Verano Rojo

Cuatro madrileños de sangre caliente viajan a Mallorca en busca de una cala apartada donde pernoctar. Por desgracia, y de forma totalmente sorprendente, son interceptados en la carretera por una familia de paletos locales que quieren convertir a los jóvenes en sobrasada.

Nada esperaba y nada he obtenido del largometraje debut de Carles Jofre, encargado de muchísimas tareas aparte de la dirección, demasiado verde quizás para embarcarse en una obra de hora y media. Como cortometraje gamberro puede que “Verano Rojo” hubiese tenido algo más de relevancia, al alargar el chicle termina rompiéndose por varias partes. Financiada su post producción mediante Verkami, con siete mil jugosos euros, entended que nos encontramos ante un producto de bajo presupuesto con muchas limitaciones, y siempre es de valorar que alguien decida cocinar sus energías y sueños dentro de la marmita del cine de terror… aunque el resultado final más parece un experimento, una prueba para forzar las posibilidades y conocimientos recién aprendidos del equipo, donde únicamente brilla en la fotografía y montaje, y ni siquiera en todo momento.

En el plano negativo es especialmente hiriente hablar de la edición de sonido: imposible de justificar las subidas y bajadas de volumen en unos tiempos donde hasta el YouTuber más subnormal es capaz de hacer que su voz se escuche de maravillas entre estúpidos efectos de sonido. Hablar de actuaciones, efectos especiales, ritmo o capacidad narrativa se supone una utopía en los terrenos donde se mueve Jofre, los de mero aficionado, pero aun así el nivel permanece demasiado bajo. Sintetizando la situación en un solo adjetivo: aburrida.

“Verano Rojo” es la versión trapera y mallorquina de “La Matanza de Texas”, tan simple como eso. Sólo que con un acabado general tan amateur como se puede suponer de un equipo principiante cuya excusa es haber terminado recientemente sus económicos estudios en la ESCAC. Todo ese background de fondo me parece estupendo. Es decir, que unos jóvenes aspirantes a cineastas digan que son fanáticos a muerte del género slasher y quieran darse a conocer con un nuevo homenaje/plagio de la ópera prima de Tobe Hooper es un hecho tan respetable como cualquier otra motivación para colocarse detrás de una cámara. ¿Pero de verdad que ninguna de estas jóvenes promesas tiene ganas de coger su escaso presupuesto y talento y ponerlo al servicio de una historia diferente, bien hecha, con tiempo invertido en su redacción? Se puede perdonar la falta de currículo, no la ausencia de ideas; que esas son gratis y sólo necesitan noches y más noches de alcohol para fornicar con las musas. Al menos hubiese estado bien que a nivel argumental “Verano Rojo” hubiese contenido algo más que referencias locales a la sobrasada y a la lengua mallorquina. Otra “La Matanza de los Garrulos Lisérgicos” o “Jodidos Kabrones”, sólo que realizada con bastante menos gracia, tomándosela demasiado en serio. Señores, ¡esto no asusta o impresiona ni a mi sobrina de cinco años!

Entonces tenemos cuatro turistas madrileños repelentes que cruzan caminos con una familia de caníbales igualmente subnormales. Un gordo con una máscara cutre de cerdo, el abuelo en silla de ruedas y un padre e hijo bastante viciosillos. Camisas de cuadros, mamada y mordisco, masías ruinosas, hachuelas, musicalización constante llena de tensión, muertes fuera de plano, escopetas, piaras de cerdos… la misma involución que ya pasó de moda hace dos décadas. Ni siquiera como slasher merece la pena, ¿pues dónde está el icono, la peligrosidad? La línea más corta entre el punto A y B, torturas infantiles que terminan con persecuciones alargadas hasta el tedio, donde no existe ni un solo dialogo que no se haya aprendido cinco minutos antes de golpear la claqueta.
Al menos quedan destellos interpretativos por parte del actor más talludito de la función: Simón Andreu, activo secundario que ha coqueteado simpáticamente con el género en “Beyond Re-Animator”, “La novia ensangrentada” u “Ojos de Cristal”.

De lo demás poco se puede recuperar. En todo caso reconocer que este tipo de proyectos no existirían de juzgarse con un prisma tan duro como el que llevo años sosteniendo. Entiendo que cualquier tipo de expectativa debe relegarse a un segundo plano, quizás disfrutar de la comodidad de una historia que ya has visto mil y una veces, pero me duele de corazón que gente con capacidad y acceso a medios, como cámaras decentes, no sepa superar los cutre–cortos que yo grababa con una videocámara barata junto a mis amigos, entre paja y paja veraniega. Espero que las palabras sinceras animen a estos muchachos a ser más autocríticos así como imaginativos, lejos de los cantos de sirena que emiten los colaboradores del dichoso crowdfunding o los premios en festivales de medio pelo o el aliento traicionero de familiares y amigos. Hay oportunidad de hacerlo mucho mejor. ¡Ánimo!