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Sequence Break

La prima cachonda de Polybius

Sequence Break

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DIVERSIÓN:
TERROR:
ORIGINALIDAD:
GORE:
  • 2.5/5

“Sequence Break” es un mediometraje alargado más de la cuenta, su duración queda en setenta minutos, que intenta rendir homenaje al cine de David Cronenberg sin pasar por la casilla de salida. Últimamente el muestrario de “body horror” abunda sin mucho orden ni concierto: “Replace”, “Let her out” o “Thanatomorphose”, por citar unas pocas. Más en concreto, el plagio/tributo que hoy nos ocupa tiene como principal diana “Videodrome”, inspirándose en la influencia tanto mental como física que las máquinas, antaño eran los VHS y ahora los “arcade” de finales de los setenta, en un ejercicio de vana nostalgia, pudieran ejercer sobre el hombre y sus relaciones sociales. Una versión erógena del “Polybius”, el infame video juego que decían volvía locos a sus jugadores, intenta convertirse en catalizador de una “nueva carne” que no es todo lo suculenta que su tráiler nos hizo pensar. Para los más puristas: me salto “eXistenz” pues a su manera siempre me ha parecido un remake encubierto y sin fuelle de “Videodrome”, pero está claro que comparte ideas con la cinta que hoy nos ocupa.

Un suburbio en una ciudad cualquiera, una tienda de reparación de viejos arcades sobrevive como puede, a punto de cerrar por la escasez de clientes. Allí trabaja el bueno de Oz, un tipo no excesivamente social que parece más enamorado de los videojuegos que de las personas. Sin embargo, una noche todo cambiará en más de un sentido: tomando una cerveza en el tugurio de turno se encuentra con Tess, su media naranja por designo divino. Pero tan feliz encuentro tendrá otro paralelismos atroz, pues a su vuelta al almacén se dará de bruces con una placa base que, una vez colocada en la carcasa de un “matamarcianos”, le descubrirá un nuevo mundo de sensaciones eróticas y mutación física. ¿Podrá Oz compatibilizar ambas relaciones?

El cambio radical en la cultura o las costumbres diarias crea nuevos tipos de humanos cuya monstruosidad aparente es sólo el primer peaje del cambio, la representación de una mutación grotesca sólo ocurre a ojos de los que todavía no han cruzado el Rubicón. La metáfora, eso sí, aquí aparece desdibujada sobre los firmes pasos que previamente se han dado sobre la temática, cristalizando en un producto de baja calidad que sólo puedo recomendar a los que como yo, de ahí ese aprobado tan personal y generoso, disfruten con las fantasías cyberpunk de bajo presupuesto sin importar su acabado formal.

La excusa de fondo vuelve a ser un romance imposible, en el sentido más estricto del recluso “hikikomori”, donde un hombre de a pie tendrá que debatirse entre la adición que padece hacia los videojuegos o el amor carnal ofertado por una mujer de verdad… ¡y sin tener que enfrentarse al temido cartel de “INSERT COIN”! Olvidaos de almohadas–novia, el protagonista de nuestra historia es bendecido con una chica atenta e igualmente “freak”. Eso sí, el noviazgo se sirve de *una manera tan forzada y estomagante que hasta los actuales reyes españoles sentirían sus reales anos violentados. Pero el problema argumental de “Sequence Break” no radica ahí, su intento por aportar un discurso molón desde su propio título, el cual alude a la forma de saltarse una programación por la vía del “poke” o aprovechando sus fallos, termina haciendo aguas debido a varios factores.

Para empezar una estética que no logra superar la falta de presupuesto, pese a lo bien aprovechado que luce en las secuencias donde el placer y la electrónica se dan de la mano como en cualquier sueño húmedo de Cálico Electrónico, por desgracia el escenario se reduce a un maldito taller que emana pobreza por cada una de sus estanterías en mal estado. Tampoco es que este sórdido ambiente suponga la gran traba, diría que la absoluta falta de credibilidad en la relación entre Oz y Tess es lo que termina por mandar a tomar por saco los eventos posteriores a este amorío, dejando narraciones paralelas y viajes en el tiempo en un quiero y no puedo, sólo adecentado por esos fotogramas donde tejidos y condensadores cimentan una narrativa experimental que funciona a medias. De hecho funciona durante sus primeros compases, poco suponen las alucinaciones bajo el verde fosforescente cuando el destino de sus sufridores nos importa tanto como el de sus antecesores cuando jugaban en el “Un, dos tres…”.

La cuestión es que “Sequence Break” peca de incapaz cuando trata de cocinar sus ingredientes sin más aderezos que sus propios jugos. Una muestra evidente de esta falta de contenido, del total y absoluto déficit de carisma, lo supone la imposición de una banda sonora que se apodera incluso de la propia imagen en pantalla en el vano intento de emular la gloria, al menos comercial, de “Stranger Things”. Creo que no hace falta evadirse varias décadas atrás, además sin más excusa o recurso que una sobredosis de sintetizador, para narrar un relato ciertamente decadente y perverso. Lo siento, mala baba y provocación quedan en un tercer plano por obra y gracia de no sé qué decisión: ¿plasmar de forma contemplativa un romance carente de química?

Graham Skipper escribe y dirige con la vista puesta en su incipiente carrera dentro de la industria underground norteamericana. Un joven que ha ido coqueteando en esta nueva generación con productos nostálgicos de bajo coste, por ejemplo “Almost Human” o “Beyond the Gates”. Peliculillas que quizás sean el stock de las leyendas del mañana, como actualmente lo son los residuos de las estanterías que los videoclubes alquilaban en la serie bronce. La verdad que la nostalgia de futuras décadas no podrá escudarse en el desconocimiento o los recuerdos distorsionarse para justificar sus fallos. Por ejemplo, “Neon Maniacs” pierde horrores con cada visionado, especialmente por lo aburrida que resulta durante sus largos entreactos, igualmente “Sequence Break” jamás tendrá siquiera el encanto de lo ignoto o inocente, ese tesoro que vino Internet a humillar.

Como actores principales, y únicos por decir algo, contamos con Chase Williamson y Fabianne Therese, ambos coincidieron en “John diez at the end” y resulta curioso que no hayan sabiado sacar provecho de esta experiencia, pues jamás había visto un amor tan sosito. Al menos tienen esa fisonomía amable que te hace sentir cómodo observándolos, aunque no haya mucho más allá de unos diálogos que orbitan muy lejos del verdadero terreno del “colegeo”. ¿Para cuándo una parejita que se ría mientras se tiran pedos?

Conclusión final para no alargar más la agonía: Si ese subgénero, casi no me atrevo a llamarlo así, conocido como “body horror” te atrae lo suficiente como para tragarte cualquier mojón adscrito al mismo, “Sequence Break” te parecerá más que potable. En la misma línea, aunque menos traviesa, que “The Mind’s Eye”. Falta de talento aunque marcada por la pasión, lo mejor es disfrutar sus escenas más surrealistas con la inocencia del adolescente que descubre Lovecraft sin tener ni puñetera idea de qué es el horror cósmico.

Estructurar y procesar tanto la comida deja el plato lleno de formas que poco o nada tienen que ver con su verdadero origen.

Lo mejor: Las alucinaciones sexuales dentro del videojuego.

Lo peor: Pese a lo que me gusta, tanta música de sintetizador sobrexcitada pone de los nervios.


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