Train to Busan

La epidemia zombie estalla cuando un hombre de negocios lleva a su hija de visita a su madre en Busan. Por el camino, amigos y enemigos se enfrentan a hordas de muertos vivientes sin saber a ciencia cierta cuál es el destino que les espera en un futuro plagado de muerte y destrucción.

Siempre he pensado que el cine de zombies debe poseer un matiz subversivo para ser genuino. Parido desde la serie b, “La Isla Mágica” y su adaptación siempre lo serán, a la figura del muerto viviente cinematográfico le sientan bien los presupuestos de guerrilla, la mugre, la imaginación y el insulto social. Lo pensaba cuando era más joven, punk como me declaraba era lógico rechazar las corrientes “mainstream” amenazantes al género, y lo sigo pensando ahora, pero con la mente lo suficientemente abierta como para disfrutar de proyectos con un enfoque meramente comercial: todo tiene su tiempo y lugar. Quizás la culpa de esta fijación se deba al fuerte impacto que me provocó “Zombie” (“Dawn of the Dead”). Otro buen ejemplo moderno, a pesar de que la serie B ha tocado un fondo muy lúgubre, sería “Bombshell Bloodbath”, cutre y anómala como ella sola.
Con semejantes avales frente a esta manera de entender el cine de zombies es normal que Fulci y el resto de “la compañía espagueti” también aportasen su granito de arena a mi educación. Esa subversión se reflejaba en imágenes grotescas que, refrendadas por unos seres cuyo origen basta para provocar miedo, son capaces de trasladarnos al mundo de las pesadillas sin pasar por la almohada de salida. Tú padre… tú hermano… todos pueden unirse al club de los gusanos y reclamarte por la vía del mordisco. En definitiva, lo que transmiten “La Noche de los Muertos Vivientes” y todas sus descendientes es sensación de peligro; con tremendos defectos cinematográficos, por supuesto, pero directo al estómago.
Escasos han sido los intentos de revalorizar la figura del muerto viviente y darle una salida para el gran público. Me vienen a la mente “Orgullo, prejuicio y zombies” y “Zombielad”. Todos sabemos de los infames resultados de la primera y de la segunda podemos decir que es una gran comedia, respetuosa con el material de base, pero también cuesta entenderla como una genuina descendiente de “La Noche de los Muertos Vivientes”. A estas alturas, más de cincuenta años desde la revolución que inició Romero, parece que productos masivos y zombies es una mezcla poco llamativa para los que estamos metidos en esta aventura hasta el entrecejo.

¿A cuento de qué viene esta introducción? “Train to Busan” sería la respuesta. Una producción surcoreana que se ha erigido en las más taquillera de su país y ha cosechado críticas entusiastas a todos los niveles del espectro; especialmente curioso es el caso de Cannes, donde se llevó una gran ovación. Una “simple” película de zombies cuya herramienta para el éxito ha sido un enfoque absolutamente comercial, también honesto, que supongo ha capitalizado el enorme interés que todavía ejerce “The Walking Dead” en las nuevas generaciones.
Sin embargo, ¿es “Train to Busan” una producción peligrosa o mínimamente subversiva? En absoluto. Acción y drama cocinado con unas gotas de terror en el crisol del cine de catástrofes casi para toda la familia. Y a pesar de lucir trepidante a simple vista, consigue un ritmo monocorde que termina por aguar los límites mínimos que un servidor exige para mantenerse pegado a la pantalla. Lo que no quiere decir que sea una mala película. Simplemente estamos ante un entretenimiento inocuo, un pasatiempo que no consigue barrer un guión planísimo bajo la alfombra de espectacularidad con la se ha ganado el cariño de un gran número de aficionados. Todo muy respetable sobre el papel, sin embargo me he quedado bastante frío, básicamente porque “Train to Busan” esconde una historia más tonta y ñoña que las rebecas de puntillas para bebés.

Mucho se ha comparado la película de Sang-ho Yeon con la famosa aparición de Brad Pitt en nuestro querido sub género, “World War Z”, aunque tengo que anunciaros que nunca he sido capaz de terminarla, así que las odiosas comparaciones os tocan esta vez a vosotros. Me es indiferente si ésta o aquella tiene más acción, si una es más blanca que otra o si la ausencia de gore es más acentuada en el cine taquillero surcoreano o norteamericano. Las dos pertenecen a la cara de la misma moneda: atraer al mayor número de gente a las salas perdiendo fiereza por el camino. No tengo nada en contra del cine pensado como herramienta económica, ¿no hablamos acaso de la “industria” del cine? Esto es un negocio, y hasta el director más tirado aspira a que su película le proporcione unos mínimos beneficios para seguir trabajando en lo que le apasiona. Los realizadores que trabajan para sí mismos cada día son más escasos, por eso también hay que valorar las machadas de gente como Refn por mucho que puedan aburrir, así que no destripemos tan alegremente los intentos de ganarse al respetable con triquiñuelas que distan mucho de poder considerarse artísticas.

¿Cuál es el principal caballo de batalla de “Train to Busan”? Ofrecer la mayor espectacularidad posible por fotograma. Algunos veían el típico trasfondo existencialista oriental en la trama de la película, nada más lejos de la realidad. Nos encontramos con una obra que se hermana con las superproducciones hollywoodienses a base de una moralina previsible narrada a través de personajes bidimensionales.

Así nos encontramos con un padre que lleva a su hija de visita a mamá, distanciada sentimentalmente de ese típico marido obsesionado con los negocios, a bordo de un tren cargado de zombies. La explosión de la epidemia está bien planteada, difícil resistirse a una Corea del Sur sometida a la violencia de unos infectados demostrando una agresividad fuera de serie. No obstante, los personajes que se enfrentan a la epidemia son tan planos como el papel de fumar, capaces de unos diálogos bobos como ellos solos. Encontramos en estos viajeros los clichés con que el ciudadano oriental de a pie se identifica, nada gratificante a miles de kilómetros de distancia. Unos más simpáticos que otros, imposible no cogerle cariño al Bud Spencer coreano, tienen asignados unos roles predefinidos que nos permiten adelantarnos a sus actos minutos antes de realizarse, de nuevo decepcionante. Quizás algunos crean que sus reacciones importan poco frente al brote de la infección, lo verdaderamente trascendente, entonces: ¿Qué hacemos dos largas horas frente a la pantalla viendo clichés con patas siendo transformados en zombies? El subgénero no ha dado nunca mucho de sí a este respecto, lo que también agudiza la sensación de cansancio argumental que desprende “Train to Busan”. Gracias en parte a unas actuaciones muy justas por parte de actores de supuesto renombre en su tierra natal.

Sang-ho Yeon venía de la animación tradicional, siendo su primera película de acción real una especie de remake de “Seoul Station”, lo que también se deja notar aquí a la hora de planificar las secuencias más grandiosas, llenas de dinamismo. Los efectos especiales, aunque algunos por ordenador cantan bastante, son una constante que de nueva avala esa espectacularidad visual de la que hace gala todo el metraje. Insisto que estéticamente “Train to Busan” está rodada con un gusto y habilidad exquisitos, lo que falla estrepitosamente es su incapacidad para generar emoción por alguno de sus personajes, carentes de vuelta de tuerca alguna: sacrificios épicos que venían predestinados desde la primera aparición de sus perpetradores; egoísmos a la misma altura de estos altruismos de feria; tensión forzada y un final agridulce digno de una reunión de ancianitas.
También, y aquí es un servidor es quien cae en el tópico fácil, le hubiese sentado genial algo más de sangre a lo largo de su puesta en escena. Esa peligrosidad de la que hablaba al principio de la reseña alcanza cotas negativas en una película de zombies cuando sus apariciones quedan en una mera acumulación de mordiscos no explícitos.

Nada que reprochar técnicamente a una producción que se come con patatas al resto de películas de zombies que se han realizado recientemente. Como es habitual, los surcoreanos demuestran un conocimiento superior del lenguaje cinematográfico cuando se trata de capturar la vista del espectador. Ver a decenas y decenas de extras atacando de forma despiadada los protagonistas es un lujo que el subgénero raramente nos ofrece con esta calidad. Por eso, a pesar de mi profunda decepción al respecto de temas más personales, ambientales y argumentales, recomiendo verla en la próxima edición de Sitges. No en vano se trata de un producto destinado a su consumo en pantalla grande, sus mejores escenas, las que refieren al más puro sentido del espectáculo, pierden parte de gracia viéndolas en casa de esas maneras que todos conocemos.

Así que, sabiendo de antemano la opinión polarizada que ha causado “Train to Busan”, vuelvo a expresar mi decepción por el fondo de una obra cuyas formas son intachables, pero a la que me cuesta encontrarle una caldera palpitante de terror bajo su fría maquinaria.