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Take me home

Como en casa en ningún sitio

Take me home

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 3/5

A pesar de la evidente decadencia que el terror sobrenatural vive actualmente en oriente, cuando hacía poco más de una década marcaba el revival del interés que los grandes medios de todo el mundo demostraban por el cine de género, de vez en cuando nos encontramos con alguna obrita, principalmente tailandesa o coreana, que vuelve a transmitir las emociones fuertes que Jee-woon Kim (“Dos Hermanas”), los Pang Brothers (“The Eye”), Takashi Shimizu (“La Maldición”) o Banjong Pisanthanakun (“Shutter”) lograron transmitir con su particular versión de fantasmas y dramas familiares. Hablamos del germen de cultivo para lo que hoy, incluso menos original, se lleva el gato al agua de la mano de productoras como “Blumhouse”. Una de estos raros largometrajes sería la tailandesa “Take me home”, película que no va a revolucionar ni aportar ningún destello de originalidad al cine de terror, pero al menos se muestra con la suficiente calidad y bondades como para disfrutarla siempre que el cine asiático no te provoque urticaria.

Esto es: acusados destellos de melodrama y una forma muy laxa de dar sentido a su particular submundo mítico. Aunque para un servidor, esto último sería el mayor atractivo que la industria oriental le ofrece, ese saborcillo diferente a lo que un occidental está tan acostumbrado. Puede que la historia subyacente carezca de originalidad alguna, la típica monserga sobre maldiciones y tiranteces familiares, pero su exposición elude la linealidad con un fervor encomiable, por mucho que durante algunas de sus partes la aleatoriedad provoque cierto sonrojo. No obstante, donde en otras producciones esta tendencia al “todo vale” termina siendo sinónimo de poca seriedad y acabados baratos, aquí se transforma en la mejor vía para conseguir una atmósfera ominosa de manual, logrando una cinta muy recomendable dada la escasez de genuino horror que afecta la producción cinematográfica de todo el globo.

La trama nos sitúa en el noventa por ciento del metraje desde la perspectiva de Tan, un joven amnésico que lleva diez años alejado de su familia, prisionero de un hospital donde, cuando por fin descubre sus posibles orígenes, le recomiendan no salir a riesgo de no poder volver jamás. Pero claro, la pulsación del hombre por regresar al “hogar” es más fuerte que cualquier miedo o amenaza. Esa pulsación, digámosle nostalgia, supone el leitmotiv de “Take me home”, dándole a la bonita casa de diseño moderno un peso específico como hace tiempo que no vemos en el cine de casas encantadas.

Nuestro héroe llega a la lujosa propiedad donde se supone que se suicidó su padre, lo hace gracias a la nota en las páginas de suceso, así ha sabido de su relación con el caso. Una vez allí lo recibe un ama de llaves que lo reconoce al instante, al igual que su hermana gemela, una altiva y hermosa mujer que lo acoge con una actitud sospechosa. Dos sobrinos y un cuñado, ese típico familiar político que te avisa en voz baja de que no se fía de ti, completan el circo familiar al que es invitado a unirse. Gente de clase alta, un ambiente decadente se apodera de las percepciones de Tan, pronto enredado en un juego donde nada es lo que parece y la huida se torna imposible. Varios pasados que se apelotonan formando capas de cebolla para, de forma radical, marcar la estancia de Tan de una forma que sólo le traerá sufrimiento a medida que se levante la niebla de su mente amnésica.

Kongkiat Khomsiri dirige y escribe con la taquilla en mente, buscando la espectacularidad en cada toma, sin renunciar al objeto de toda obra de terror, que sería provocar aunque sea un poquito de miedo. El joven director, también detrás de la disfrutable “Slice”, obvia ajustar su guión cuando la historia toma derroteros escénicos que no se sostienen sobre ningún tipo de lógica interna, lo hace conscientemente al menos. Al estilo de una atracción de feria, la sucesión de efectismos llega a convertirse en algo cómico a pesar de su fuerte y dolorosa presencia gráfica, pura incomodidad visual para el espectador en no pocos momentos. Sin embargo es tanta la cantidad de sustos (in)esperados o apariciones espectrales, que la trama terrorífica cae en el error de saturar al público, señalando el melodrama como principal razón de ser, tal y como padecemos durante una conclusión abierta a cualquier tipo de interpretación.

No iré de listo, hay circunstancias, relaciones entre diversos personajes a caballo de un par de décadas, que no me han quedado nada claras. La casa donde Tan da a parar con sus huesos arrastra un pasado siniestro de manos de una señora millonaria venida a menos, la cual no supo superar la pérdida de sus seres queridos. Su fuerte personalidad, hedonista y quizás dada a las artes oscuras, infecta la casa que otros han comprado para criar a sus hijos, poseyendo a sus habitantes con diversas excusas, como son la belleza o la soledad. Pues al final, como mero análisis personal, “Take me home” esconde cierta crítica contra la banalidad, un canto a valores como el amor desinteresado y la espiritualidad. Una pena pues este discurso no casa con el estilo divertido y desenfadado que demuestra cuando se trata de representar su particular universo sobrenatural.
Y es que Khomsiri no tiene miedo a delirar cuando la ocasión lo requiere. Así durante el tramo central de la película, pues las grandes revelaciones llegan en un momento muy temprano del metraje, a diferencia con el cine occidental, asistimos a una magnífica secuencia donde se pintan con inesperada elegancia los efectos de una maldición circunscrita al tiempo y el espacio. Trepidante ritmo donde nuestro protagonista se las ve y se las desea para huir de la casa encantada, enfrentándose una y otra vez a una mezcla de realidad y pesadilla que muchos querríamos saber expresar así en nuestras narraciones. Un bucle donde la interpretación de Mario Maurer como Tan resulta fundamental para no llevar la cinta a derroteros presididos por el ridículo. De hecho, por encima de sus compañeros de reparto, el trabajo de Maurer es el que consigue hacernos perdonar esa extraña propiedad aleatoria de los sucesos paranormales, revueltos en el tiempo para alargar sin especial motivo la duración de la película, que se queda en una adecuada hora y media.

En definitiva, una película de fantasmas donde los conceptos orientales de espiritualidad y equilibrio se ven amenazados por la soberbia de los poderosos, incapaces de permanecer eternamente por encima de la vida y la muerte. Una historia clásica de casas encantadas, donde su patina gótica, reforzada por una divertida profusión de fenómenos extraños, firmados mediante unos soberbios efectos especiales, sirve de buena excusa para disfrutar de la obra habiendo dejando las expectativas en otra chaqueta. Sólo os exigirá un poco de atención para hilar los detalles que unen una trama algo caótica y confusa, por supuesto pagando el peaje melodramático y algo infantil del cine oriental.

Lo mejor: La concentración de locura fantasmal durante su parte central, consigue una atmósfera de suspense muy lograda.

Lo peor: Una banda sonora tan melodramática que provoca nauseas.


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