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The Boneyard

Una morgue movidita

The Boneyard

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 2.5/5

Surgida de los abismos de la serie Z de principios de los noventa, si bien su estilo de producción hereda la decadente presencia escénica de subespecies ochenteras como “Neon Maniacs” o “Trans–gen”, por nombrar dos a bote pronto, “The Boneyard” es un largometraje de horror sobrenatural que funciona mejor entendiéndolo como una broma, una oda a la ineptitud cinematográfica por parte de su creador: James Cummins (1959–2010). Experto en efectos especiales, marionetas y protésicos –podemos encontrar muestras de su ingenio en “La Cosa”, “Enemigo mío”, “House”, “Cocoon” o “El Beso de la Pantera”–, Cummings invertía sus ahorros en realizar una película que homenajease el género que le había dado de comer durante años. Ni corto ni perezoso prepara un guión con menos recovecos que una esfera y se lanza sin red de seguridad a los abismos del cine de muertos vivientes. Su atrevimiento quedó como una anécdota en los anales del fondo de catálogo de video clubes norteamericanos, aunque la difusión facilitada por la red de redes termina generando un pequeño culto alrededor de este despropósito, mala pero divertida por los pelos, preludiando la nueva edición en Blu–ray que por fin ha acaecido este año.

En pleno Acción de Gracias, una morgue recibe los tres cadáveres de unos niños que han sido encontrados en manos de un oriental desquiciado, también poseedor de un pequeño tanatorio. La policía, tras escuchar al detenido confesar como dio de comer trozos de muertos a los niños antes de acabar con ellos, decide contactar con una psíquica retirada para que invoque las almas de los chicos sin identificar. Reticente al principio, finalmente decide acompañar a los agentes para examinar los cuerpos, afectados por una extraña corrupción. Su llegada, cargada de malos augurios, desencadenará el despertar de estos niños hambrientos de carne de cualquier tipo.

La historia de base, sin embargo, demuestra el bagaje de nuestro héroe dentro de múltiples platós de rodaje caracterizados por pertenecer a películas donde el látex y sirope de fresa suponían el mejor reclamo para los espectadores. Cummins le da una pequeña vuelta de tuerca al subgénero zombi y nos presenta una historia con tintes de mitología oriental donde todo sirve de excusa para su buen hacer en los efectos especiales artesanos, regalándonos la primera cinta protagonizada por niños zombis y que además incluye un caniche gigante redivivo. Por desgracia el colchón económico era insuficiente para plasmar una puesta en escena más ambiciosa y necesaria, obligando a definir “The Boneyard” como un mero puñado de secuencias muy simpáticas donde el elemento macabro es lo único que justifica la existencia del producto sobre el que se sostiene, pero que, en otro orden de cosas, supone un coñazo de muy señor mío durante los eternos espacios entre estas breves escenas fantásticas, además de un bochorno técnico y artístico.

Nos encontramos con una médium de más de cien kilogramos de peso y a un par de agentes de policía que parecen salidos de un descarte de la serie Colombo. Durante la presentación de los personajes, Cummins demuestra una de sus características de estilo fundamentales: no sabe cuándo debe cortar una escena. Las presentaciones se alargan sin apenas valor consustancial, además diluyendo mediante sus diálogos el efecto nostálgico y cómico que estas producciones baratas de principios de los noventa provocan en los cuarentones como un servidor, así hasta llevar a nuestros protagonistas a una morgue donde tendrá lugar el resto de la acción, demostrando a través de tan parcos decorados lo pobre del presupuesto. La cosa ya va cogiendo color cuando encontramos en la recepción del “osario”, como así lo llaman sus empleados en un alarde de ingenio, a una vieja dama llamada Miss Poopinplatz, una anciana antipática que nos recuerda a la señora Cosgrave de “Braindead”. Acompañándola, un repeinado caniche señalando la obligatoriedad por parte del aficionado de ver “The Boneyard”, aunque sea sólo por su transformación en muerto viviente gigante, una criatura que encajaría bastante bien en el universo de los “Power Rangers”.

Agónicamente asistimos a más y más de esas conversaciones sin finalidad clara, para finalmente descubrir la resurrección de esos tres diablillos que aniquilan a la abundante plantilla de la morgue en un suspiro. ¡Ya era hora! Esto es Estados Unidos y la precariedad de los organismos públicos tan sólo una pesadilla perteneciente al sector demócrata de la bancada. Casi una docena de forenses son aniquilados sin que, como público, asistamos a semejante acto de maldad. Son las cosas del presupuesto, lo que no quita para que las primeras apariciones de esas criaturas mohosas tengan un buen gusto a la altura de “El Regreso de los Muertos Vivientes”. La existencia de “The Boneyard” sería un hecho injustificable de carecer de estos caníbales en miniatura, poco peligrosos una vez que el metraje ha llegado a su punto muerto. Sólo dará un pequeño impulso al ritmo narrativo la transformación de Miss Poopinplatz en un zombi digno de combatir cuerpo a cuerpo contra la versión rediviva de mamá Cosgrave, encontrando de nuevo esos curiosos paralelismos con “Braindead”, desde luego mucho mejor que esta ignota producción. Una vez superados dichos puntos álgidos, nos moveremos a ritmo de tortuga hasta un desenlace que incluye el citado caniche monstruoso, un par de frases lapidarias, carreras a ciegas por los pasillos de la morgue, explosiones valencianas y hasta pequeñas dosis de romance.

Más allá del diseño y manufactura de los muertos vivientes que pueblan “The Boneyard” en cantidad insuficiente, otro elemento destacable sería la juguetona partitura de un tal John Lee Whitener. Por lo visto el pobre pensaba que estaba involucrado en una cinta de terror serio y de calidad, porque intenta una orquestación digna de una atmósfera que no existe en ningún momento, y es que, entre otros desmanes, los personajes que se nos presentan son puro cartón piedra.

Empezamos con una psíquica atormentada que podría echar currículos en la productora “Blumhouse” de no ser por su enorme tamaño y su aspecto desaliñado, entendible argumentalmente, imposible tomársela en serio como heroína. La encargada de interpretarla es una tal Deborah Rose que abandonaría el cine tras esta desastrosa experiencia. Desde luego tiene una cosa a su favor: se trata de un arquetipo completamente diferente a lo que estamos acostumbrados. A esta médium reticente debemos sumarle un veterano de la policía y un viejo forense con aspecto de darle mucho al bong, Ed Nelson y Norman Fell respectivamente. El primero caído en desgracia tras un par de décadas haciendo de secundario en producciones como “Loca academia de policía” y el segundo cobrando uno de los últimos cheques antes de la jubilación, también lejanos los tiempos en que babeaba detrás de las vecinitas de “Apartamento para tres”, una serie que jamás repondrán en “La Sexta”. Pero la más caída en desgracia de todo el elenco sería Phyllis Diller, de participar en exitosas series como “Vacaciones en el mar” o “Los Jefferson” a interpretar una chiflada a la que, por lo menos, debemos agradecer el tono cómico que aporta a esta basurilla, muy superior a los cromos que estrena cada X meses “Atresmedia” con la excusa de darle trabajo a Carmen Machi.

Aprovechen que “The Boneyard” vuelve a asomar la patita por el mundo virtual, es un buen momento para “disfrutar” de un subproducto que, si bien no es muy gracioso, contiene fotogramas icónicos con los que adornar las carpetas de los adolescentes punk y tarados que ya no existen dentro de esta nueva generación de mierda.

Lo mejor: Las caracterizaciones de los infantes vivientes.

Lo peor: Rítmica de un baile geriátrico.


Vuestros comentarios

1. 18 mar 2018, 02:26 | Arconte

Casualidades de la vida, la rescate el lunes pasado para hablar un poco de los monstruos del principio. En la película se los llama “kyoshi”, pero no hay un fantasma, yokai o bakemono con ese nombre en la tradición japonesa. Yo diría, que por lo menos estéticamente, remiten a los gakis, espíritus hambrientos que, con diferentes denominaciones, habitaron prácticamente todos los folclores de los países budistas. Hay unas representaciones muy interesantes de los mismos en los Gaki Zoshi o pergaminos de los gakis…
Al margen, la película arranca bien, incluso aprovecha el poco presupuesto para la masacre fuera de cámara, que funciona. Al promediar tira para la comedia o algo así, con el caniche devenido monstruo y ya es imposible tomársela en serio…

2. 27 mar 2018, 11:12 | matias

para el que quiera ver esta “casposidad” que vaya a “yutuv” que esta subtitulada y todo.

vale la pena por ver a la vieja reconvertida en… eso que se ve en la foto de arriba y ¡el perro mutante! ¡no se lo pierdan!

aunque te aviso que tiene momentos bastante aburridos (habrá que ponerles onda)

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