El aviso

Al César lo que es del César. Daniel Calparsoro es, posiblemente, el director patrio que más géneros ha tocado y más ha explorado la adecuación de códigos del cine comercial made in USA a nuestro celuloide nacional. Lo ha intentado a las maneras de Tarantino revuelto con Cassavetes o Wim Wenders con su Salto al vacío, Pasajes, A ciegas o Asfalto; ha probado suerte con un drama bélico a lo Apocalipsis Now con Guerreros … Después mezcló con descuido a Kubrick, Amenábar y Shyamalan en la absurda Ausentes, dio el salto al cine de palomitas y acción a lo Greengrass con Invasor que era una suerte de Bourne a la gallega de la que salía airoso por los pelos. Al mismo tiempo, en la tele, crea formatos juveniles con tufo violento y transgresor tan fáciles de ver como de olvidar… y, en un suma y sigue, para mi gusto tedioso, el director ha continuado una senda en pos de una historia que se ajuste a su colección de referencias norteamericanas y a su concatenación de planos de precisión publicitaria absolutamente vacíos bajo su bruñida superficie (“Combustión”, “100 años de perdón”). En El aviso Daniel retoma el thriller sobrenatural con una historia que, para más inri, transcurre paralela entre dos tiempos… ¿Sale airoso del reto? Pues no.

Cuando el mejor amigo de Jon es abatido en un atraco a una gasolinera, éste se da cuenta de que un evento muy parecido tuvo lugar en el mismo sitio diez años atrás. Cuanto más indaga más coincidencias encuentra y comienza a intuir una influencia sobrenatural en el lugar. Paralelamente, en nuestra época, 10 años más tarde de las pesquisas de Jon; Nico, un adolescente, recibe un aviso que le augura la muerte si se acerca, el día de su cumpleaños, a la fatídica gasolinera.

Nada funciona bien en los cimientos de El aviso; su concatenación de giros resulta casi estúpida tras los primeros compases. Localizar la acción en una gasolinera junto a una autovía puede que funcione en el libro del que proviene, pero la insistencia de los personajes en acudir a un lugar tan insulso es el primero de muchos dislates con los que ha de comulgar el espectador. El reiterativo recurso de usar las torres de Madrid como plano inicial que sitúa al espectador en los tramos de pasado o presente aburre al más pintado. Y las decisiones de todos los personajes con el devenir de los acontecimientos se vuelven irreales antes de alcanzar el punto medio de la historia.

Daniel Calparsoro, mientras tanto, a lo suyo: que si plano de chico en contraluz corriendo a cámara lenta por el pasillo del instituto, que si travelling a la gasolinera finísimamente filmado y completamente gratuito, que si lluvia a lo Seven, que queda molona, y pesadilla del protagonista de relleno con muchos insectos generados por ordenador para gastar presupuesto… en un despliegue de verborrea visual absolutamente vacía de fondo.

Con semejante equipaje los actores hacen lo que pueden. Raúl Arévalo soluciona la papeleta con solvencia, claro que también tiene el personaje más lucido. Belén Cuesta también sale airosa de su interpretación de Andrea. En cambio Aura Garrido no logra salvar a Lucía, principalmente porque su personaje rema a contracorriente tomando decisiones imposibles de sostener en su interpretación, por muy acertada que sea.

Como podéis leer, esta es una de las pocas veces que no he encontrado argumentos para recomendar un visonado de la cinta. Su mejunje de cine de maldiciones asiático, con El efecto mariposa, El número 23, etc, es un laberinto que no llega a ninguna parte y que para colmo concluye de manera completamente infiel a las premisas que presenta en su narración.

Este es mi aviso: no la veas ni ahora, ni dentro de 10 años.