Wind River

Cuando el terror no tiene mucho que ofrecer el thriller siempre acude al rescate. Esta vez, como sinónimo de calidad, tiene que recurrir a historias clásicas y duras, menos tensión y más drama del que seguro a muchos os gustaría, pero “Wind River” es una obra de tomo y lomo. Paisajes fríos, segregación racial, violencia de género y mucha melancolía en un largometraje que refleja la dureza de la realidad sin recurrir a artificios o discursos de falsa profundidad. La historia es simple, los personajes crepusculares y las panorámicas una delicia. El norte de Estados Unidos en toda su crudeza, adentrándonos en una reserva india donde un crimen revelará al espectador, si es que no lo sabía antes, la injusta posición a la que se puede reducir una raza cuando las oportunidades escasean.

La rabia nunca acude al rescate si reinan la resignación y el hastío, a juego con el escenario nevado, ocultos todos tras un mensaje demoledor, una investigación policial que se lleva de calle Jeremy Renner, interpretando a un cazador de animales catapultado por arte de magia desde alguna película de vaqueros secos como el buen burbon, un tipo duro lejos de los héroes de acción casposos. ¿Alrededor? Ninguna metáfora, gracias a dios, y una crítica a la situación de los nativos norteamericanos mucho más elegante de lo que esperaba. Fíjense que los hombres buenos y malos no son medidos por el tono de su piel, señalando las causas de la maldad como algo caótico y relativo, fiel reflejo del propio universo.
Nihilista lectura expresada con tacto, muy estadunidense en su manufactura pero alejada de los maniqueísmos y efectismos del peor Hollywood, ese que representa en cierta manera Westein: la hipocresía no ha sido capaz de ocultar las dimensiones de semejante escándalo. Callados o hablando a media voz todos han sido cómplices, pero el cine sigue siendo sólo… sueños.

En la reserva de “Wind River”, Wyoming, se descubre el cadáver de una nativa con signos de violencia. Un cazador, contratado por el estado para controlar a las alimañas del nevado monte, tiene la desgracia de dar con el cuerpo. La chica es además amiga de su hija también fallecida, una mestiza de la que no se descubrió la causa de la muerte. Hasta el lugar, como símbolo de la desidia de las autoridades centrales, llega una agente del FBI sin muchos recursos ni conocimiento de la zona, teniendo que apoyarse en Cory, el cazador. Juntos emprenden una búsqueda que les llevará a descubrir algo más frío que la nieve: el corazón de los hombres, sea cual sea su raza.

Con sólo once millones de dólares y cuarenta días de rodaje, Taylor Sheridan se afianza como un escritor de historias tremendamente sólidas, siguiendo la laureada estela de “Sicario” y “Hell or High Water”, quizás más interesantes sobre el papel pero también más atropelladas. Aquí vuelve a ponerse tras las cámaras después de debutar con ”Vile”, “torture porn” que recuerdo con agrado sin que gustase demasiado entre la fanaticada. También metido a actor cuando es necesario, “Hijos de la Anarquía” o “Veronica Mars”, este cineasta se descubre mucho más avezado en las tareas de dirección actualmente, manejando los tiempos con una inteligencia por encima de la media. Incontestable la contundencia para redondear la trama, bastante acotada si me preguntáis, sin dejar esos odiosos flecos que tanto afean el cine actual: finales abiertos, epílogos después de los créditos, monólogos operísticos… Y digo afean aunque siempre han estado ahí, sólo que hoy por hoy han capitalizado el grueso de la producción cinematográfica de todo el planeta.

Críticas aparte, merece la pena destacar el control que Sheridan ejerce sobre la tensión, todo por descubrir quién fue el asesino de la chica nativa, hasta detonar en una escena milimétricamente planificada, una explosión de adrenalina que bien podría ser otra de esas tormentas de nieve que vienen y van cegando la reserva, un lugar demasiado duro para estos viejos huesos. La construcción de este punto álgido lo hemos visto cine veces o más: Clint Eastwood podría dar una clase magistral al respecto, y es en el apartado resolutivo donde “Wind River” tampoco sorprende, sin que por ello podamos dejar de señalar a Sheridan como uno de los alumnos aventajados del maestro. No me parece un mal piropo para el año que llevamos.

Por supuesto, y es que una buena producción sería imposible de construir sin actores talentosos y comprometidos, “Wind River” puede presumir de un elenco que lleva al espectador en volandas, tanto en los puestos principales como en los secundarios. Sabiamente dirigidos para evitar los excesos, apoderándose de los silencios con unas relaciones fluidas y sencillas, lo suficientemente estoicos como para parecer de carne y hueso, este grupo de personas merecen un fuerte aplauso.
Nombrábamos a Jeremy Renner como el principal ejecutor de esta eficacia hecha película, pero la hermana Olsen inteligente, Elizabeth, también presta un contrapunto lleno de interrogantes y satisfacción encarnando a la agente del FBI que impulsará la investigación del asesinato. Lejos de aferrarse a tópicos de mujer desvalida o forzadamente dura, su personaje está definido con gran soltura, caminado con delicadeza sobre el delicado equilibrio que define igualmente a “Wind River” como una película que debéis ver.

No os la perdáis.