Yellow

Un anciano busca de forma obsesiva a un asesino que atormenta las calles del Berlín de los ochentas. Conduciendo su coche, sigue el rastro de bellas mujeres muertas mientras analiza los mensajes de su acérrimo enemigo. ¿Quién es el ratón y quién el gato en esta persecución?

En 2012 nos llegaba este cortometraje, de veinte jugosos minutos de duración, con el neogiallo como bandera. Y es que la cosa venía calentita por aquella época, parecía que un nuevo interés por revitalizar los legendarios giallos de los setenta, mediante una estética más exagerada, se asentaba con sugerentes títulos como “Last Caress”, “Tulpa”, “Amer”, “Red Nights” o “Masks”. Aunque unos años después parece que este revival no ha cristalizado en una corriente concreta ni en grandes nombres, piedras en el camino como “Beyond the Black Rainbow” o “L’étrange couleur des larmes de ton corps” desvirtuaban los logros del neogiallo para convertirlo en una exagerada broma de vacuidad, resulta el momento adecuado para detenerse en “Yellow” como una de las obras que aglutina las dos vertientes de este homenaje a un cine que, probablemente mejor, no volverá.
Como decía, por un lado tenemos la vertiente más impactante: la explosión visual que eleva la elegancia del asesinato por encima de su propia obsesión religiosa y/o sexual. Una gozada para los sentidos ver como los cineastas modernos han sabido estilizar, más si cabe, los delicados juegos visuales del giallo, apurando sus excesos hasta la epilepsia orgásmica. Por ejemplo, “Yellow” demuestra un dominio envidiable de los encuadres y la fotografía – natural a veces, fantástica otras tantas – a pesar de la inexperiencia de su creador: Ryan Haysom, inglés afincado en Berlín que con unos pocos cortos a sus espaldas consiguió la financiación mediante crowfunding para este interesante proyecto.

En la columna del debe encontramos que “Yellow”, la cual presenta una historia inexistente basada simplemente en secuencias emocionales, va enredándose en su propio discurso carente de fondo hasta convertirse en una parodia del género que intenta glorificar. Así, la secuencia final nos deja con cara de gilipollas y esa terrible sensación de que su coguionista, Jon Britt, nos ha tomado el pelo gratuitamente. Es decir, tanto ambientar la muy ligera trama en el Berlín de los ochentas, mucho introducir enigmas sobre sexualidad y religión, dudas morales y unos monólogos sórdido-filosóficos para… ¿para qué? Responde Jon, ¿qué diablos significa la imagen final? ¿Apoyó Navidul la producción de este cortometraje? Así mismo, durante este descenso a la parte pedante y banal del neogiallo, la cinta sufre de un bajón técnico incomprensible. Cuando has apostado por un montaje reposado y cuidado hasta el milímetro, no puedes cortar el ritmo sino se subyace a una razón formal. ¿Sería por la eclosión de la violencia que se prometía durante el lento, y adecuado, avance del metraje?
Recordemos que “Yellow” sigue la caza de un anciano a lo largo y ancho de Berlín con el supuesto motivo de detener a un asesino obsesionado con bellas mujeres. Parte de la gracia radica en el juego que se establece entre perseguidor y perseguido, dos cara de la misma moneda o algo incluso más siniestro. Sin embargo, el desenlace del corto no hunde sus raíces en este enfrentamiento: como en un giro engañosamente provocador, obvia la dualidad de protagonista y antagonista para divagar y no contar absolutamente nada. Y ese es el habitual y fatuo pecado de un subgénero, el neogiallo, que tendría que mucho que decir de cuidar los excesos reconvirtiéndolos por el camino del thriller policial.

“Yellow” carece de naturalidad, esto y su absurdo final comprenden los mayores pecados de un proyecto que, por otro lado, resulta totalmente recomendable para disfrutar de sus increíbles primeros diez minutos (sensacional la tensión acumulada en la escena de la llamada telefónica). Recomendación rubricada por una banda sonora que supera con creces a las que imita, fuertemente sintética consigue narrar lo que la escasez de dialogo niega, sin duda uno de los grandes atractivos del cortometraje. Por otra parte, la angustiosa interpretación de Stephen M. Gilbert, como el anciano sin nombre, potencia y esponja esa nube onírica a la que nos ha transportado la música ambiental: violados por un mal sueño, la pesadilla violenta de “Yellow” funciona hasta que se postula para trascender la experiencia R.E.M., entonces, con las cartas sobre la mesa, vuelve la dura realidad de las oportunidades perdidas.

Cratosxp fue quien tradujo “Yellow” para la comunidad hispana y justo es reconocer su gran trabajo.