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The Limehouse Golem

Suspense y luz de gas

The Limehouse Golem

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 3/5

El amanecer de los asesinos en serie tiene lugar en el barrio obrero de Limehouse, Londres, a finales de la época victoriana, con todo el machismo, pobreza y sordidez del que ninguna nación debería sentirse nunca orgullosa. Macabros asesinatos espolean la imaginación de la prensa, que aprovecha los crípticos mensajes del criminal para apodarle “Golem”, mientras que el nuevo inspector a cargo del caso, Kildare, los utiliza para seguir su pista hasta la biblioteca donde su rastro se disimula entre el de cuatro hombres.

Uno de los sospechosos es el famoso cómico Dan Leno, aficionado a los espectáculos truculentos y que, precisamente, se está labrando una importante fama trasladando a las clases bajas su propia versión teatral de los asesinatos del “Golem”. Para complicar la trama, el Inspector Kildare se convierte en el mayor defensor de una actriz, amiga y colaboradora de Leno, que es acusada de envenenar a su marido, el señor Cree, otro de los sospechosos y escritor para más señas. ¿Podrá el inspector desenmarañar la autoría de los crímenes antes de que condenen a muerte a la señora Cree?

Aviso para navegantes: El nombre del asesino no tiene nada que ver con ningún hecho sobrenatural o siquiera parecido, proviene de los propios indicios que el asesino deja en las escenas del crimen, influenciado –en un sesgo hebreo que sólo supone otro subterfugio argumental– por la famosa leyenda judía sobre los seres de piedra o barro animados por alquimistas presos de la fiebre del conocimiento.

“The Limehouse Golem” es una producción de época que lleva el thriller policial a las calles de un Londres victoriano especialmente vistoso, aunque haya sido rodada en otras localizaciones británicas. En concreto, el terror se ceba en 1880 sobre las calles del humilde barrio de Limehouse, llamado así por sus hornos de cal, y lo hace de la mano de un psicópata que preludia por algunos años los crímenes del más famoso asesino de toda Gran Bretaña: Jack el destripador. Basada en una novela de 1994, escrita por Peter Ackroyd, “The Limehouse Golem” se erige como una sólida recreación del ambiente sucio, decadente y enrarecido que muchos asociamos con las noches neblinosas de los suburbios londinenses de finales del siglo XIX. La ciencia y la tecnología todavía no se han impuesto al terror y el misticismo, y así se demuestra con una lograda ambientación desmerecida por un guión que no veo tan íntimamente ligado al thriller como debería.

Es decir, como producción cinematográfica hablamos de un proyecto digno y ambicioso, su presupuesto de treinta millones de dólares queda muy bien aprovechado en pantalla, aunque el éxito se le está resistiendo durante sus estrenos en salas. Otra cosa más triste serían sus resultados mundanos, pues es imposible ignorar la deriva a la que se abandona durante muchas de sus partes, enfocando el desarrollo de los personajes y sus interminables diálogos hacia el drama puro y duro, relegando los crímenes que dan razón de ser a la historia en un incomprensible tercer plano. De este modo, casi dos horas de metraje pueden resultar cansinas por mucho que los actores se hayan involucrado tanto con sus personajes o los escenarios que se nos ofrezcan sean de un evidente interés artístico. La supuesta gracia de la novela original era su capacidad de engaño, dejar al lector a punto de conocer la identidad del asesino mientras se le niega el verdadero conocimiento. Algo que también pasa, en menor grado, durante toda la adaptación; tan descafeinada en este punto el thriller se desdibuja y uno no sabe a qué tipo de película asiste.

Quizás lo más interesante de la narrativa sea su comienzo, no así un epílogo de cinco minutos que sólo sirve para aguar la última vuelta de tuerca, si acaso lo era. La película arranca por el final, casi desarrollándose en paralelo con una de las obras de teatro que firmó por la época el famoso Dan Leno, pues “The Limehouse Golem” se nutre de personajes históricos para reforzar su escenografía, todo un acierto en el caso de Karl Marx. Y aquí entra en juego otro factor narrativo y estético muy interesante: a medida que el inspector encargado del caso acude hasta algún sospechoso, su imaginación se dispara convirtiendo cada muerte recordada en una pequeña escena onírica protagonizada por el entrevistado. Lo que nos lleva directamente a ver a Karl Marx decapitando con saña un cadáver, curioso fotograma que se me quedará grabado para siempre… más allá de que la identidad del asesino quede relegada al espacio de las cosas comunes y algo predecibles. No esperéis un relato a la altura de su ambientación, demasiado incongruente para creérselo en ningún momento: Arthur Conan Doyle hubiese escrito algo mejor sin salir del retrete.

Hablando de decapitaciones, he leído críticas que acusan a esta adaptación cinematográfica de ser poco fiel a la truculencia de la novela original, más entroncada en el gótico que la versión de Juan Carlos Medina. La verdad que se deja notar la tijera en cuanto a la exposición de los horribles crímenes, si bien es cierto que la película no trata tanto de ellos como de la obra de teatro que interpretan los personajes alrededor de estos grotescos cadáveres. De lo que podemos quejarnos, y con razón, sería el desaprovechar la ambientación gran guiñolesca que la propia historia entrelaza en este juego de sospechas y abusos sometiendo y aprisionando al pobre barrio de Limehouse.
Una visión todavía más oscura y sangrienta hubiese quitado a la película proyección internacional, pero le hubiese dado una personalidad de la que carece, demasiado convencional durante su tramo central, precisamente el que describe con profundidad la vida y evolución de Lizzie Cree, la mujer condenada por el supuesto envenenamiento de su esposo, uno de los sospechosos de los crímenes del Golem.

Como he apuntado varias veces, sería injusto ponerle peros al diseño de producción. Desde luego no se puede codear con grandes producciones del estilo de “Piratas del Caribe 5” –que por cierto me ha gustado muchísimo más de lo esperado tras su infame predecesora, para luego ser acusado de atacar sin motivo el cine comercial–, sin embargo ofrece con exquisito gusto los vestuarios, espacios y sonidos que conforman el imaginario popular de Londres “luz de gas edition”. Con el logro añadido de optar por una vertiente más realista que, por ejemplo, la descafeinada versión cinematográfica de “From Hell”. Un notable alto para Juan Carlos Medina, eficaz tras las cámaras a pesar de verse impedido por esa falta de personalidad generalizada en toda la producción.

Hablando ya de los actores no podemos más que alabarlos, salvo en el caso de su actriz principal: Olivia Cooke (“Bates Motel”, “Ouija”, “The Signal”), demasiado inverosímil como “cockney”, actriz, mujer acosada u otras facetas que se le requieren. Curiosamente es una de las secundarias quien mejores vibraciones me ha trasmitido: la española María Valverde consigue hacerse odiar de una estudiada y lograda forma, me ha enganchado la pasión en su puesta en escena. En cuanto a los hombres se prodigan los halagos, desplegando en un variado abanico esas diferentes pinceladas que terminan emborronando argumentalmente la pintura: Douglas Booth (“El Destino de Júpiter”) y el gran Bill Nighy (“Arma Fatal”, “El fantasma de la ópera”) se encargan de dar vida a Dan Leno y al inspector Kildare, respectivamente, en una lucha de sospechas y sexualidad reprimida que supone un alimenticio duelo interpretativo. La agresividad, por otro lado, viene de la mano de Sam Reid, ejecutando a un escritor de medio pelo cuyos deseos descontrolados no le dejan ver el cuadro completo, y así firma su sentencia de muerte a pesar de ser el candidato idóneo para encarnar al “Golem”.

Resumiendo, como thriller policiaco no vale mucho a pesar de favorecerse de una magnífica ambientación. La tensión brilla por su ausencia y la acción es relegada a otras praderas más verdes, y aun a pesar de este hecho la película consigue espolear el deseo del espectador porque se resuelva el misterio. Lo que este espectador no quiere es tener que pagar un peaje dramático demasiado alto, con disecciones de personajes cuyas intimidades deberían haber sido expuestas de manera más ágil.

No es tiempo perdido, ni mucho menos, lo cual es el mejor piropo lanzado a cualquier producción actual.

Lo mejor: Muy bien ambientada en el Londres victoriano.

Lo peor: Cuando se aleja de la trama policial pierde fuera, y se aleja en demasiadas ocasiones.


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