Sam Was Here

California, desierto de Mojave, 1998. Un resplandor extraño aparece en el cielo. Sam, un vendedor de cuarenta y tantos, viaja por las pocas zonas habitadas del desierto californiano en busca de clientes, pero no encuentra a nadie en casa. Es más, su esposa no responde a las llamadas, su jefe tampoco. Es como si todos lo estuvieran evitando. Cuando su coche se avería, Sam se convierte en prisionero de aquel ambiente vacío y hostil. Solo y sin contacto humano durante días, escucha continuamente un programa de entrevistas en la única estación de radio local. El anfitrión, un hombre llamado Eddy, recibe llamadas de oyentes que comparten su odio contra un asesino de niños presente en la zona. Al mismo tiempo, Sam comienza a ser psicológicamente acosado por amenazas extrañas que recibe en su buscapersonas. Poco a poco, la gente comienza a reaparecer y tratar de matarlo. Sam se ha convertido en un blanco desafortunado y ahora debe defenderse, perdiendo la cordura y atrapado en una paranoica crisis de identidad. ¿Es él verdaderamente el asesino que buscan o está siendo conducido como una oveja hacia el matadero?

“Sam Was Here” supone el debut en la dirección de Christophe Deroo, un tipo valiente que se lanza con su ópera prima a los incomprendidos abismos del cine experimental, especialmente poco apoyados por gente como un servidor, año tras años más alejado de los discursos derivativos. Sin embargo, Deroo experimenta caracterizado por la suficiente sutileza como para que su relato junto a Clement Tuffreau, o guion escrito en una servilleta, no termine siendo una de esas incomprensibles obras odiosas donde cada secuencia parece rodada bajo los efectos del LSD. Tomando una vía más “lynchiana”, prefiere descomponer una premisa aparentemente normal, la narrativa no es especialmente compleja, en un cuento oscuro donde las conclusiones, aquí se lo juega todo a una carta, debe tomarlas el espectador. Y este es su principal valor y escollo:
Si quieres ver una película capaz de cerrar todos sus ángulos y definirse con una historia concreta, ya puedes salir huyendo en otra dirección; por muy corta que sea esta ruta, setenta y pocos minutos, te resultará eterna.
Si quieres sublimar la razón en pro de sensaciones angustiosas de dudoso origen y darle a la cabeza sin llega a ninguna salida viable, gira a la izquierda en el cruce con la Dimensión Desconocida.

Una luz roja aparece ocasionalmente en el firmamento, ¿se trata de una nave alienígena?, ¿un cuerpo celeste maligno?, ¿el ojo de un Dios? Un cartel nos revela que es “Nemesis”, dato que según la mitología griega parece aludir a algún tipo de venganza. Viendo el desarrollo posterior de la trama se presenta como un dato muy sustancial, y cruel en toda la violencia característica de una deidad cabreada.

Una vez establecido el espectador sobre las ardientes arenas del desierto de Mojave justo en 1998, ubicación temporal que resulta necesaria para justificar parte del aislamiento de nuestro protagonista, conocemos a Sam, un vendedor de puerta en puerta que ha sido enviado a la zona para hacer nuevos clientes. Desgraciadamente, y aquí comienza el misterio de forma radical, la zona parece haber sido bruscamente abandonada por sus habitantes, Sam está confuso y su estado alude directamente a las pesadillas. ¿Estamos ante un mal sueño? ¿Qué pasó en la habitación roja del motel? ¿Por qué se oculta la gente?

Usando como cuartel de maniobras un antiguo motel, una batería de crepitante atmósfera malsana, Sam intenta volver a contactar con todo lo que dejó en Los Ángeles: un puesto de trabajo, una mujer y una hija pequeña. Siendo fundamental para su búsqueda un errático mundo telefónico donde él no tiene cabida, ¿quizás esté muerto? Sin embargo, y aquí supongo que el oso de peluche que lo acompaña de copiloto tendría algo que decir, encontrará a una comunidad obsesionada con un programa de radio pilotado por un tal Eddie, el cual azuza a las masas para que encuentren al asesino de una niña y lo despedacen. “¡Quéjate!”, le gusta decir a esa voz de tintes metálicos.

Sam no tardará mucho tiempo en darse cuenta de que dicho criminal podría ser él, aunque se cree inocente, pues sin motivo aparente se ve perseguido por hombres enmascarados que sólo quieren tomarse la justicia por su mano. La sangrienta venganza que corresponde a Némesis. ¿La luz roja del firmamento está volviendo loca a la población? ¿Ese locutor de radio en las sombras es una invención del propio Sam? ¿Qué grado de purgatorio representa ese páramo del que nadie puede huir?

Este “thriller desértico” ofrece tan sólo unas pocas piezas sueltas de un puzle imposible de descifrar con claridad. Cualquier sentido final que deseéis darle a la trama podría ser válido, lo que supondrá un problema para muchos de vosotros. No se trata tanto de entenderla como de montar tu propia historia perversa en casa. “Yo no veo películas para tener que terminarlas por mí mismo”, dirán algunos, y nos les falta razón, porque en el caso concreto de “Sam Was Here” la presencia de cabos sueltos se torna molesta hasta sabiendo a lo que te enfrentas. Dudo que sus propios creadores puedan darte una visión concreta de su obra, existen lagunas del tamaño de océanos, imposible rellenarlas con sustancia lógica.

¿Mejor abandonarse a las fuerte atmósfera, de nuevo “lynchiana” es el adjetivo más apropiado que se me ocurre, capaz de hacernos participes del horror de Sam? Sí, esa es la única pregunta que merece la pena contestar de forma taxativa.
Si nuestro protagonista está muerto; o lo han raptado seres alienígenas y lo mantienen en suspensión sensorial poniendo a prueba sus límites mentales; mató a su propia hija y está siendo condenado en un infierno personal; o es el conejillo de indias de una comunidad satánica liderada por Eddie, el locutor diabólico, que adora a la estrella roja como Heraldo del Cambio… no es tan importante como el viaje que os lleve a dichas teorías. Todas ellas válidas y todas incorrectas.

Si algo consigue “Sam Was Here” es crear una atmósfera absorbente alrededor de un misterio que desde los primeros compases de metraje se revela como una tomadura de pelo encubierta. Pero de ilusión también se vive, igual que nuestro protagonista cree que va a sobrevivir y volver a reunirse con su familia, ya os he dicho que este cuento es muy oscuro, nosotros como espectadores creeremos que la soberbia fotografía, bendecida por una iluminación exterior diáfana, nos alejará de derroteros extravagante donde la lógica ha sido violada y asesinada como la niña de la habitación roja. Que la nitidez visual no os engañe, es una inteligente herramienta superrealista para hacer más dolorosa la caída hacia un tercio final agónico, y quizás alargado innecesariamente.

No obstante la ambientación no es nada si no contamos con un trovador a la altura de polvorientos y vacíos parques de caravanas, paisajes explotados con maestría. En este caso hablamos de Rusty Joiner, el cual como Sam aparece en el noventa y nueve por ciento de la película, cargando con evidente soltura toda la historia sobre su espalda. Una labor de sobresaliente, y recuerdo a navegantes que gran parte de su actuación se sustenta sobre reacciones a palabras radiadas o mensajes de contestadores de voz. Su suplicio, por mucho que algo más siniestro se esconda tras las suaves maneras que emplea, es fácil sentirlo en carnes propias gracias a una interpretación digna de aplauso.

Otros actores se pasean en segundo plano por este largometraje, algo que un servidor hubiese erradicado en pro de incrementar la sensación de misterio. Durante un punto concreto dudaremos del peligro que corre Sam. Llegado el momento de concretizar la amenaza de una comunidad de chiflados tras él, geniales máscaras y su proverbial silencio, parece que la ausencia de dichas figuras amenazantes hubiese otorgado una capa más profunda de paranoia. Fundamental para un relato que se alimenta en última instancia del odio que vomita Eddie, el lado oscuro de nuestro protagonista, al estilo de las mejores partes de “Alan Wake”. Indistintamente, y puestos a no ofrecer un argumento entendible, cualquier vía narrativa hubiese aportado algo distinto, claro que la finalmente utilizada revela un interesante equilibrio entre imágenes y falta de contenido.

A pesar del poso agridulce – un final sugerente pero demasiado abierto hasta para Kaufman, el inventor del LSD – “Sam Was Here” me ha gustado bastante. Había leído muy malas críticas aduciendo precisamente esa interpretación relativa de la película, supongo que se trataban de opiniones de espectadores despistados. Sabiendo a lo que te enfrentas, el debut de Christophe Deroo aporta más de lo que muchas otras hermanas de estilo, “voy a dejar volar mi imaginación” es la mejor máxima para enfrentar su ópera prima, y pocas cintas animan a ello. Frente a la corriente francesa más radical, encabezada por directores como Hélène Cattet y Bruno Forzani, la presente se erige como una opción igualmente hermética pero mucho más apetecible para los sentidos, sin tanta escena forzada. Dadle una oportunidad los amantes de las experiencias originales aun a costa de contenido, os entretendrá, quizás hubiese enamorado de haberse quedado en un mediometraje.