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Legado

María corría, cubriéndose la cabeza de la pesada lluvia otoñal con el bolso. Llegaba a la casa con algo de retraso. Los padres de Esteban la esperaban ya preparados en el lujoso salón. Eran una pareja afortunada: el era miembro del comité de una de las mayores cajas de la ciudad y ella era asistenta de la actual alcaldesa. Su pequeña mansión reflejaba este éxito económico y social: cuadros con recargados marcos, un sofá enorme de piel, un sistema completo de cine en casa que a María le produjo una envidia nada sana; incluso uno de esos caros pianos de cola que, evidentemente, solo usa su propietario para presumir ante las visitas.

También el abrigo de visón que sostenía la mujer en el brazo y el smoking negro de él, demostraban lo alto que habían llegado. Era su primera noche como niñera, así que María maldijo por lo bajo que Carolina la hubiese entretenido con sus historias de ligues por teléfono. Aunque se había reído mucho con los cuentos de su amiga sobre lo irresistible que era para todos los chicos de su facultad. ¡La muy creída! Además ella era más tradicional que Carol. Tenía novio desde hace siete meses y no pensaba dejarlo escapar. Juan era perfecto para ella. ¡Qué pena no poder verlo esta noche! Pero necesitaba el dinero desesperadamente, su madre no había podido entregarle su asignación desde que perdió el trabajo. Si por lo menos su padre les pasase la pensión con una periodicidad constante. Con un calorcillo en el vientre bajo provocado por las imágenes mentales de Juan penetró en el salón con una sincera sonrisa.

Mercedes, la madre de Esteban la recibió muy efusivamente. No en vano era amiga de su madre desde la escuela. Sabía que esa era la principal razón para que esta pareja elitista la hubiese elegido para cuidar de su pequeño.

-¡Hola María! ¡Pero qué guapa estás! Dame un par de besos.
-¡Hola! Les veo muy elegantes, ¿A dónde van? – Dijo María mientras procedía al húmedo intercambio en las mejillas.
Antonio, el padre, contestó con su ronca voz acostumbrada a dar órdenes:
-¡Hola querida! Esta va a ser una noche muy especial para Mercedes y para mí. Hace siete años que nos mudamos aquí… – …y todo nos empezó a ir mucho, mucho mejor. – Lo interrumpió su mujer con cierta picardía.
No comprendió muy bien que quería decir con esas palabras pero puesto que el señor de la casa tenía prisa por comenzar su noche especial; este cortó a Mercedes con una mirada que solo ellos dos podrían entender y le dio las indicaciones y reglas pertinentes a María para su estancia nocturna. Esta, alucinando todavía con el impresionante chalet, solo escuchaba parcialmente. – Cena lo que quieras, en la nevera tienes un montón de platos preparados…nuestra cocinera es magnifica…como ves, Esteban duerme tranquilamente en su habitación…no te preocupes por el perro, duerme afuera en su caseta…el home cinema funciona con este mando…tenlo bajo por si Esteban se despierta…desde que nos mudamos sufre de alguna pesadilla… – El pequeño tiene también siete años ¿verdad? – María aporto tamaña banalidad para intentar centrarse en el maremágnum de información que le estaba cayendo encima, pero el marido de Mercedes se la quedó mirando intensamente como planteándose qué contestar. El hombre se quitó la confusión momentanea con un ligero parpadeo y zanjó la cuestión rápidamente: – Bueno, seguro que no tendrás ningún problema. De todos modos nuestros números de móviles están apuntados sobre la agenda de esa mesita; y allí tienes un fijo para llamarnos. Volveremos sobre las dos. Confiamos en ti.

Le pareció una frase muy solemne para la simple tarea de una niñera pero lo asumió como el típico estiramiento de la gente adinerada. – ¡Venga Antonio! Llegaremos tarde para la reserva de las once. Pásatelo bien María y no te preocupes si el perro ladra mucho, la lluvia le pone muy nervioso. Un besito, ciao.

Sola por fin, con toda una mansión para ella sola. Se sentía un poco nerviosa. Y para quitarse los nervios no había nada como una visita a la nevera; pero con prudencia. Si de algo estaba orgullosa era de su tipo. Aunque no podía presumir de pecho abundante, le gustaban las formas de sus tetas y sabía que a Juan también. Y comenzó a fantasear con Juan, más concretamente con su cuerpo fibroso, y eso ojos azules… La mataban esos ojos. Se sentía atontada y alegre mientras recorría la cocina en tinieblas. Presionó el interruptor de la luz a tientas. La luz blanca inundó la amplia cocina, decorada entre lo clásico y lo moderno, gozaba de unas cristaleras que daban al jardín cubriendo casi la totalidad de sus paredes. María, de naturaleza curiosa, se mordió suavemente el labio inferior y se retiro un mechón de su melena castaña tras la oreja. Al entrar en la sala, le pareció que algo se movía al fondo del jardín. Pero la escasa iluminación exterior y la distorsión del agua cayendo copiosamente la confundían. Se acercó muy despacio al ventanal más cercano. Cuando su nariz rozaba el cristal apunto de empañarlo, un ruido estridente le propició un vuelco al corazón. ¡Ladridos! Se apartó por instinto de la ventana mientras posaba una mano, con las uñas pintadas de negro, sobre su pecho. – ¡Dios! Es solo el maldito perro.
Su voz producía un leve eco en la extensa cocina.
“Que susto”. Pensó. “Parece bastante grande. Menos mal que esta atado. ¿Por qué diablos esta fuera de la caseta con la que esta cayendo?”
Desde su posición, María, no era capaz ni de distinguir la raza del perro ni de saber que lo inquietaba. Sus ladridos eran muy graves y tiraba de la cadena con fuerza.
Puesto que Mercedes le había advertido, no le dio más importancia.
Abrió la enorme nevera combi que incluso tenia incrustada una pantalla plana de alta definición en su puertecilla superior. Todos los estantes estaban repletos de tuppers de plástico con sugerentes platos. Seleccionó uno que contenía lasaña de espinacas y buscó a su alrededor el microondas.
Sentada en un taburete alto de madera miraba girar la bandeja del microondas. Y así ensimismada, y con los aullidos y gruñidos que venían desde fuera, empezó a rememorar a su hermano casi sin quererlo. Recientemente, se había cumplido el séptimo aniversario de su desaparición y probable muerte. Ella era muy pequeña, pero por un amigo de su hermano (un pelirrojo algo salido que siempre intentaba tocarle el culo de niña) supo, años después, que nunca se había recuperado el cuerpo. Con doce años, una noche tormentosa y fría como esta, el abrió la puerta de casa y desapareció. Tal vez estaba cansado de oír discutir a papá y mamá. En esa época ya se estaba fraguando el divorcio. Todos sus familiares decían que Alberto era un chico demasiado sensible. Ella apenas tenía recuerdos de su hermano. Que tenía el pelo del mismo color que ella, que siempre la trató con cariño, que se emocionaba cuando veía un perro en la calle…perros. “¡Maldito chucho! Me esta dando dolor de cabeza”. – ¡Cling! – Cantó el microondas.
La lasaña ya estaba caliente, un tenue olor a pasta y vegetales llegaba hasta su nariz y se le hacía la boca agua. Desechó los pensamientos sobre Alberto; le hubiera gustado conocer a su único hermano pero a estas alturas, desaparecido ó muerto, pensar en él era sólo una forma de auto tortura.

Masticaba la cobertura de parmesano con deleite cuando sonó un teléfono a su espalda. No se había fijado que en la cocina había un inalámbrico en una base pegada a la pared opuesta a la nevera. Tan concentrada estaba en su plato que se sobresaltó un poco. “Vaya nochecita de sustos para una niñera primeriza”, murmuró mientras se dirigía al teléfono. No le hacía mucha gracia tener que hablar con algún familiar de los L pero sentía que su obligación era contestar. – ¿Sí, quien es? – Gmmfff, sssshhhrttt
Sonaba como si al otro lado de la línea la boca, llena de algodón, de un hombre articulase gemidos entre lascivos y aterrorizados. – ¿Disculpe? ¿Quién llama? – Volvió a preguntar – ¡MMMMPPPHHHH! Aaarrrrfrfrfrfrfrf…

La voz sonaba casí acuosa; como si su propietario tuviese la cabeza sumergida en líquido. Se estaba empezando a poner nerviosa, seguro que era algún crio idiota del vecindario gastándole una broma a los L, el auricular seguía emitiendo farfulleos inconexos cada vez más intensos.

Recorrió rápidamente con la mirada los ventanales, pero solo veía la silueta del perro agitándose. Iba a colgar, a ella no le gustaban este tipo de juegos. Sus compañeras de clase, la llamaban “la seria” por algo. Enfadada gritó al aparato: – ¡Vete a la mierda payaso!

Cuando su brazo procedía a ejecutar la orden de colgar emitida por su cerebro, del auricular llegó una voz reconocible. – ¡María! ¡María! Perdona cariño, solo era una broma. – ¡Juan! ¡Pero que idiota! ¿Cómo has conseguido este número? ¿Por qué no me has llamado al móvil?

Ahora ya estaba más tranquila. Conocía el sentido del humor de su chico y aunque no lo compartía sabía que no tenía malicia. – Perdóname preciosa, te he llamado a casa porque tu móvil me daba como apagado y tu madre me dio este teléfono.
“¡Claro!” Exclamó para sus adentros. Sabía que le quedaba poca batería al salir de casa, pero con las prisas se le había olvidado coger el cargador. Se centró en la conversación con Juan y se le fue anchando la sonrisa. – ¿Y no le gustaría a la niñera que su fuerte novio le hiciese una breve visita para darle un par de besitos? – Dijo él.
Ella rió con ese tono cristalino reservado para las chicas de cuerpos esbeltos que tienen toda la vida por delante. – Pues a lo mejor no le parece tan bien si su novio es tan gilipollas como para gastar bromas infantiles por teléfono. – Por favor, mi pequeña niñera sexy.

Ella aun sonrió más y notó cierta tensión entre las piernas, pero se hizo la dura porque no quería hacer mal el trabajo de su primera noche cuidando a Esteban. – No Juan, lo siento. No quiero fastidiarla la primera noche. Imagínate que nos pillan. Pero mañana por la noche mi madre se irá con una amiga al cine. Así que…

El puso una voz ronca y masculinamente seductora: – ¡Ummmm, no se si puedo esperar a mañana para hacerte todas las cosas que tengo pensadas! Tengo unas ganas locas de besarte allí abajo. Déjame ir allí y hacer realidad tus sueños.
María lanzó una carcajada. Le encantaba torturarlo con el sexo y el muy tonto se lo ponía en bandeja. El deseo era recíproco aunque su instinto femenino la empujaba a hacerse de rogar – No sé si mañana dará tanto como para eso. Si te portas… – ¡Buaaaahhhh! ¡Buaaahhhhh!

Unos intensos llantos que provenían del piso de arriba cortaron el coqueteo telefónico de raíz. – ¡Juan, cariño! El niño está llorando ya hablaremos mañana

Era tan desagradable, chillón y agudo el llanto del pequeño que María ni se entretuvo en escuchar la respuesta. Solo colgó, y preocupada fue hacia la escalera que daba al primer piso y al cuarto del chaval.

La puerta estaba entornada y al asomarse, la niñera pudo ver al niño sentado sobre la mullida cama. Parecía tan indefenso, solo en la penumbra rodeado de una tenue fosforescencia azul generada por una lamparita de seguridad, toda de plástico y con forma de fantasmita. Lloraba a moco tendido, con los ojos cerrados y los puños apretados sobre la sabana de motivos del oeste: Lazos, sombreros, vaqueros…

- Esteban, peque. ¿Qué te pasa? No tengas miedo – Susurró Maria muy suave y condescendientemente.
La figura embutida en su pijama de felpa, la miró. Chorretones marcaban sus mejillas y la cara se contraía en un gesto de angustia que a ella le partió el corazón. Esteban la reconoció, había acompañado muchas veces a su madre en las visitas que le hacía a la mama de Maria. Su voz sonó muy frágil. La voz andrógina de las pesadillas infantiles: – El otro chico estaba aquí. Se ha escapado y está muy enfadado – Sshhh, Esteban. Sólo ha sido una pesadilla.- Se acomodó junto a él y le pasó el brazo por sus pequeños hombros. – No.- Al chico le costaba hablar mientras sorbía sus mocos. – Está enfadado con todos nosotros. Papá y mamá sólo le han enseñado a contar hasta siete.

Maria lo miró directamente a los grandes y húmedos ojos azules y se contagió del miedo. ¿Por qué siete? Habría estado oyendo a sus padres en conversaciones sobre la celebración de esta noche. Que extraña es la mente, y si se trata de un crío; mucho más.

No le costó mucho hacerlo dormir de nuevo. Bajaba las escaleras de madera pensativa. Vaya nochecita más siniestra. Ella no era aficionada al cine de terror pero por supuesto que conocía todos sus tópicos. La guapa niñera acosada en su primera noche de trabajo. Los falsos sustos. Si de hecho, no le gustaba ver películas de miedo era porque a veces su imaginación no respondía al autocontrol. Se desmandaba y sobre la pantalla blanca que era su cerebro se proyectaban todas las imágenes de desgracias personales que pudiesen suceder en este mundo ó en la ficción del celuloide. Sobre todo veía la cara borrosa, por el efecto del olvido, de su hermanito. La blanca piel cubierta de sangre presidiendo un cuerpo retorcido en la cuneta. Un rostro alegre en el asiento del acompañante de un sucio pedófilo…

Por lo menos, el perro había terminado con el incesante estruendo. Ahora sólo se escuchaba la lluvia cayendo y los truenos en la distancia. Maria se sacudió todas las imágenes macabras de su cabeza y se encaminó a la cocina para terminar de una vez la dichosa lasaña.

Sosteniendo el plato, ya helado, con una mano, mientras que con la otra portaba un tenedor; se acercó hacía el gran ventanal que daba al jardín. La luz de las farolas de la calle llegaba cortada, por los setos, hasta perfilar la caseta del perro. Aunque desde la distancia podía resultar engañoso, ella creyó ver manchas sobre la hierba. Cerca de la madera con la que estaba construido el refugio para la mascota de la familia, había pequeños charcos creados por el agua que caía, pero…eran muy oscuros. Incluso le pareció que había algo más, medio cubierto por el barro negruzco. El tenedor estaba paralizado eternamente a veinte centímetros de sus suaves y finos labios pintados. Una sucesión de rayos, provenientes de todos los rincones del cielo dejaron impresa una imagen dantesca en sus retinas. Un micro instante que superó cualquier pensamiento desviado que hubiera pasado antes por su cabeza. *Los restos que una vez fuesen un animal, estaban diseminados indolentemente alrededor de la caseta. Entrañas, piel, una pata quebrada que sobresalía macabramente desde su ángulo de visión. La cercenada cabeza estaba empalada en la esquina superior al agujero que hacía de entradita en la caseta para perros. Todos los detalles eran confusos bajo el resplandor plateado. Juego de sombras danzantes que revelaban morosamente suficiente cantidad de sangre y vísceras, para que Maria sintiese unas nauseas que valientemente aguantó apartando sus ojos del siniestro exterior. Depositó su inconclusa cena en la encimera mientras se tapaba la boca con la palma de la mano. Rígida de terror y con sus pensamientos bloqueados descolgó el teléfono de la cocina con movimientos de autómata. Estaba marcando el cero noventa y uno sollozando, cuando se dio cuenta de que el auricular no emitía tono. Una leve estática que le resultó hipnótica. Justo cuando lograba pensar algo coherente una dulce voz que le trajo recuerdos del pasado susurro directamente desde el teléfono: – Te espero en el garaje Maria.

Inmediatamente la línea murió, como si alguien la hubiese cortado. Pulsó espasmódicamente el botón de encendido pero nada. Y su móvil sin batería.

Esa voz. Esa voz. Quebrada, rota, suave, aterciopelada, ronca, insinuante… Esa voz, la conocía. Se trataba de un hombre que la conocía. Su amado Juan no era. La persona que le había lanzado esa misteriosa invitación no estaba ocultando nada, no estaba bromeando. El tono era casi tierno y expectante.

Así, inmóvil como una estatua de sal escuchó un grito en el piso de arriba. Un grito infantil, agudo y violento, seguido de un fuerte golpe. Luego el silencio. Maria despertó de su ensimismamiento y despacio fue hacia el cajón de los cubiertos. Alguien estaba en la casa, alguien quería hacerle a Esteban lo que le hizo a su hermano. Tangencialmente su parte más calculadora se dio cuenta de que había perdido el control. Tanto recordar a su hermano no era normal, formaba parte de la pesadilla que estaba viviendo. Y esa parte tan fría, de ella misma, se hundió en los miasmas del miedo primigenio. Estaba asustada cuando agarro el mango de plástico del enorme cuchillo de acero. La hoja brilló, “Ginzu”, rezaba; pero a ella no le pareció gracioso.

Subía las escaleras muy despacio. Alerta y con el corazón a punto de atravesarle el pecho. Billones de conexiones sinápticas se encendían y se apagaban sobre su corteza cerebral.
“Debería salir por la puerta principal e irme”
“¿Quién está haciendo todo esto?”
“¿Por qué creo saberlo?”
“Esteban, Esteban”

Un escalón detrás de otro y más ideas locas que la bombardeaban. El cuchillo representaba un tranquilizador peso en su brazo que le servía de ancla para no desmayarse. Su respiración agitada, acompañaba en un ritmo frenético a la banda sonora compuesta por las gotitas de lluvia estampándose contra el barrio y los truenos tenores abrumando el cielo.
Asomó la cabeza tímidamente por el hueco de la puerta entreabierta de la habitación del niño. Mechones castaños caían sobre su campo de visión. Esperaba lo peor pero no encontró nada.

Los juguetes en el suelo desperdigados, la cama deshecha, la lamparita encendida, el papel azul de las paredes y la ventana de madera blanca abierta de par en par. El agua entraba despiadada por la abertura, acompañada por un frío intenso. Asustada y con punzadas en el estomago, Maria penetró dentro con el cuchillo alzado ante si. Contempló los huecos que presentaba la habitación con aprensión.

Debajo de la cama: nada. Dentro del armario: nada. Ese rincón apenas dibujado: nada. Sus labios probaron la humedad del exterior cuando oteó por la ventana. La ventana del cuarto daba directamente a otra parte del jardín. La que justo acompañaba a la pequeña estructura que hacía de garaje externo para los L. La puerta plegable estaba subida pero desde la altura en la que se encontraba no alcanzaba a ver el interior. Sin embargo y en el estado de inquietud que sufría algo la alegró enormemente. El Audi del señor L estaba aparcado con las luces encendidas justo enfrente del garaje.

“¿Y por qué no los he oído llegar”, pensó realmente confundida. “¿Estará el niño con ellos?”. El instinto de supervivencia que todos los humanos poseemos la empujaba a salir corriendo de la casa hacia la calle sin mirar atrás, pero esa capacidad que hemos desarrollado para racionalizar, así como la responsabilidad innata de la niñera, la empujaba inexorablemente hacía el garaje. Tan blanco, tan solitario, tan silencioso.

Como un fantasma y negándose a creer que encontraría en su salida al exterior algo más que a la familia que la había contratado riéndose por la cruel broma que le estaban gastando, atravesó el umbral de la salida principal de la mansión. Lentamente arrastraba los pies por el camino de piedra que rasgaba el hermoso jardín cristalizado por la tormenta otoñal. Gracias a Dios, la caseta del perro estaba en el lado opuesto a la zona del garaje. Su camiseta de la universidad se le pegaba a la piel como manos lascivas. El agua corría su maquillaje pero disimulaba sus lágrimas de miedo. Una tenue luz amarilla surgía de los ventanucos que el garaje poseía en la parte superior. Agarrada al enorme cuchillo, como un niño a su peluche favorito, bordeó el Audi. Le pareció grande como un tanque, de un color tan negro como la noche profunda y con una tapicería beige que en otro caso le hubiera encantado. En concreto, su desagrado, lo provocaron las manchas de sangre seca que se diseminaban por los asientos. Fue entonces cuando la parte racional e irracional de su mente colisionaron. Sufrió, lo que comúnmente se llama, un shock. Aunque lo sucedido dentro de su adorable cabecita tenía unos matices más desagradables, porque sentía que una parte de ella llegaba a entender todo lo que sucedía. Pensaba en su hermano perdido, en el número siete, en octubre y su melancolía; y el terror se trocaba en comprensión. Maria tenía la agobiante sensación de alcanzar un trozo de espinaca de entre sus dientes con la punta de la lengua pero sin llegar a poder extraerlo de su nicho, aunque la sensación era mental y no física.

Observó el interior del garaje ignorando el coche. Avanzaba hacía la boca del lobo sin preocuparse ya por lo que pudiera encontrar. Tres lámparas que oscilaban desde el techo le mostraron cajas de cartón, una mesa de trabajo con herramientas, escaleras, botes de pintura, una piscina hinchable arrugada en un rincón, tres sillas ocupadas por el mismo número de cuerpos destrozados, manchurrones rojizos cubriendo las paredes, un montoncito de dientes sobre un estante, una jaula oxidada con el peluche sucio de un perro y cojines manchados de heces y orín, un abrigo de visón roto en pedazos bajo un montoncito de entrañas, una mandíbula arrancada junto a un destornillador…allí, sobre otra mesa más pequeña una nariz, tres orejas, algo parecido a labios…macabras tabas.

Vomitó la lasaña y probablemente hasta el desayuno de aquel fatídico día. El olor ácido de su vomito se mezcló con el aroma metálico y hediondo que se le estaba pegando a la camiseta, a los vaqueros empapados, incluso al alma. Maria incluso intuía una leve neblina roja que flotaba perezosa en el interior de la macabra sala de tortura improvisada. Volvió a vomitar, el olor no mejoraba. Ella no era morbosa, no quería contemplar esta escena pero dio siete pasos hacía los cadáveres sentados. Sabía que alguien quería que lo viese. Que era un regalo retorcido. La visión de Maria estaba tan nublada como sus neuronas. Entre las lágrimas de asco y horror, notó brotar una risilla de locura de su interior que reprimió fijándose en los detalles de las tres victimas que tenía delante de sus narices: Un hombre, una mujer y un niño. Los L sin apenas piel sobre las carcasas humanas en las que se había convertido. Las veinte uñas de cada uno se amontonaban junto a sus pies lacerados. Con la carita de Esteban se habían ensañado. En la mesa de herramientas, un martillo todavía tenía restos pegados de sus sesos y sus finos cabellos rubios. A Mercedes la habían abierto todo el vientre dejando sus ovarios colgando indolentemente como si de un chiste se tratase. Antonio tenía algunas de sus propias partes cosidas unas a otras. ¿Las marcas de las mejillas eran clavos? Bajo la escasa luz y la patina negruzca que cubría la carne, costaba distinguirlo. Lo que era obvio es que en comparación a sus padres, el trabajo en el niño estaba incompleto. Desde luego, el perpetrador de esta masacre no había tenido tanto tiempo.

- Mira la jaula Maria.
Una mano se posó gentilmente sobre su hombro. No lo había escuchado llegar, estaba muy cerca de ella. Después de volver a oír su voz quebrada notaba el calor que el asesino emitía sobre su propia espalda. Ella miró hacía la jaula y se puso muy triste. Los huesecillos de comidas pasadas, los restos de suciedad, ropa interior de niño manchada de mierda, unos grilletes propios de la inquisición…el peluche le daba especialmente pena.
El extraño colocó las dos manos sobre los hombros de Maria, que apretaba el cuchillo contra su barriga calculando si le daría tiempo a volverse y usarlo. Se fijó en la costra roja debajo de las uñas que sonreían desde unos dedos resecos pero finos. Los dedos maltratados de una persona no mucho mayor que ella. – Hoy era el momento. Su celebración, nuestra celebración. ¿Por qué estabas aquí? No es casualidad. Tu me ayudaste a escapar sin saberlo.
Maria sollozó: – ¿Por qu..? – Sssshhh, sabes quien soy. Sabes que me has echado de menos. Me cuesta hablar pero ellos jamás volverán a hacerlo

La niñera vio las tres lenguas sujetas con chinchetas al rectángulo de corcho que hacía de tablón para fotos. Fotos de niños, decenas de ellos. No conocía a ninguno. Algunas fotos cubrían parcialmente a otras, y por un momento tuvo el mayor ataque de pánico de toda la noche. No quería ver las fotos, no quería estar ahí. – Hay muchos debajo de la casa, muchos debajo del jardín. Yo siempre fui un niño fuerte. El motivo de su prosperidad decían.

Maria gemía, tenía que darse la vuelta y clavarle el cuchillo en el pecho a aquel loco. ¿Cómo sería su rostro? ¿Tendría el pelo castaño? Daba igual la miseria intuida, la degeneración insinuada. ¡Ella no era una chica morbosa! Solo quería volver a casa con mama. – Alberto.- Susurró confundida. – Hermana, ayúdame a acabar con todo esto. Cuando siete años acaban, empiezan otros siete. Esteban será el niño más afortunado de la ciudad, desgarra sus pulmones conmigo…por…favor, toma mi legado.

La voz de su hermano era casi sensual tan cerca de ella. Sintió escalofríos, apretaba el mango del arma con violencia, le dolían los nudillos. Esteban y Alberto; y ella en medio. Un giro, un golpe, terminar para bien ó para mal y podría volver a casa… ¿Sola ó acompañada?

Los truenos siguieron sonando toda la noche. La lluvia abnegó el sistema de alcantarillado. Los ladridos de algún otro perro resonaron en las calles del bonito barrio residencial y cada uno de sus habitantes se encargaba de sus propios asuntos; construyendo un legado mejor para sus hijos.

Por Bob Rock


Vuestros comentarios

1. 14 div 2009, 10:50 | Almas Oscuras

Buenísimo. Con un final espectacular. Y gracias por la dedicatoria…

2. 14 div 2009, 16:59 | Missterror

gracias Bob.
Me ha encantado el relato,lo visualizas rapidamente,te creas una perfecta película leyéndolo.

La primera parte,en la que te recreas en las geniales descripciones,nos acercas a un mundo de terror con todos los tópicos que harían las delicias de cualquier director.

En la segunda,ya vas enseñando los dientes.Muestras un mundo extremo y sádico.Tenemos a la indefensa María frente a una visión del mal y la locura perfecta.

Me encanta que saques el lado enfermizo…
Y para rematar,un final abierto…me encanta.

saludos

3. 14 div 2009, 21:41 | Bob Rock

Gracias muchachos.

Vosotros fuisteis mi principal inspiración para los padres de Esteban…ja ja ja, es coña…la verdadera inspiración fueron los gustos de las Almas Oscuras que pululan por este rincón de la red…

4. 14 div 2009, 22:24 | Elizabeth

BOB: no quiero reiterarme con los elogios, pero este cuento me ha parecido brillante! creo que es el que más me gusta, pero me gusta tremendamente. Una vez que empezas a leerlo no pedes dejar de hacerlo y me maravillas en cada linea.
Genial!

5. 14 div 2009, 22:42 | Bob Rock

Elizabeth.- Y no puedo dejar de reiterar que eres un encanto. Gracias, tus comentarios también me sirvieron de inspiración.

Un saludo

6. 15 div 2009, 16:56 | MaRiAnA

Como disfruto leer tus relatos Bob..que final¡¡ Me encantó!! =)

7. 16 div 2009, 13:05 | Bob Rock

Mariana.- Muchas gracias.

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