The russian bride

Dice un refrán español que “el que lejos va a casar, o va engañado o va a engañar”. Y desde luego a la protagonista de nuestra película le pasa lo segundo. Acostumbrados como estamos a escuchar historias de pilingüis, llegadas de países comunistas o caribeños, con la pérfida intención de vaciar los bolsillos de confiados machirulos occidentales, este cambio de roles víctima – verdugo supone el primer acierto de esta cinta que trata de esconder su condición de cine pulp desenfrenado hasta su segunda mitad, donde desata el descontrol y la diversión más superficial y entretenida.

Tratando de escapar de una situación económica crítica y de su exmarido violento Nina (Oksana Orlan) acepta la invitación de viajar a América junto con su hija y contraer matrimonio con un adinerado empresario (Corbin Bernsen ) que vive en una lujosa y remota mansión. No tiene en cuenta ni la diferencia de edad ni que son dos desconocidos el uno para el otro. Pronto empezará a intuir que nada es lo que parece en su nueva vida… que si se descuida puede ser realmente corta.

“The Russian bride” es una cinta peculiar que aúna 2 formas de narrar distintas y todo tipo de referencias de cine de género en un único producto. Su constante vaivén puede ser mareante y dejar insatisfechos a muchos espectadores, pues lo que comienza siendo una suerte de revisión moderna de Jane Eire, Rebeca o Barba azul con todo su clasicismo, se marcha por derroteros alocados donde el exceso va de la mano de lo inverosímil despertando no pocas risas en los curtidos ojos del espectador del cine de terror más eclíptico, pero también a buen seguro hará refunfuñar a la otra mitad del público.

Visualmente cuenta con un buen trabajo de ambientación y fotografía que en ocasiones peca de cursi y remite a los telefilmes románticos de lujo y lujuria de cobertizo; abusa del uso de drones y contiene algún fundido de planos que descolocan dentro de una producción, en el resto de los aspectos, bastante cuidada.

Su mezcla de sobrenatural, thriller, cuento aleccionador y drama son elementos que sirven para pillarnos por sorpresa cuando se descubran todas las cartas y vislumbremos la endeble motivación que es el motor real de la cinta. Pero tranquilos, pese a lo poco sostenible de su macguffin cuando este se descubra entraremos de lleno en una serie B sin complejos ni límites que trae consigo un edificante baño de sangre y un delirante desfile de secuencias en las que uno no sabe bien si le están tomando el pelo o le están haciendo cómplice de una guasa mayúscula… yo me quedo con lo segundo y agradezco haber esperado el tiempo suficiente para ver este desmadre. Sólo me faltó algo más de sexo gratuito para que su espíritu setentero hubiera estado completo. En compensación, tendremos también homenajes al cine clásico del que el argumento es sin duda herdero.

Interpretativamente “The russian bridge” no va a brillar demasiado… Oskana es guapa y físicamente da el tipo de mujer deseable, elegante y frágil que precisaba su personaje; sabe mutar en una heroína cuando el momento lo requiere… pero actuando, lo que se dice actuando, se la ve un tanto justa. Corbin Bernsen sale peor parado en la comparación: está correcto cuando se contiene, pero alcanza cotas de sobreactuación propia del dibujo animado conforme la cinta avanza. Seguramente es mejor actor y responde a una decisión del director pero su pasada de frenada en la contención no ayuda al resultado. Pero… ¿Que coño estoy diciendo? Esto es serie “B” y no Hamlet así que lo mismo están bordando el papel…
El resto de los personajes responden por completo a todos los tópicos de los secundarios de horror, a saber: malo de buen corazón, ama de llaves desagradable y tío lejano con cartel de primera víctima tatuado en la frente, dejando poco o nada de espacio a la creatividad actoral.

Resumiendo “The russian bridge” es al cine de terror, lo que las novelas de duro a la literatura: un producto de consumo rápido y eficaz que entretiene a los culturetas más de lo que serán capaces de reconocer y tiene el morbo y la sangre suficientes para satisfacer a la turba enfervorizada… pero, como todo, hay que entrar en su juego.