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"Regalo del Egeo"

Un terror social(¿?) de Jorge P. López

Emergió de las aguas con la misma pereza que usaban las olas para arrastrarlo, noche casi cerrada, marea alta y aguas en calma con reflejos de verano. Cuando por fin alcanzó la orilla se sintió confundido, cansado y, a la vez, lleno de una energía cuyo origen sólo podía ser la esperanza. Lejos quedaba el frío, dueño de sus venas, que lo recibió tras la zambullida contra la superficie índigo del Egeo. Las duras ondulaciones de la arena seca le hicieron tropezar arropado por el gemido ahogado que emitió de forma involuntaria, fue la señal de salida para el riachuelo de vitriolo que clamaba libertad desde su estómago. Distante, así nacía su curiosidad frente al fino reguero de inmundicia: ¿algas deshilachadas, barro, salitre, pequeños peces? Nada que le importase en demasía; su único objetivo, su obsesión, era alcanzar la libertad de la tierra prometida, un paraíso vallado al que se rendía con tal de escapar de la guerra, esa hiena que se había ensañado con su gente.

Titubeó, sumido en el costoso proceso de evacuar toda el líquido que había tragado dudó por un momento, echaba en falta a su hijo, Mazen, y a su sobrino, Khaled; la última estampa de los jóvenes los situaba aferrados a sus manos, gimoteando de miedo, cuando el buque se vino abajo literalmente. Un pasaje en ese montón de chatarra fue el único método de llegar a Europa que se pudo permitir con los ahorros de toda su vida, ejerciendo de conductor de taxi en Damasco; un pasaje en un ataúd flotante que probablemente triplicaba el peso de carga máxima admitida; un pasaje directo al naufragio que lo separó de los muchachos antes de concretar la ilusión que teñía sus inocentes miradas. Cerró los castigados puños con brío, la vomitona los cubrió inmisericorde mientras, debido al esfuerzo, se abrían llagas sobre la fina y arrugada piel: hubiese cambiado su vida por la de ellos y, sin embargo, continuaba preso de esa languidez amnésica que le obligaba a caminar hacia delante, a besar los amargos labios de un continente que se mostraba distante y cruel con los inmigrantes, estuvieran o no dispuestos a olvidar su cultura y raíces. Ya no quedaba tiempo para racionalizar, los seres humanos lo eran en cuanto a estar vivos, al menos imitar la vida si lograban moverse por voluntad propia hacia aquellas luces de polilla, los distantes brillos de una población… ¿amigable?

Hasta su ciudad natal llegaron las noticas de la quiebra de Europa, del auge del viejo fascismo, de los independentismos y el egoísmo de unas ideas prefijadas que alimentaban el poder con más poder, para transformar a unos pocos en los burros de carga que hacían avanzar renqueante el carromato desvencijado de una democracia que no lo era tanto. Al fin y al cabo, los bastardos del Estado Islámico eran otra cara del mismo dado, ese que tiraban los poderosos para determinar el destino de pobres taxistas como él. El viejo imperio occidental gruñía morón como el anciano que era, pero había olvidado ya, considerándolos una pesadilla, los ultrajes de la guerra. En Damasco se estilaba un dicho: “antes aguas revueltas que tierra en llamas”. ¿Qué nacería de ese mar que tan frágilmente separaba el tercer mundo del primero?

Aquellas injusticias, diluidas en la tormenta de confusión que se apoderaba de sus no-pensamientos, avivaron sus miembros, que blandos reclamaban movimiento perpetuo hasta el corazón del continente.
Reuniendo fuerzas de una hoguera interior que ya creía agotada, hincó las rodillas en tierra y se lanzó bamboleante en dirección a la línea oscura que dibujaban las copas de una arboleda cercana. Tal que si su vista se hubiese agudizado gracias a la misma oscuridad, creyó vislumbrar otras siluetas menos neutrales, probablemente miembros del ejército apostados para impedir la entrada de ilegales; los intermediarios, esos mafioso desdentados, ya les advirtieron, pero tanto él como los otros cientos de fugitivos sólo se detendrían cuando una ráfaga de plomo les atravesara la sesera… acaso no sabían las patrullas que de dónde huían ya existía una bala con sus nombres.

¿Cuándo zarpó aquek armatoste? ¿Cómo se llamaba? ¿”Regalo del Egeo”? Se difuminaban en su memoria las lágrimas de los que se quedaron atrapados en el puerto de Lataquia a la espera de acumular algunos cientos más de libras o, si la desesperación se imponía, dispuestos a pasear sus cansadas piernas por toda Turquía hasta dar con un paso franqueable en la frontera con Bulgaria. La rabia ante tanta devastación sin sentido le quemaba, casi manaba de su interior mojando los harapos ya empapados de algo que no era agua salada.
Él pagó, él se hacinó, él rezó, él seguiría, esquivaría el pasado, enterraría al fondo de su consciencia el pequeño apartamento en el bullicioso barrio de Bab Tuma y la cariñosa mujer que lo apartó de los extremismos asesinos. Sus recuerdos eran un torbellino que dejó atrás creando una barrea de angustia, proveniente del calvario con que habían bautizado su nueva existencia de refugiado. Incluso las vidas de Mazen y Khaled significaban menos que la costra de arena que lamían sus pies hinchados.

De pronto, aquel que se creía único superviviente del hundimiento, intuyó, más que oyó, el sonido de otros como él, que gimoteando por la despiadada llegada a la costa también arrastraban las piernas en penoso trote. Recuperó el equilibrio aferrándose el vientre, todavía abultado e infecto a pesar de la vomitona, y controló el paso sumido en temblores a causa de un hambre que entumecía cualquier otra sensación. No existía agotamiento en el horizonte, el cansancio se evaporaba, la tristeza no encontraba asideros sobre los inestables cimientos de esa ansia, una lúgubre gula por la ciudadanía de segunda que algunos países comunitarios todavía ofertaban.

Retuvo el apetito dentro de sus rugientes entrañas, y así pudo visualizar con algo de claridad las incontables figuras raídas que poblaban aquella playa dejada de las manos de Alá, ¿tantos habían sido los pasajeros del buque maldito? Hubiese dudado si la duda fuese un lujo del que hacerse cargo. En esa situación, incluso intuyendo dos pequeñas sombras que bien podrían ser sus últimos familiares sobre la faz de la Tierra, se debía a su peregrinaje, a la necesidad y obligación de un futuro digno. Un “porvenir glorioso” que, a diferencia de lo anunciado por los canales sintonizados de malas formas allá en Damasco, se refrendaba con salvas de fusiles al aire y gritos amenazantes en un idioma extranjero que le costaba entender, a pesar de su bagaje como taxista de mil y una carreras contra reloj en dirección al aeropuerto internacional. Los fogonazos no lo detuvieron a él ni a los cientos de refugiados que surgían de las tranquilas aguas con destino a países más ricos dispuestos a reciclar los despojos de la guerra. ¿Estaban en Grecia? ¿Era sólo un aviso de los militares? ¿Una amenaza? ¿Un crimen?

Igual que si celebrasen una fiesta de bienvenida para los miles de sirios que transitaban la playa, las luces se intensificaron, destellos dispersos que precedían sonidos de detonación, pero aquellos fuegos artificiales se transformaron en estallidos contra su pecho. Los impactos se extendieron a su cara, a los brazos, las piernas, su cuerpo recibía tranquilo aquella serie de golpes, cuya inercia le hizo bailar una danza a la que se unían el resto de refugiados como si formasen parte de un ballet. Desconcertado, aunque únicamente por la imposibilidad de seguir con su avance, dio con la espalda en tierra mientras notaba que se vaciaba por una decena de pequeños boquetes, estrechos geiseres expulsando gelatina negra, revenida y plagada de parásitos marinos. Los gritos llegaron con más claridad, entrando por sus heridas además de por sus oídos, y de esa forma pudo entender al fin aquel idioma: “Νεκρά!”

Entre una algarabía, llena de cinismo ante los caídos, se repetían las órdenes a los inmigrantes, palabras que caían en saco roto pues de nuevo los heridos se levantaban enfrentando los cañones a pecho descubierto. Él hizo imitó la cabezonería de sus compañeros, de nuevo hincó la rodilla sobre la arena, iniciando un bucle al que se abandonaba con la tibia alegría de los muertos. Más fogonazos perfilaron las figuras agazapadas junto a los árboles, no eran tantos los hombres cubriendo la zona y eso llevó un gemido de agónica felicidad a las gargantas de los refugiados. Unos, los menos afortunados, habían llegado sanos y salvos para ser interceptados por las patrulleras o los controles aduaneros que los trataban peor que ganado; otros, los taxistas con suerte, encontraron vía directa desde el lecho marino, dejando un rastro de carne supurante y costras de piel revenida. Los chillidos de advertencia, a punto de mutar en alaridos de pánico frente a la cadavérica invasión, eran a oídos de aquella enlentecida turba como vítores de bienvenida. La histeria fue la mejor acompañante para los primeros encontronazos físicos, donde las armas de fuego se rindieron a los mordiscos de un hambre pospuesta desde hacía meses. Todos se unían al festín, se diría que satisfechos de constatar las razones de su exilio: ¡Europa era el Jardín de las Delicias donde los refugiados lograrían alcanzar la tan ansiada nueva vida!


Vuestros comentarios

1. 31 oct 2015, 12:09 | MASP

Siempre la misma hipocresía. Qué buena es la vieja Europa que los acoge en su seno con los brazos abiertos. Y qué cobarde al mismo tiempo para limitarse tan sólo a eso y no a intervenir y terminar con el conflicto desde su raíz natal. Eso mejor se lo dejamos a los “grandes” para que se repartan los pedazos del pastel infecto que ellos mismos han cocinado.

Muy buen y crudo relato y apropiado el filtro aplicado a la foto de la vergüenza. Cuando todo se vaya al carajo, pienso subirme al tejado para ver como arde el mundo mientras me fumo un puro y me río a carcajadas.

PD: En ADSLZone nos recomiendan como una de las mejores webs para pasar miedo en estas fechas:
http://www.adslzone.net/2015/10/31/empieza-halloween-con-las-webs-mas-terrorificas/

Y razón no les falta. Saludos!

2. 31 oct 2015, 15:02 | Bob Rock

Gracias MASP, siempre has sido uno de mis grandes apoyos para escribir.

En cuanto a lo que está pasando, pues creo que pensamos igual: ¿por qué no hacer algo de verdad en origen? Digo yo que si tanto nos importa lo que tenemos entre manos (independentismos, los colores de las medicinas, la ingesta de salchichas) igual se deberían establecer políticas serias de desarrollo en el tercer mundo, dándole primero a los fascistas musulmanes que rigen con mano de hierro a su gente. Si no, todo el tercer mundo invertido sobre el primero tendrá como lugar el fin de la civilización. Eso sí, yo también lo veré subido a tu tejado, con el sol rojizo de fondo, derramando sangre líquida sobre los eriales.

Esa imagen es otra más que muestra nuestra deshumanización. Vamos, yo siempre he pensado que el ser humano es un parásito, pero si tanto se le llena la boca a los estamentos diciendo que vivimos en el planeta del buen rollismo, pues ale… dejad de imponernos una extraña segunda era feudal.

Interesante promoción pues, jope, que orgullo. Pasa buen Halloween (yo en casita encerrado con un buen bol de palomitas, ayer salí y me duele el coco)

Un abrazo!

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