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Black Creek

White Trash

Black Creek

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 1/5

“Black Creek” es una película que hace treinta años no hubiese visto la luz, o al menos no hubiese llegado al gran público, quedándose como una mera intentona por hacer cine de cuatro amigos cualesquiera. Hasta Joe D’Amato tiene más estilo, o al menos se muestra más divertido en su tosquedad cinematográfica que el pobre James Crow. Joven cabrón que se postula como otro gran explotador del cine de género, seguro que primo hermano del excelso Matt Stuertz (“Tonight She Comes”, “RWD”). Personaje este Crow al que la fácil distribución actual, mediante VOD, le ha permitido estrenar la friolera de cinco largometrajes en dos años y pico, entre ellos la que hoy nos ocupa. “Curse of the Witching Tree”, “House of Salem”, “Nightmare on 34th Street”; quédense con algunos de estos nombres como advertencia.

Promocionada como un “slasher” sobrenatural, me acercaba a esta producción de bajo presupuesto con la esperanza de resucitar alguna de las sensaciones que caracterizaban el subgénero allá por los ochenta, inundando los videoclubes con cintas de baja estofa cuyo mayor atractivo era la portada, puse cero expectativas en mi acercamiento. Ni es el caso, la digitalización le ha robado el encanto a la basura cinematográfica, dejándola como mera basura. Si hablamos de “Black Creek” lo hacemos de cine amateur realizado a toda prisa, quedando en pañales ante productos artesanos del mismo pelaje, pero que al menos fueron desarrollados con cierta dosis de mimo. Me viene por ejemplo a la cabeza “Darkness”, de Leif Jonker. Si os digo que parece una obra de arte con respecto a “Black Creek” creo que ya lo he dicho todo. Una sesión de bailes ucranianos sobre vuestras pelotas sería una actividad bastante más sana. Y eso que he procurado dejar de lado la insultante parte de la trama que alude a los antiguos moradores de América del Norte, me parece sucio que se dignen a mentarlos en un subproducto de semejante pelaje.

Lo sorprendente del asunto es que el propio Crow asegura que el coste de esta producción ha ascendido casi hasta los tres millones de dólares. Dudo mucho la veracidad de dicha cifra, a no ser que incluya en la factura sacos de coca para mantener despierto al equipo. No sólo porque hablamos de un producto lleno de viandantes metidos a actores, también porque no existen efectos especiales más allá de unas gotitas de látex y sirope, no busquen despliegues más allá del alquiler de algún vehículo y una cabaña. Nada, la absoluta pobreza de quien sin medios económicos decide, demostrando poca brillantez, evitar invertir sus preciadas horas de vida. Las escenas se prodigan en exteriores campestres y las tomas no parecen especialmente pensadas, haciendo evidente que a la primera de cambio se procedía a dar el visto bueno. Por no haber ni hay postproducción, y eso que el montaje no es un desastre, de hecho luce la fría profesionalidad de un estudio que no se ha implicado en el proceso de creación del film. ¿Ahí se habrá ido la pasta?

Plana, ramplona, demasiado seria, llena de cháchara, pacata. Efectivamente se trata de un slasher sobrenatural al más puro estilo “zetoso”; sólo que en 2017 esto resulta insufrible. En su día estas golosinas las vendían señores mugrientos a la salida del colegio predicando la peligrosidad de su contenido. Podíamos creer que alguna escena subida de tono o los métodos del típico asesino enmascarado podrían salvar la función. Aquí ni se intenta el engaño, para fortuna de las autoridades pertinentes, desde el arranque observamos que de gore poco, de peligrosidad menos y de diversión únicamente la que nos proporcione el móvil mientras, de fondo, sigue desarrollándose la estúpida trama de “Blood Creek”.

Un espíritu indio ha resucitado de su letargo y busca venganza sobre los habitantes de la clásica población endogámica perdida en las entrañas de Estados Unidos. Al fin y al cabo fueron los ancestros de estos blanquitos quienes violaron y destruyeron todo lo que los nativos norteamericanos poseían. Los métodos del espectro son conocidos ya de otras películas, salta de cuerpo en cuerpo, poseyendo a su siguiente víctima una vez la ha matado. ¿Qué pasaría si matase a dos personas a la vez? ¿Y se suicida? ¿Y si come una pizza casa Tarradellas?

Al área llega un chaval cuyo padre era cazador, el cual ya se enfrentó a su día a la entidad sobrenatural, y además posee algo de sangre india diluida en sus venas. Junto a él varios gallitos y pollitas más, todos dispuestos a pasar un fin de semana en la cabaña familiar haciendo lo típico: follar, beber y practicar el tiro al blanco. Obviamente, sabiendo la situación anterior, podemos imaginar que el espíritu de la venganza y estos adolescentes pajilleros terminaran enfrentándose en una serie de secuencias vacías de cualquier poesía o rítmica.

Sinceramente os invito a evitarla. Os juro que mi visionado ha sido un total sacrificio por y para vosotros. Sentíos manitous durante unos minutos, porque este joven efebo ha extraído su pulsante corazón de su caja torácica para servíroslo en bandeja.

¿El peor “slasher”, por llamarlo así, que he visto nunca?

Lo mejor: Je, je, que cachondos sois.

Lo peor: Ni los arbustos son bonitos de ver en esta oda.


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