo. Más allá del detalle, el uso que del mismo hace el psicópata en la cinta es bastante ridículo. Es uno de esos momentos más propio de una parodia, o de un asesino “cinematográfico”: todos hemos visto miles de slashers en los que la “creatividad” del psychokiller con los productos cotidianos para masacrar a sus víctimas no conoce límites. Pero en una película que pretende aterrar por lo apegado a la realidad, este detalle resulta, cuando menos, inoportuno.

Y no es el único. The Town That Dreaded Sundown comete pecado mortal a la hora de retratar a sus personajes principales. Por un lado, apenas sí les dota de un mínimo de personalidad, y una cosa es respetar la realidad y otra muy distinta no trabajar los elementos. Servidor es de los que piensa que, en una película, más “persona” resulta el personaje cuanto más “personaje” es; o sea, cuanto más trabajado está. Aquí apenas tienen un nombre y un cargo, lo que acaba traduciéndose en que, como espectador, quieres que pasen rápido los momentos “de conversación” para que lleguen los crímenes. Una pena: deja pasar las lagunas de la investigación, que las hubo, las dudas de los policías, que tuvieron, y el pánico en el pueblo al anochecer durante los toques de queda, que despacha con un par de trávellings por sus calles desiertas y la voz en off, contándolo. Esto, especialmente, me parece un desperdicio: creo que hubiera sido realmente aterrador sentir que en las esquinas de esas calles desiertas hubo, durante más de dos meses, alguien al acecho.

Con respecto a los personajes, también va un paso más allá, y convierte a un policía raso en una suerte de pelele torpe, que conduce mal y que no se entera de nada. Sus escenas son ridículas, pretenden hacer gracia y no tienen lugar en una crónica supuestamente realista y neutra.

En este mismo nivel, nos topamos con un final desconcertante cuando tendría que ser inquietante. Se llega a él de un modo gratuito, hay poca narración en la concatenación de hechos que desemboca en el clímax. Quizás, la realidad fuera así, más fruto del azar y la casualidad que de un cúmulo de pistas, pero en la película todo suena a “hay que acabar esta historia, y hay que acabarla ya”. SPOILER: Insisto: podría haber sido turbio, pero tal como está, resulta extraño que alguien encapuchado se pasee por un descampado como si fuera un vampiro en su castillo o algo similar. Y por un motivo muy peregrino: si se supone que está “por allí”, que en cierta manera considera esos terrenos su casa, ¿lo más normal no sería que fuera a rostro descubierto?

La edición en blu-ray, a modo de conclusión

The Town That Dreaded Sundown no decepciona desde el momento en que sigue conservando casi intacta su capacidad para asustar, pero se queda muy lejos de la obra que pretendía ser por el pobre tratamiento que da a la historia y a sus personajes. Planteamiento similar, e incluso un desenlace cercano, tiene una película como Zodiac (David Fincher, 2007), y la distancia entre ambas es abismal. Curiosamente, hay quien buscó vínculos en su momento entre ambos asesinos.

Shout Factory la editó en alta definición el año pasado, en un blu-ray espectacular que, además, incluía entre sus extras un dvd con otra película de Charles B. Pierce, The Evictors, 1979, una curiosa mezcla entre crónica negra y sobrenatural. Eso sí, es un disco región A, por lo que o se tiene un reproductor multizona, o no hay nada que hacer. ¿Por qué menciono todo esto? Porque no sé qué demonios pasa en el mercado español que no hay forma de que lleguen la mitad de los productos americanos de terror y, cuando lo hacen, muchos de ellos suelen ser ediciones lamentables en BD-R que rara vez valen lo que nos cobran por ellas.

Acaba de estrenarse en Estados Unidos el remake de The Town That Dreaded Sundown. Larga vida al asesino fantasma.

Lo mejor: los ataques del asesino.

Lo peor: personajes y trama son bastante inconsistentes.


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