Open Windows

Hay ciertas frases tópicas en la crítica cinematográfica que son ineludubles, y que uno no puede evitar usar cuando aparece un ejemplo tan evidente que parezca hasta que se haya originado con esa película. “Estética de videoclip”, “Forma sobre contenido”, “El medio se convierte en el fin”… Bien, pues parece que con Open Windows se podrían usar los tres para describir el último título de Nacho Vigalondo, quien aquí se pasó de rosca con su intento de mezclar nuevas tecnologías y cine.

Lo cierto es que quien escribe lo admira por varios motivos, los fundamentales su pertenencia al círculo de humor surrealista de Miguel Noguera, Vengamonjas y compañía, con su humor tan bizarro como inspirado, y asimismo también su primer largometraje, Los Cronocrímenes, una de las mejore películas de paradojas temporales recientes, no ya de España, sino del todo el panorama mundial. Aunque uno tiene también que verle actuar y apretar consecuentemente los dientes de dolor, su ingenio en la dirección y el guión lograron una obra de culto muy respetada en el mundo de la ciencia ficción.

Extraterrestre fue una salida cómoda, sensata, para no tener que vérselas con quienes esperaban algo más ambicioso; pero él pareció reservarse para Open Windows, una película en que las buenas ideas se llevan a la práctica de un modo pésimo.

En Open Windows tenemos al eterno Frodo, Elijah Wood, como protagonista, en el papel de un presidente de club de fans de una sensual pero superficial actriz de Hollywood, a quien da vida la ex-actriz de cine para adultos Sasha Grey. Ambos serán los involuntarios participantes de un juego del gato y el ratón que les hará pasar la noche más intensa de sus vidas, gracias a la mente enferma del psicópata que interpreta Neil Maskell, de la serie de culto británica Utopia .

Tal argumento es de todo menos novedoso. Lo hemos visto en otras (y mejores cintas) de suspense y acción en que los protagonistas han de superar los sádios retos del degenerado tras el teléfono. Lo novedoso es el uso de todo tipo de material de grabación digital, a través de ventanas (de ahí el título) que se abren o cierran. Es loable que Vigalondo se esfuerce en ajustarse a su propio dogma de que nada sea cinematográfico, sino vídeo, webcam, cámaras de circuito cerrado, videoconferencia o cualquier otro tipo de metraje. Pero esto no es sustitutivo de otras cosas mucho más importantes en el cine, como unas actuaciones a la altura o un suspense bien administrado.

Todo lo bueno de Open Windows se acabó en el párrafo de arriba. Bueno, hay que decir que el principio es bueno y agrada cómo se juega con un espectador que no sabe cuando llega la película en sí (en cuanto la veais sabréis de qué hablo). Y ahora llega lo malo, que no es poco. ¿Por dónde empezar?

Quizá por unos actores que hacen un trabajo por el que habrían de avergonzarse de por vida. Elijah Wood parece un muñeco de madera en toda la película, y de Neil Maskell uno diría que se puso a preparar sus frases el día antes de comenzar a rodar. Incluir a una ex-actriz porno es una arma de doble filo; atrae al público curioso pero te lleva a estar rodando con los dedos cruzados, al no saber con qué te vas a topar. Por desgracia aquí nos topamos con un nivel deplorable, que hace mirar a los lados de vergüenza ajena.

Tampoco se libra del escrutinio una historia sin pies ni cabeza, totalmente inverosímil, en la que nadie tiene una motivación medianamente asumible o lógica, y que sobre todo, resulta soporífera. Open Windows es de esas pelis que sí las ves en el ordenador te da miedo colocar el cursor en la parte de abajo para ver la hora, porque te temes que en vez de una hora hayan pasado veinte minutos. Se hace eterna, y las ganas de apagar y mandar a la papelera de reciclaje son acuciantes.

Hay muchas más cosas penosas, pero me siento mal de no dejar títere con cabeza en una obra que Vigalondo debería haber aprovechado para hacerse un hueco en el mercado más internacional. Tanto es así, que será la primera vez en Almas Oscuras que no pondré ¡A disfrutar! como última línea del artículo. Una pena.