Annabelle: Creation

Nunca fui el fan número 1 de Expediente Warren: The Conjuring. Ni tampoco su principal detractor. Digamos que siempre me mantuve en una posición de absoluta… tibieza. Y algo similar me ocurrió con la segunda entrega de los Warren (Expediente Warren: El Caso Enfield). De nuevo, absoluta tibieza. Una tibieza y un “ni fu ni fa” que se esfumó con el soporífero y prescindible spin off de Annabelle, una muestra de terror menor que dilapidaba de un plumazo todo el buen nombre que la muñequita de marras había logrado labrarse en la primera entrega de los Warren. Una película mediocre que, debo reconocerlo, creí que finiquitaba la saga de la muñeca diabólica incluso antes de iniciarse la misma.

Bajo este panorama, la pregunta es obvia: ¿Qué coño hacía yo en mitad de una enorme cola de aficionados dispuestos a llenar el Auditorio de Sitges hasta la bandera para disfrutar de Annabaelle: Creation? La respuesta nada tiene que ver (espero) con que últimamente los catalanes le hayamos cogido el gusto a las manifestaciones tumultuosas. Nada de eso. Se trataba más bien de un principio de oportunidad: a esa hora precisa, era la única película que me iba bien. Os cuento todo esto para que veáis que las expectativas era muy bajas; prácticamente nulas. A pesar de todo ello, se cierran las luces de la sala. King Kong derriba un par de avionetas. Aplausos. Vítores. Empieza Annabelle: Creation.

Doce años después de perder a su única hija en un trágico accidente, un matrimonio acoge a una joven monja y a su grupo de niñas huérfanas. Una de las niñas, aquejada de una enfermedad degenerativa, descubre el escondite de una familiar muñeca de porcelana.

Annabelle: Creation intenta dar respuesta a al origen de la infame muñeca, y lo hace a través de una típica historia de tragedia familiar mal resuelta que deja la puerta abierta a demonios oportunista dispuestos a hacer su agosto. Nada nuevo. Nada especialmente reconfortante. Cubrimos el expediente (de manera rápida, lo cual se agradece) sobre el origen de Annabelle y nos adentramos, sin más dilación, en un escenario que coloca a un grupo de indefensas niñas enfrentadas a unas fuerzas del mal que, puntualmente, convergen en la figura de la muñeca de porcelana. Y aquí es donde, sin duda alguna, la cosa se anima. Y mucho. Y el verdadero culpable de que la función se anime, de veras, creo que NO debemos buscarlo en los ojos saltones de Annabelle (tengo la impresión de que Annabelle: Creation hubiera funcionado igual de bien sin la presencia de… Annabelle), sino en la figura de David F. Sandberg, joven y prometedor director que debutó en el largometraje con la adaptación de su cortometraje homónimo Nunca apagues la luz.

David F. Sandberg no tarda demasiado en convertir Annabelle: Creation en un pasadizo del horror atiborrado de sustos. De esos sustos que consiguen levantar al público más impresionable (en Sitges también lo hay) de sus butacas, al tiempo que se cubren el rostro con sus manos y ahogan los gritos con unas risillas nerviosas tras cada sobresalto.

No esperéis nada nuevo en Annabelle: Creation. Ni un solo indicio de originalidad. Se trata, en esencia, de un terrorífico espectáculo de barraca de feria construido en base a una generosa (sobre todo en su tramo final) colección de set pieces que David F. Sandberg resuelve con gran eficacia (atención al excelente uso de la luz que Sandberg vuelve a demostrar a la hora de planificar y resolver algunos de los momentos más espeluznantes de la película).

Annabelle: Creation es diversión en estado puro. Una propuesta comercial destinada a provocar el espanto sobre plateas repletas de adolescentes predispuestos a pasar un mal/buen rato bajo la protectora oscuridad de una sala de cine. La única novedad es que, en esta ocasión, la propuesta funciona. El sobresalto está garantizado. Y la diversión, tanto para el adolescente predispuesto, como para aquellos que dejamos nuestros años mozos muy atrás y nos autoimponemos unos niveles de exigencia, a priori, mucho más estrictos; forma parte de una espectáculo honesto que no pretende engañar a nadie y que rescata el universo de Annabelle del pozo negro en el que la había sumergido su predecesora (por cierto, atención a ese giro final que conecta, con acierto, ambas entregas).