Tres recomendaciones noventeras para Halloween

The Refigerator (1991), de Nicholas Jacobs

Una parejita se muda a un mugriento apartamento de Nueva York, lo que nunca hubieran podido imaginar es que la nevera del piso fuese un monstruo satánico devorador de hombres. Ejerciendo su horrible influencia, el horror se desata sólo pudiendo ser detenido por el poder de Dios y el baile latino. ¡Olé!

Si en la introducción comentaba sobre lo grasiento de ciertas películas de los noventa, sin duda me refería a “The Refrigerator”, llena de luces rojas y personajes sudorosos extrañamente creíbles, se presenta como una serie B (rozando lo Z) producida con cuatro duros y mucho humor gore. Los resultados en pantalla pueden ser ridículos, lo surrealista de las situaciones mucha veces roza un tipo de pretenciosidad artística que sólo se puede entender en los suburbios de Nueva York. Pero lejos del cine subversivo que se proyectaba en salas de mala muerte de Brooklyn, esto es puro cine gamberro proyectado en salas de mala muerte de Brooklyn. Una de mis anti–películas favoritas de todos los tiempos.

Doppelganger (1993), de Avi Nesher

Una joven se muda Los Ángeles tras ser implicada en un caso de asesinato. En la ciudad de las estrellas se enamora de un escritor, pero al tiempo, él no logra saber si su relación es con esa misteriosa joven o con algún tipo de gemela malvada.

La teoría es que en un universo paralelo todos tenemos un doble, y es malvado, lo opuesto a lo que nosotros somos, y ese gemelo demoníaco lleva perilla. Sin embargo, aquí Drew Barrymore no luce perilla alguna durante una de sus peores actuaciones. La actriz había tocado fondo y participaba en un thriller sobrenatural que se vendía como lleno de erotismo… no en vano “Instinto Básico” era el éxito del momento. Sin embargo, lo mejor no es el lado ridículo de la trama, con una Barrymore totalmente descocada como podemos ver en la imagen que acompaña estas palabras, lo mejor es una escena final que, gracias a sus efectos especiales, fue merecedora de un puesto destacado en la revista Fangoria de la época. Cuando la vi no era consciente de sus horribles diálogos, a día de hoy me ha dado para pasar un rato muy jocoso.

Mom (1991), de Patrick Rand

Una oleada de crímenes se cierne sobre Los Ángeles. En dicho escenario, una amable anciana ofrece refugio a un viajero que acaba infectándola con una horrible ansia de carne humana. Los hijos de la pobre señora tendrán que enfrentarse a un mal que podría derrumbar su frágil familia.

Barata hasta límites insospechados, pero con unos maquillajes muy aprovechados, esta gran desconocida no pasará a la historia por ser una gran cinta de horror, ni sustos ni seriedad alguna, pues más identificada en la comedia, “Mom” pretendía ganarse un hueco en las estanterías, de los todavía pujantes videoclubs, en base a su mensaje irreverente. ¿Una abuelita licántropo? Sea como sea, se nota lo mucho que les costó a sus responsables terminarla, pues su estética no se despega de los productos similares de los ochentas. Una falta de ritmo alarmante, apoyada por una edición digna de Eduardo Manostijeras, nos hará pasar ochenta minutos de carcajadas lisérgicas. Prohibido visionarla serenos.