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Killer Party

Los 80 también tuvieron su “Scream”

Killer Party

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 2.5/5

Los 80, esa década que parece que por fin va a terminar… treinta y cinco años después. Volvió su música, su moda, su cine (literal y metafóricamente, pues la inmensa mayoría de remakes vienen de esa década); sin duda, si un género proliferó y vivió su explosión, época dorada y declive en esos años fue el slasher. Los 80, cuando grupos de adolescentes pasaban en casas aisladas el fin de semana e intentaban perder la virginidad, y la gran meta en la vida era ir al baile de graduación para acabar la noche en el granero con el capitán del equipo de beisbol.

Rastrear los slashers de esa década se antoja una tarea casi inabarcable: no sólo en Estados Unidos asesinos enmascarados masacraron a los jóvenes; Australia se convirtió en otra gran cantera (el subgénero tuvo gran presencia dentro de la llamada Ozploitation), e incluso en España, Jesús Franco o Juan Simón Piquer degollaron más de un cuello. Y, desde luego, aunque hubo muchos slashers reseñables, hubo infinidad de ellos que apenas sí merecen una mención. Aparte de los clásicos del Olimpo de Carpenter o Cunningham, hay otros tantos que gozan de fama un tanto inmerecida. Y otros, por supuesto, que probablemente merezcan más de una revisión. “Killer Party” estaría, para quien escribe, en este último grupo, a pesar de tratarse de una obra discutible como pocas. Voluntaria o involuntariamente, el paso del tiempo ha jugado a su favor.

Vivia (Sherry Willis-Burch), Jennifer (Joanna Johnson) y Phoebe (Elaine Wilkes) quieren entrar en una hermandad, y para ello han de superar la tradicional prueba de iniciación. Pero Vivia no está dispuesta a ser una hermana más, y hace lo que ninguna veterana se espera: es ella quien les gasta la broma pesada a la congregación. La idea gusta a las demás chicas que le piden que, para la fiesta del Día de los Inocentes, prepare unos cuantos trucos en la vieja casa abandonada del campus donde, 22 años atrás, un estudiante llamado Allan murió, precisamente, víctima de una broma… pero su espíritu aún ronda por el lugar.

El argumento de Killer Party es toda una declaración de intenciones: hermandades, bromas, posesiones demoníacas, casas encantadas… Esta película es lo más parecido a “Scream” que pudieron ver los espectadores de la época. Y la referencia a la película de Craven no es casual: siempre se suele situar como precedente de la misma “Student Bodies” (1981, Mickey Rose), pero mientras ésta es abiertamente una comedia, la película de Fruet se toma a guasa el género… pero con la seria intención de formar parte de él. Así que vamos a encontrarnos todas y cada una de las convenciones del género en ella, tanto las introducidas a conciencia para ser parodiadas, como otras inconscientes que no ayudan a que la película destaque sobre otras. Por ejemplo, tenemos los personajes estereotipados de estos productos, pero en ningún caso con intención. Es decir, como los slashers de la época estaban poblados por adolescentes planos y generalmente odiosos, en ningún momento ni el director, William Fruet, ni el guionista, Barney Cohen, se plantearon intentar cambiarlos para diferenciarse. Además, el único montaje de la película que puede verse es irritantemente cauto a la hora de mostrar crímenes, sangre o violencia. Killer Party comenzó a rodarse en 1978, pero quedó inacabada hasta el 84; finalmente, se estrenó dos años después, pero en esa edición, la única exhibida y parece ser que conservada, no queda ni un sólo plano explícito de los asesinatos. Y no es la única estupidez de esa copia: muestra abiertamente desde el primer momento qué personaje es el poseído por el espíritu pero, luego, incomprensiblemente, oculta su identidad cuando comete los crímenes, como buscando sorprendernos al final con algo que nos ha desvelado ya al principio.

Sin embargo, no todo son malas noticias. Si no, no estaríamos hablando de ella casi treinta años después de su estreno. El comienzo y el final de Killer Party se merecen un hueco en el las vitrinas de la serie B más genuina… y casposa. En una suerte de inspiración directa otra vez de la saga Scream, en concreto de su cuarta parte, los minutos iniciales de esta fiesta asesina son un juego de cine dentro del cine que funcionan a la perfección, son enérgicos y divertidos, y prometen, quizás, más de lo que luego pueden llegar a cumplir. En su desarrollo, hay pequeñas perlas visionarias: por ejemplo, teniendo en cuenta que la mayor parte del material data de 1978, se plantea que una chica novata, Vivia, pueda gastar bromas a las veteranas de una hermandad, cuando la posterior evolución del slasher demostró que esas normas sociales eran irrompibles en el género. Y, sobre todo, antes que Night of the Demons (Kevin Tenney, 1988) y antes que The House on Sorority Row (Mark Rosman, 1983) o The Dorm That Dripped Blood (Stephen Carpenter y Jeffrey Obrow, 1982), Killer Party ya tenía posesiones demoníacas, y hermandades y novatas de consecuencias letales. Lo que nos llevaría directos al final: si se dispone del suficiente buen humor, el clímax es uno de los momentos más hilarantes y, por qué no, cutre-aterradores, de los ochenta, y tiene algún truco visual que aún hoy sigue funcionando.

Enfrentarse hoy en día a Killer Party es una experiencia curiosa. Hay buenas ideas en ella, y tenía visión de futuro, inevitablemente, para saber qué caminos iba a transitar el género; pero su ejecución es pobre y se queda en buenas intenciones. Por otro lado, estamos hablando de un slasher: nadie espera encontrarse un Seven o un Silencio de los Corderos. Así que, si el plan te resulta atractivo, te lo vas a pasar bien.

Lo mejor: El prólogo y el clímax.

Lo peor: Nos escamotea todos los asesinatos.


Vuestros comentarios

1. 10 abr 2015, 17:00 | Bob Rock

Pedazo pendientes-clip… sólo por eso… buena reseña y me parece un buen recordatorio!

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