Boarding School

Nada más contemplar los primeros planos de la cinta, con esas fachadas de edificios iluminadas en rojo y violeta, le queda a uno claro que no estamos ante una película de horror convencional. Algo en su fotografía, en la forma de construir los encuadres, en la manera de abordar sus primeros compases, rezuma singularidad y aroma a cine de calidad. Me aventuro a decir que este Boarding school se quedará, al menos para mí, entre una de las propuestas más originales de cine fantástico que nos dejará este 2018… Maneras no le faltan.

Un joven es descubierto por su padrastro vistiendo con las ropas de su difunta abuela. Incapaz de lidiar con sus posibles tendencias sexuales y con sus recurrentes terrores nocturnos, el padrastro, decide ingresar al chico en un internado para jóvenes con problemas de distintas índoles. Un internado donde nada es lo que parece.

Sobre el papel resultaría difícil pensar que situar a un niño con tendencia al travestismo y de sexualidad confusa en el epicentro de un thriller fuera a dar buen resultado. Igual de difícil es pensar en un guión que construya a este chico de una forma natural, y lo presente al espectador, sin caer en los tópicos tanto de cine de temática LGTBI como en los del cine de horror; pues bien, la que nos ocupa sale de este entuerto con éxito sobresaliente. Tampoco es normal que el desarrollo de una cinta de horror sea tan sutil que uno no sepa hasta bien pasada la primera mitad del título, si está ante una de terror sobrenatural, o de asesinos, o de otro subgénero. Y nuevamente, en esto también Boarding school sale airoso. Gran parte de ese éxito se debe a la excelente interpretación de su joven protagonista, Luke Prael: un guapísimo crío que maneja su gestualidad y sus dotes interpretativas con una soltura digna de un actor veterano. Le acompaña un reparto infantil casi igual de afinado en el que destaca la joven Sterling Jerins, interpretando a una ambigua lolita, versión junior de la peores femme fatales del cine negro, y la actriz Nadia Alexander en el papel de Phil, un joven desfigurado por un incendio.

Ellos, junto a sus otros compañeros, construyen una galería de personalidades que se salen por completo del esquema manido del cine de horror y también del drama. No estamos antes los típicos inadaptados de cartón piedra que nos regala el cine comercial (como los que protagonizan la mediocre y reciente “Blackwood”, de Rodrigo Cortes). Son personas de “capacidades especiales” con las que el guión no es, en absoluto, indulgente, enfrentadas a un enigma singular. Un misterio que tiene algo de El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether de Poe, del cine de terror gótico y notas, como si de un perfume se tratase, del sangriento giallo italiano. Todo ello en una trama situada en los 90 que habla sobre aceptación de uno mismo y sobre el cariño, sin caer en ñoñerías o en mensajes mascados para que entren en el espectador como una papilla. Una excelente fotografía y una cuidada ambientación vienen a poner el broche final a este intento de ofrecer algo fresco y original.

Todo tiene su lado malo y este colegio no es una excepción. Su director Boaz Yakin aterriza, en un tercio final de cinta bastante sangriento, pero más convencional en sus maneras, que resta interés al producto. Para rematar, concluye en un predecible epílogo que es un giro tan explícito que no sorprenderá a nadie y que viene a firmar con trazo grueso lo que hasta ese momento era un relato sutil. Tampoco aclara algunos tramos de la historia (para mí esto no es del todo negativos) como la conexión del joven con su abuela a la que ve en sueños en el minuto 3 de la película, sin saber en ese momento qué aspecto tenía la misma… En cualquier caso, me gustaría pensar que a la gran mayoría de vosotros este colegio os va a gustar tanto como a mí y espero leer vuestras opiniones, a favor o en contra, un poco más abajo.