Verónica

Mientras suena “Maldito duende”, Verónica y sus hermanas comienzan el día. Un eclipse solar y una sesión de espiritismo harán de esa jornada algo que marcará sus vidas para siempre. La joven y sus amigas de clase se han encerrado en el sótano de la escuela para jugar la “Ouija” y han convocado, sin saberlo, a una presencia terrorífica. Comienza entonces una pesadilla en el seno de la familia de Verónica y una cruzada, de ésta, por devolver a la presencia al plano del que salió.

España se apunta al terror inspirado en hechos reales. Paco Plaza nos trae a la gran pantalla, en esta “Verónica”, la historia de Estefanía Gutiérrez: uno de esos raros casos documentados de fenómenos extraños que, al constar de un informe policial que lo acredita, es popular entre los investigadores de lo paranormal patrios.

El programa 4º milenio lo ha tratado en varias ocasiones, aunque recomiendo a quienes no conozcan la historia real, que no lo vean antes de la proyección para mantener el suspense de lo acontecido. Plaza se mantiene fiel a muchos momentos claves de la trama original, aunque se toma generosas licencias en pro a su adaptación cinematográfica. Desde ya tengo que decir que como cinta de terror no es especialmente brillante, aunque es significativamente superior a la media que nos acostubra el terror patrio. Contiene, en cualquier caso, a lo largo de su generosa duración varias escenas notables y virtuosas en la dirección.

Ambientada en el barrio madrileño de Vallecas en el comienzo de la década de los 90, Plaza se preocupa mucho porque el espectador se sienta transportado, mediante una sobresaliente puesta en escena, al corazón de ese barrio tan humilde. Macarras sentados en la acera con sus litronas, cabinas telefónicas, coches viejos, juguetes, publicidad antigua, máquinas recreativas y demás objetos, acompañados de la voz de Bunbury, trasladan al espectador al feísmo proletario de aquella década, dibujando al mismo tiempo la difícil situación por la que atraviesa la familia: un padre recientemente fallecido (una licencia con respecto a la historia real) y una madre ausente, por motivos laborales, que dejan a las niñas prácticamente a la deriva. Solamente una enigmática monja ciega y los fascículos de la revista de la época “Mundo Oculto” sirven como posible apoyo a la púber Verónica contra las fuerzas del mal.

Así que tenemos: un caso real, unas niñas asediadas por espíritus, una monja de apariencia terrorífica, una ambientación lejana en el tiempo (pero no de época) y una familia humilde. Es decir, que tenemos muchos de los elementos de la brillante secuela de “The conjuring” (secuela, para mi gusto, infinitamente mejor que su predecesora). Las comparaciones, que son odiosas, con el film de Wang son inevitables. Por desgracia, para Paco Plaza, también son demoledoras: la apuesta del director valenciano de alejarse de cualquier atisbo de humor imprimen a la cinta una solemnidad que se antoja en muchos momentos plomiza y pretenciosa, más aún cuando las niñas parecen constantemente ansiosas de explorar su comicidad en pantalla. El candor con el que se acercaba Wang a la familia de Endfield se transforma, en esta suerte de versión a la española (no obstante estuvo a punto de llamarse “El expediente”), en una aséptica mirada al caso que sólo repunta en los momentos de espanto.

La monja en el film americano funciona como un icono pop del cine palomitero que animaba el cotarro cuando la trama principal tomaba aire y ayudaba a crear sustos en sala. En la que nos ocupa, parece un mero recurso para un par de planos realmente vistosos e inquietantes pero que terminan por ser vacíos. Es, esta monja, también una suerte de comodín para tratar de dar respuestas al espectador a los acontecimientos que le suceden a la familia, pero tampoco como recurso de guion funciona especialmente bien.

En donde sí que podemos afirmar que Paco Plaza está a la altura es al construir las secuencias de miedo. Los momentos de espanto, pese a no abundar, nos recuerdan a Babadook y algunos son realmente inquietantes (uno, con un toque de canibalismo, me pareció genial). Se apoya, como en la mencionada Babadook, en algunos usos de cámara espectaculares, en jugar con las siluetas al borde del fuera de campo, con las sombras y con sutiles efectos especiales que hacen que, por ejemplo, las figuras de un cuadro experimenten un movimiento casi imperceptible al paso de la cámara. Otros recursos, como el del silbidito musical cada vez que se sugiere la figura del difunto padre, son más desafortunados y reiterativos.

La dirección de actores es más que correcta y la joven que interpreta a la protagonista es, sin duda, uno de los grandes aciertos de la cinta (Sandra Escacena). Da algo de pena, en cualquier caso, que se desaproveche la presencia de Ana Torrent (cuya aparición es casi anecdótica) o la de Maru Valdivieso. Pero, en esto de los actores, “Verónica” nos trae una nueva promesa para las pantallas: y es que una de las niñas, Bruna González, por su mirada y gestualidad, tiene maneras para ser una buena actriz.

El ritmo irregular, la constante sensación de que casi todo lo mostrado ya lo tenemos visto antes, su excesiva seriedad y algún momento de comicidad involuntaria (como cuando en plena sesión de “Ouija” se ponen a cantar al unísono un popular jingle de la época) casi lastran el producto pero no sería justo terminar esta reseña sin reconocer que, pese a todos sus defectos, “Verónica” se deja ver con comodidad y resulta terror con hechuras mainstream pero a su vez con momentos transgresores. No revolucionará el género, pero se consume a gusto siempre que se aborde sin demasiadas expectativas… aunque tengo que admitir que las incursiones de Iker Jiménez sobre este “expediente Vallekas” me resultaron más inquietantes. Alguna referencia más al paso de la adolescencia al despertar sexual-maternal de la joven (que se apunta en varias escenas pero que no se termina de aprovechar) hubieran subido varios enteros el interés del resultado.