Hasta el viento tiene miedo

En un colegio para señoritas, una de las internas, Claudia, sufre pesadillas que casi la llevan al colapso. Presa de la obsesión y de la presión sometida por la severa directora, Bernarda, se interna con sus amigos en el torreón con el que cree haber soñado, un área prohibida dentro del recinto. De esa forma se hace acreedora de un castigo, que se extiende a su grupo de confianza. El castigo es igual de duro que la gobernante: pasar las vacaciones de primavera en el colegio. Esto desencadenará que las pesadillas se recrudezcan, y con ellas llega la presencia fantasmal de Andrea, una antigua interna que reclama venganza a causa de su macabro final.

Otro rollo, “Hasta el viento tiene miedo” representa casi cincuenta años de involución/evolución dentro del género de terror, en concreto, la sección fantasmal, epígrafe casas encantadas. Otro rollo, alguien capaz de superar esa brecha temporal, con sus alegrías y penurias, sabrá disfrutar la diferencia con respecto a la dirección que el terror ha tomado desde finales de los setenta de la mano de la literalidad y el sobre exceso visual. Otro rollo, incluso si comparamos la cinta del gran Carlos Enrique Taboada con la obra que marca el devenir de la literatura gótica, génesis del género como se ha canonizado con cierta cerrazón de miras: “El Castillo de Otranto”. Otro rollo, porque pese a afiliarse al cuento de horror gótico, la sublimación del yo a emociones más fuertes que el ego, en este caso el miedo, lo hace sin buscar la estridencia, en una pirueta que juega a favor de la cinta gracias a una escalada de atmósfera que nadie a día de hoy puede desarrollar con la misma naturalidad: ¿tú podrías soportar estoico el sensual y pavoroso striptease de Kitty?

Otro rollo, ¿no me creéis? En las antípodas de “Crimson Peak”, que no voy a desmerecer, “Hasta el viento tiene miedo” logra con cuatro pesos lo que Guillermo del Toro sueña con millones y millones de dólares. Otro rollo, porque demuestra que el entretenimiento, cine de género vía intravenosa, ofrece tantas vertientes, algunas puras como la cocaína, como espectadores. Otro rollo, ya que es imposible olvidar su perfecta síntesis de la venganza sobrenatural por excelencia, donde el “j-horror” marcaba tendencias, obras como la presente, “El libro de Piedra” o “Más negro que la noche” eran la semilla. Otro rollo, severo y odioso, con el que es imposible no empatizar, desde el lado vengativo de la historia, gracias a la presencia de una horrible bruja, Bernarda, la estricta directora, que sin poder mágico alguno, esparce horror entre la parroquia.

Otro rollo, pues incluso la comicidad involuntaria, por aquello de estar invitados a un colegio de señoritas donde lo yé yé y la frustración sexual se dan de la mano en un baile ingenuo y datado, provoca efectos distintos a los acostumbrados: no sentimos caspa sobre nuestros hombros si no una fina y cálida capa de candidez, ¿sentirse uno más de ese grupo de jóvenes cuando la gran mayoría de sus intérpretes superaban con creces la mayoría de edad? Otro rollo el que vivieron Marga López, Maricruz Olivier, Alicia Bonet o Norma Lazareno; que si destacan por su longeva carrera será porque supieron lucir de carne y hueso bajo sus inmaculados camisones. Otro rollo que los efectos de sonido agudizan desde las viejas retransmisiones radiofónicas, como si de un serial se tratase, el viento nos muerde las retinas ensombreciendo, incluso a plena luz del día, las estatuas y jardines de la vieja finca. Otro rollo, el que empiezan a sentir nuestras protagonistas cuando el fantasma de Andrea se cuela entre sus vidas, como si el tiempo, ese cabrón que tras cincuenta años intenta ocultar gemas como ésta, cristalizase en una burbuja de pesadilla: ¿estamos en 1968?

Otro rollo, exento de toda la sangre que brotaría del gore poco después, vía anglosajona, “of course”; otro rollo que podemos alternar entre ingesta e ingesta de higadillos, en otros festines, pues Taboada se auto impone la restricción, más que consciente, de presentar una historia, escrita por el mismo, donde la hemoglobina no tenga cabida. Otro rollo, entrañable, preciosista, pausado, anisado, helado, cadavérico, decadente, morboso, sáfico y, tapaos las ojos, divertido. Otro rollo porque permite realizar una crítica rendida a la divagación, al engaño y a la más absoluta recomendación sin nada más que una leve guía de sus valores positivos. Otro rollo que hermana con el “fantaterror” por esa sensibilidad donde uno puede tanto burlarse del grano de la imagen como asustarse por las manchitas del celuloide. Otro rollo, dentro de un mundo extraño, el cine de terror, que ni empacha ni adelgaza, simplemente demuestra que el terror clásico se adjetiva de tal forma por razones que ningún “opinólogo” podrán verbalizar; a lo sumo sería misión de Poe, el cual, eternamente al cuidado de las hadas verdes, comparte mesa con Lovecraft, Byron, Beckford, de Quincey y Taboada, mientras asombrados descubren que el submundo mexicano del terror supera las expectativas de los condenados.