In Order of Disappearance

Me encantan los thrillers que transcurren en zonas heladas. La violencia y los instintos más brutales contrastan con lo inerte del paisaje invernal como lo hace una gota de sangre en el blanco de la nieve. Este contraste de calor animal contra frío natural es la seña de identidad de Kraftidioten la cinta noruega/sueca que, por lo impronunciable de su título, se distribuye como In order of dissaperance en el resto del mundo. Un excelente film a la altura del gélido “Fargo” y que contiene, al igual que este, un sutil humor negro que, lejos de restar fuerza a su potente propuesta, la convierte en una de las mejores cintas actuales para los amantes del cine policíaco.

Stellan Skarsgård interpreta a Nils, un padre coraje que tras el fallecimiento de su hijo busca justicia y venganza; dispuesto a no parar hasta saber la verdad va deshaciendo la madeja que lleva a los máximos responsables de su pérdida. Se sitúa, sin saberlo, en el centro de la lucha de 2 bandas mafiosas y sus crueles capos… Pero la furia de Nils es tanto o más fuerte que la de las huestes de ambos clanes.

Una gran idea da dinamismo a esta historia: cada vez que un personaje muere podremos ver su apodo, su nombre real y el signo de la religión que éste profesa sobre fondo negro en una suerte de esquela. Con el paso de los minutos este juego con el espectador aumentará la atención del mismo y nos proporcionará alguna que otra macabra sonrisa. Sin ser una cinta de terror, ni contener una violencia demasiado gráfica, la cinta se seleccionó para el festival de Sitges del 2014 por poseer ese humor tan oscuro y esa galería de personajes tan estrambóticos como atractivos que la emparentan con el cine de los mencionados hermanos Cohen o el de Tarantino, pero con la suficiente personalidad para tener entidad propia; una muestra más de que en esto de desarrollar tramas policíacos nuestros amigos nórdicos son unos auténticos maestros.

In order of dissaperance es como una bola de nieve que provoca una avalancha: empieza muy pequeña pero va poco a poco tomando velocidad y volumen hasta terminar mucho más allá de lo que en un principio podríamos imaginar. El cómico acercamiento a los personajes hace que la gran mayoría de las muertes interesen al espectador y le susciten emociones, y ese es el gran acierto del film: Cada muerte cuenta y cada víctima tiene una historia.

El héroe a su pesar que es el personaje de Nils, hermético e incapaz de demostrar sentimientos más allá de la ira, se contrapone con el malvado y cómico jefe de la banda responsable del crimen: “El conde” (Pål Sverre Hagen); un personaje histriónico, vegano, gritón y falso, moderno y sofisticado en apariencia y un patán en la distancia corta que recuerda físicamente (al menos) al ex-madridista Guti. Un niño, hijo del excéntrico capo, servirá como elemento emocional común para ambos extremos de la cuerda y les dibujará facetas que dotarán de tridimensionalidad a unos personajes que en otro caso podrían haber quedado demasiado acartonados. El otro vértice del triángulo criminal lo interpreta, con su habitual brillantez, el veterano actor Bruno Ganz metido en la piel del capo de una mafia croata, introducido en la guerra de forma accidental pero que rápidamente se une al juego.

Apoyando estas magníficas actuaciones, el director Hans Petter Moland, añade un montaje muy clásico en sus planos y una sensacional fotografía convirtiendo el propio paisaje en un personaje más de la trama.

No es terror, su violencia pese a ser abundante no es de alta intensidad en cuanto a sangre, su argumento está más que trillado y es bastante evidente… pero aún así logra atraparte y transmitir la sensación de estar viendo algo realmente fresco, nuevo y particular. Sin duda una cinta recomendable de ver y uno de los retratos de la mezquindad del mal más acertados de los últimos años. No os la perdáis.