The house on Pine Street

Atención a todos los amantes de las buenas historias de fantasmas: The house on Pine Street es uno de los mejores títulos recientes de este subgénero. Una cinta que contiene una construcción de personajes sobresalientes y muestra una contención formal y un saber hacer sorprendente si tenemos en cuenta la juventud de sus directores, dos chavales de veinte y pocos años que demuestran tener mucho más talento que edad. Y es que pese a sus imperfecciones, que las hay, The house on Pine Street tiene maneras y vocación de clásico.

Con el fin de pasar las últimas semanas de su embarazo controlada por su madre y su marido, Jennifer (Emily Goss) deja la ciudad y se traslada a una casita en la calle residencial de “pine street”. Poco contenta por la decisión del traslado nuestra protagonista hace lo que puede para recuperar la confianza de los suyos, confianza perdida por motivos que desconoceremos hasta bien entrados en el metraje, y aclimatarse al nuevo entorno. Pero con el transcurrir de los días, Jennifer, comenzará a sentir que una entidad hostil habita en la casa. Para su desgracia, solamente ella parece percibir esta amenaza y el peligro que supone y cuanto más investiga el pasado de la finca, menos elementos encuentra para la solución del misterio.

Muchos tras la proyección se aventuraron a comparar esta cinta con la popular The Babadook y no era de extrañar, pues ambas comparten muchos elementos en común; pero los que no le encontraron la gracia ni el terror a la mencionada estarán de suerte, pues la vocación de asustar e inquietar es mucho más evidente en esta y la cinta es más digestiva para todo tipo de estómagos. O lo que es lo mismo: The house on Pine Street es una cinta de terror de las de toda la vida.

Pero no es The Babadook sino La otra vuelta de tuerca de Henry James (adaptada magistralmente en “The innocents”) la cinta a la que más se acercará esta película. Como en el clásico, Jennifer será la única testigo de los extraños acontecimientos y será el espectador el encargado de decidir si está ante una demente o ante un ataque sobrenatural, funcionando ambas lecturas con igual acierto. Como la cámara se sitúa siempre en el punto de vista de la protagonista, la versión de la locura no nos quitará ni un ápice de sufrir sobresaltos y vivir la angustia de los acontecimientos en primera persona.

Al contrario de los productos de la factoría de James Wang o del cine de horror más comercial, los sobresaltos de la película no son de manual y carecen, por lo general, de construcciones de escenas sofisticadas y son más un aderezo que una parte fundamental del motor de la trama. Cuando conocí a los autores del guión en el festival Nocturna, les pregunté por el parecido a la obra de James y el menos joven de los dos me comentó que la vio por casualidad cuando estaban a mitad del rodaje y se quedó, sorprendido por las similitudes. Acto seguido y frente a mis narices le dijo a su hermano: “¡Tío, tienes que ver esa película. Es muy vieja pero está muy bien!” Y de pronto pensé que tenía muchas canas… En fin…

Por continuar con la reseña y seguir con las comparaciones, que son odiosas pero que son el vehículo más sencillo para clarificar conceptos y sensaciones, diremos que si bien The Babadook impresionaba por una realización muy moderna cargada de ideas visuales y estéticas deslumbrantes… Aaron Keeling y Austin Keeling (responsables de la dirección y co-guionistas) deciden optar por el camino de la sobriedad narrativa para llegar a paisajes parecidos; pero que nadie piense que esta concepción es la de un telefilm sino más bien la de una cinta atemporal.

Otro elemento de similitud a La otra vuelta de tuerca radica en que, en gran medida, los sucesos paranormales transcurrirán a plena luz del día, algo nada usual en el género y que logra, como hace unos años hiciera I am a ghost, que la película resulte visualmente luminosa y alegre en contraste con su oscuro contenido.

Destacar también lo afinado de sus actuaciones y la sensacional elección, sobre todo, de su personaje protagonista. Emily Goss borda sus escenas y su extraña gestualidad ayuda a la multidimensionalidad de su personaje. También brillante y enigmático es un personaje, que aparentando ser el parasicólogo de turno, arroja mil preguntas y finalmente una peregrina respuesta sobre la trama.

Como suele ser habitual en trabajos primerizos, los hermanos Keeling se dejan llevar por sus ganas de narrar y alargan la cinta más de lo que era necesario. Así, su parte central puede resultar reiterativa y en el último tercio del film existen dos puntos donde todo podría haber concluido de forma más novedosa y menos convencional que en el epílogo. No es que su final sea malo, contiene una explicación brillante y bastante original de lo que vemos, pero no era necesario haber llevado la historia tan lejos. Eso sí, su ultimísimo plano es de una brillantez y astucia sensacional y te deja suplicando “Por favor que no me estropeen la película ahora, que no hagan eso que todo el mundo piensa… no…. ¡No!…”

Espero con mi reseña haber despertado el interés de algunos de vosotros pues os aseguro que la cinta merece la pena. Eso sí, no busquéis ni mucha sangre ni muchos sustos… el terror de Pine street es mucho más delicado que eso y se construye de forma más lenta y precisa, quizás por eso se te queda metido más tiempo. Nos os la perdáis.