Grizzly

Cuando Spielberg adaptó a la gran pantalla la novela de Peter Benchley Jaws lo hizo con tal acierto y tensión que inauguró todo un subgénero en el cine de terror: el de las criaturas asesinas reales. No es que no existieran anteriormente, pues Los pájaros, “Moby Dick o Cuando ruge la marabunta (entre otras muchas) nos alertaban con anterioridad de los peligros de la naturaleza… pero en la bautizada por estos lares Tiburón la amenaza era tan real y natural que suponía algo nuevo e inesperado hasta esa fecha. Ya no era necesaria la intervención de la radiación o los seres extraterrestres para causar estragos, nuestra propia flora y fauna era una amenaza para nuestra evolucionada vida; una amenaza que, en nuestro camino para llegar a ser la especie dominante, habíamos enterrado en nuestra memoria atávica y que ahora el celuloide nos venía a refrescar. Y si Tiburón marcó el inicio, su secuela (un título a reivindicar) es casi un decálogo de las bases de este género:

1. Varios personajes e historias independientes se ven dramáticamente truncadas por la presencia de la criatura/as en cuestión y terminan por converger en un grupo unido por la supervivencia.
2. Un protagonista sólo, o preferiblemente acompañado de expertos científicos o cazadores, va tras la amenaza. Y tendrá su particular cara a cara en los compases finales.
3. Intereses comerciales tratan de acallar los sucesos facilitando así la tragedia.
4.Y sangre y muerte en cantidades industriales, pues no hay monstruo que se precie como tal que no deje tras de sí un buen reguero de cadáveres.

Llegaron entonces montones de seres marinos a comerse a inocentes bañistas: desde escualos de todos los tamaños a Orca, la ballena asesina, Tentáculos, Pirañas, cocodrilos… y ya en tierra Tarántula, Enjambre, Anaconda y animales salvajes como los leones de Cosecha salvaje; y como no: el oso grizzly, que a éste que os escribe aterró de lo lindo cuando era un impresionable preadolescente.

El Grizzly de 1976 era un mostrenco de pelo que desmembraba a excursionistas y visitantes ocasionales de la peor manera posible; hasta que los humanos, cansados, deciden organizar una partida de caza para terminar con él… Y qué decir tiene que la mayoría de ellos no calcula con precisión la calidad de la amenaza y el cazador termina por convertirse en presa.

Pues bien, el Grizzly del 2014, sin ser un remake, reúne todo el sabor y los elementos de su homónima y todas las características del subgénero de “especies peligrosas” para traer un espectáculo de entretenimiento edificante, divertido y muy sangriento. Un film tan fiel a su género y sus premisas que tiene, en no llevarlas un paso más allá, tal vez su único punto débil, pero que aplaudirán todos los seguidores de este tipo de historias.

Rowan (James Madsen) regresa a su pueblo natal en Alaska para tratar de encontrar al único amigo que le queda por esos lares… Es un hijo pródigo con una reputación que le ha granjeado la animadversión de casi todos los habitantes de la zona, incluido su hermano Beckket (Thomas Jane), para quien se ha convertido en un perfecto extraño. La pista de su amigo se pierde en los frondosos bosques de la comarca, en los que en los últimos días se han reportado varios ataques de un enorme oso, y en los que se han adentrado de manera irresponsable en algunos casos e ilegal en otros, varios personajes. Al final los dos hermanos, un cazador de moralidad cuestionable (Billy Bob Thornton) y el resto del reparto se introducirán en el territorio del oso en una batalla a vida o muerte.

Grizzly (también conocida como “Red machine” en honor a un televisivo oso que terminó por comerse a su acompañante humano) es un producto sumamente clásico en su presentación y desarrollo. Las tramas de los personajes, sus conflictos, la construcción de los ataques del oso, etc., todo es algo visto anteriormente pero que, en su honestidad formal y su falta de pretensiones de ser algo más, se contempla con sumo agrado. También clásico es su acompañamiento sonoro y su fotografía y color… en cambio a la hora de mostrar a la criatura y en las consecuencias de sus ataques es donde el título saca pecho y nos trae las maneras y usos del cine actual.

El director David Hackl, curtido en las sagas de Saw, sorprende por la contención en este título, sabiendo guardar, con inteligencia, los cartuchos con los que impactar al espectador y racionando las apariciones del oso hasta los últimos compases donde se hacen mucho más explícitas e interactivas con el reparto. Un reparto, por cierto, muy afinado, plagado de rostros populares que logra que, pese a lo estereotipado de muchos personajes, estos funcionen y mantengan el interés de los espectadores, robando un poco el protagonismo a la verdadera estrella de esta historia: el oso y sus ataques.

La sangre y las víctimas de nuestro animal serán generosas, y aunque en un principio sucedan fuera de campo, con el transcurso de los minutos serán más explícitas para proporcionarnos varios momentos desagradables visualmente y emocionantes anímicamente.

Pese a algunos efectos especiales un tanto evidentes (sobre todo en la composición de algunos paisajes) y algunas apariciones del oso poco verosímiles (parece un oso ninja, como Kun Fu Panda) por no hacer ruido ni oler, estamos ante un film la mar de recomendable para entretenerse y pasar un rato divertido cargado de sabor clásico.