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Latido

¿Terror amish?

Latido

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 3/5

1988, “Latido” –conocida como “Pulse” en su Norteamérica natal, no confundir con el remake de la película japonesa “Kairo” estrenado en 2006– es un thriller bastante desconocido que intentaba llevar la paranoia contra le tecnología, una corriente que volvía a tomar fuerza a finales de los locos años ochenta, un paso más allá. Convertirla en terror/fantasía juvenil para continuar la tradición tan extendida por la época de llenar el cine de adolescentes con ganas de otra “Exploradores”, “El Secreto de Joey” o “El Vuelo del Navegante”. Mucho menor, aunque inapropiadamente olvidada, “Pulse” se muestra más humilde con sólo seis millones de dólares de presupuesto, pero también más oscura. Lamentablemente este sesgo adulto se difumina cediéndole tanto protagonismo al niño de diez años de turno, un Joey Lawrence (“Blossom”) que, a pesar de su comedimiento, provoca constante odio en el ánimo de espectadores cabrones como el que suscribe. En este caso podríamos entender “Pulse” como una película de casas encantadas sin un solo fenómeno paranormal de por medio, alejándose de “Poltergeist” en cuanto a los efectismos y, por desgracia, el resultado; resolviéndose la ecuación de forma desequilibrada. Una primera parte que invita a la siesta, contra una segunda mitad más animada y poseedora de momentos de verdadera tensión, gracias a una energía implacable y sin remordimientos cuando se trata de atacar a menores de edad. ¡Herodes 2.0!

Un pulso de energía eléctrica surge de una central tras una fuerte tormenta. Este pulso es inteligente, avieso y… ¡mortal! Sin escrúpulo alguno se lanza contra un tranquilo suburbio norteamericano para acabar con sus habitantes humanos poseyendo sus casas. A este barrio idílico llega David para pasar unos días con su padre, divorciado pero feliz junto a una nueva mujer. El pequeño David pronto atestigua, gracias también al aviso de un ominoso anciano el cual podría ser el abuelo Krueger, que algo no va bien en la casa: el video hace cosas raras; las luces se encienden y se apagan solas; la hierba muere alrededor de la casa. Cuando el pulso descubre que David conoce de su existencia, se rebelará contra toda la familia intentando matarles de las formas más “casuales” a su alcance.

Uno de los factores positivos sería la banda sonora, fantasiosa al más puro estilo Richard Band, hermano del gerifalte de la Full Moon, consigue aumentar la sensación de incomodidad que producen esos primeros planos de circuitos eléctricos aparentemente bajo el control de esa voluntad eléctrica. Así dicho, a primera vista podría parecer que la propuesta argumental roza la tomadura de pelo. Todo lo contrario, la única pega que se le podría poner al guión de Paul Golding, también director del asunto, sería la incapacidad para profundizar en su vertiente macabra. Es decir, ¿en algún momento sabremos qué, cómo, por qué esa fuerza eléctrica está deseosa de matar a toda persona que se le cruce por delante? La hermana mayor de “Destino Final” se muestra parca en explicaciones, diálogos inteligentes o situaciones rompedoras; lleva su premisa hasta el final con la mayor dignidad posible, y no le podríamos pedir más a una cinta que sólo está un peldaño por encima de cualquier serie B de la época.

Otro elemento a destacar aparte del niño pedorro, bajo cuya perspectiva avanza el grueso de la película, sería la presencia de un anciano tan siniestro como el reverendo Kane de “Poltergeist II”. Hacía tiempo que no me reía tanto con una actuación tan fuera de contexto, sus advertencias resultan tan inquietantes como lo demacrado de su rostro. Pero es que, pequeños muchachos, treinta años atrás las cosas eran bien distintas: El terror suburbano no se reducía a familias asustadas por la relación de sus hijas con los no muertos o muñecas con ojeras; un padre podía fumar constantemente junto a su hijo sin ser denunciado por alguna organización de dudosas intenciones. Y si eso no basta para darle a “Pulse” un poco de crédito en cuanto a su capacidad para entretener al personal, hagámoslo por esa conclusión donde la paranoia anti tecnológica adquiere una presencia muy destacada, a la cual es imposible no unirse cuando contemplamos impotentes las imaginativas formas que la electricidad tiene para amargarle el día a cualquier hombre.

Aunque la dirección peque de convencional también es cierto que se apodera de ella el estilo imperante durante finales de los ochentas, prodigándose los planos americanos y otorgándole a la iluminación nocturna una cualidad onírica que daría pesadillas a muchos de los niños que viesen la película de marras. Porque aunque en la edad adulta “Pulse” destaque por todos sus defectos, durante su estreno haría estragos en el ánimo infantil, y es que los alquileres de películas en el video club pasaban una censura extrañamente laxa, y de esa forma ver cine de terror en familia era algo muy común en los hogares de occidente hace treinta ños. Ninguna pega al trabajo de Golding en cuanto a cómo enfoca la narración de su propia historia, cede paso al histerismo injustificado entre sus personajes, dando rienda suelta a escenas bastante ridículas a día de hoy, pero en nunca olvida que el verdadero protagonista de la acción es ese latido eléctrico capaz de reventar tuberías de gas o provocar incendios en menos de un minuto.

El plantel de actores cumple en general. Ya hemos nombrado a la parte infantil del mismo, sin hacer mucha sangre aunque el puto crío sea repelente como él sólo, pero en cuanto a los adultos no sabría que destacar en particular. El padre de la criatura y su nueva esposa se llevan gran parte de los minutos del metraje, así que sobre ellos recae la típica tarea de ignorar a su hijo o atacarse mutuamente ante los desequilibradores efectos de una casa que se convierte en una trampa mortal. Mientras asistimos a los devaneos entre Cliff De Young (“El Vuelo del Navegante”, “Jóvenes y Brujas”) y una guapísima Roxanne Hart (“Los Inmortales”, “Cartas desde Iwo Jima”) queda tener paciencia a la siguiente escena donde al condenado pulso le de por calentar el agua de la ducha hasta provocar quemaduras de primer grado, terroríficamente banal.

Resumiendo, una obrita menor que el tiempo ha ido relegando de forma un tanto injusta. No hablamos de un gran producto, nada sangriento o escandaloso, pero sí estamos ante una agradable sorpresa tanto por su nivel nostálgico –el auténtico, no el que supone un crimen emocional– como por su capacidad para colocarnos al borde del asiento cuando vemos lo implacable de esa fuerza eléctrica.
La cual, quién sabe, quizás esté detrás de esta pantalla a la espera de reventarla y despedazar nuestro rostro con esquirlas de cristal. Y entonces, ¿cómo veríamos películas de terror?

Lo mejor: El viejecillo ominoso.

Lo peor: El niño protagonista.


Vuestros comentarios

1. 11 jul 2017, 05:31 | Juan Bendeck Cordero

Quiero ver esta película. Me hace recordar esa idea ochentera de que la tecnología va más allá de sus propias limitaciones, por ejemplo ese filme Weird Science (bendito año 1985) o War Games con Matthew Broderick…, digo, una idea muy americana de explotar los miedos más profundos de los habitantes de los aparentemente pacíficos y tranquilos suburbios. También me hace pensar ¿hoy qué tendríamos? El ataque del XBOXXX maléfico, pero no podría ser, son demasiado caros.

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