No respires

Tres ladrones de poca monta deciden dar el golpe que los saque de la apestosa ciudad donde viven. Tras descubrir que un hombre ciego guarda en su casa una importante cantidad de dinero, se deciden a asaltarlo aprovechando la soledad del barrio. En lo profundo de la noche, la desvencijada casa se abre para revelar algo más que un indefenso invidente y su tranquilo perro lazarillo.

Un thriller de terror, dícese suspense pero plagado de sobresaltos y escenas lo suficientemente macabras como para satisfacer vuestros bajos instintos, de mano de Fede Álvarez, director del controvertido remake de “Posesión Infernal”. Bendecido de nuevo con el apoyo de Sam Raimi y su productora “Ghost House”, Álvarez repite al guión junto a su fiel escudero Rodo Sayagues, pero esta vez con una historia más personal que, sin embargo, sigue bebiendo del cine de su mentor como fuente de inspiración, por aquello de lucir en su tuétano las maneras de la serie B más clásica y agradecida. Alejándose del horror sobrenatural que, tras el llamativo cortometraje “Ataque de Pánico”, le granjeaba la simpatía de nuestro exigente Joan Lafulla; el director uruguayo se decanta ahora por un argumento menos sangriento y lleno de guiños a otros estilos y sub géneros: el “slasher”, “survival”, “home invasion”… Poco menos de diez millones de presupuesto para todo un taquillazo que ha recaudado más de cincuenta en su país de origen, Estados Unidos. Un producto muy rentable que debería animar a la productora a seguir filmando con un ritmo más constante, y también dejarse de remakes, como demostró la enervante “Poltergeist”. Obviamente, la crítica norteamericana se ha volcado con ella, como una segunda unidad en la activa campaña de marketing, otorgándole una instantánea aura de cinta de culto. Pero, ¿es merecida tanta polvareda mediática y tantos ingresos?

A diferencia de la muy reciente “The Neon Demon”, “No Respires” es absolutamente honesta en su propuesta. Su larguísimo tráiler, demasiado revelador en todos los aspectos, prometía tensión a raudales y una atmósfera claustrofóbica digna de una película de casas encantadas. Sólo eso, y no tan “sólo”, porque cumpliendo a rajatabla el recetario de una “home invasion” a la inversa, me viene a la cabeza la reciente “Livide” y especialmente “Intruders”, nos regala un personaje aterrador como es el ciego que nuestros protagonistas intentan robar. Interpretado con muchísima fuerza por un Stephen Lang metido hasta las cachas en su papel, este ex militar se alía con su perro, otra importante arma de destrucción masiva así como gran actor, y se arropa por su casa, digna de un cuento gótico suburbano, para ofrecer una persecución atrapante, así de simple.
La agobiante insistencia con la que el invidente intenta proteger su casa, dinero y asuntos, obviamente turbios como cualquier hijo de vecino podrá deducir, es la principal baza de entretenimiento que ofrece “No Respires”. Casi, podríamos decir, que se convierte en un “thriller fantasioso” en lugar de “fantástico”, gracias a la capacidad de su villano para infundir temor. Dotado del suficiente carisma, bien podría haber ocupado el puesto de un Michael Myers o Jason si la película hubiese virado hacía un “slasher”. Sin embargo, ni la brutalidad ni el ritmo de este famoso subgénero hacen acto de presencia durante su corto metraje, poco más de ochenta minutos que se pasan en un suspiro. Ofrecer duraciones coherentes, ¡ese es el mejor homenaje a décadas pasadas!

Una breve introducción de quince minutos es lo único que nos separa de esa formidable máquina de intimidación interpretada por Lang, una presentación de los únicos cuatro personajes en los que se centra la historia. Aquí comprobamos que Álvarez ha tirado por lugares muy comunes, tomados del propio Raimi, esquivando alargarse con los perfiles psicológicos de sus personajes. Afortunadamente dando preponderancia a la acción antes que a aburridos diálogos, donde el uruguayo no es particularmente hábil. Tres ladrones, hijos de una Detroit en horas bajas, símbolo de los efectos de la industrialización sin proyecto claro a futuro, cuyas personalidades pueden ser resumidas en el envoltorio de un chicle. Tampoco ayuda que estos rateros de poca monta estén interpretados por la mínima. A cargo de dicho trabajo encontramos a Dylan Minnette (“Déjame Entrar”, “Pesadillas”), Daniel Zovatto (“It Follows”, “Beneath”) y Jane Levy. Esta última la absoluta protagonista, heroína y “final girl” de la película. Como ya sabréis, Jane repite con Álvarez después de protagonizar “Posesión Infernal”. Aunque se trate de un rostro muy fotogénico no veo un especial desempeño en su trabajo. La chica tiene futuro, desde luego, pero al igual que su dos compañeros de reparto, sus papeles los podría haber interpretado cualquiera con la misma solvencia. Funcionales y gracias.

En cuanto a lo técnico, “No Respires” apuesta por el menos es más. Sin ningún amaneramiento de color pastel, Álvarez prefiere dejar su labor a un lado y dar importancia a los escenarios herméticos de una casa que más parece una trampa, el escenario para un trepidante juego del gato y el ratón. Sin embargo, no pasará desapercibido al ojo atento el buen hacer con la steadicam, estando cada plano cuidado al máximo para dejar al espectador en ascuas, a lo que también ayuda un formato panorámico tras el que nuestro invidente favorito se esconde para tocarnos los cojones de vez en cuando. Lo que sí destaca por encima del todo, aparte de la sucia fotografía propia del cine negro, es un diseño de sonido espectacular. Perfectamente orquestado para realzar el poder cuasi sobrehumano del hombre ciego: su finísimo sentido del oído. Aunque también hay que decir que la cinta se muestra maniquea, aquí radica su esqueleto de serie B, cuando se trata de activar o desactivar esta sorprendente capacidad auditiva. A pesar de su sencillez, el guión no está exento de fallos, y uno se tiene que dejar llevar por el alegre ritmo de su tramo central para olvidar estos ademanes propios de los autocines.

Resumiendo, “No Respires” es una película muy eficaz que se beneficia de su experiencia en cines, por aquello del sonido a todo trapo y el olor de las palomitas. No hay ningún tipo de redescubrimiento del lenguaje cinematográfico, sólo su uso de la manera más directa y entretenida posible. Sacrificamos carrocería por potencia, pisamos el acelerador a fondo y su hora y media se pasa volando, sin ofrecer ningún quebradero de cabeza, únicamente ese giro pringoso con lejanos ecos de una famosa película argentina. Cine digerible que no pretende más que pegar atrapar en la butaca a las nuevas generaciones de aficionados a las emociones fuertes. Lo consigue, no es una obra maestra y su exceso de lugares comunes la castiga, pero vaya si me lo pasé bien con ella.